Por Nelson Ávalos
Cuando era niño, en mi pueblo natal, Gobernador Costa (que
está a unos 200 km.
al sur de Esquel) el 24 de junio salíamos con mis padres, tíos y primos al
campo a encender fogatas.
Todo el pueblo lo hacía. Y era una fiesta nocturna que llevo
siempre en mi recuerdo.
Pero después de años de pensar en eso y de conocer y
estudiar, caí en la cuenta de que lo que hacíamos era mucho más que salir a
"encender fogatas".
Entendí que revivíamos, año a año, un rito antiquísimo. Un
algo ancestral, que en ese momento nadie expresaba con palabras.
Acompañaban a la noche de los fuegos, algunas otras
actividades. Como las papas debajo de la cama: la sin pelar es abundancia, la a
medio pelar… más o menos abundancia; la pelada, pobreza. Las chicas ponían a
flotar, en un recipiente con agua, dos agujas. Fijos sus ojos en ellas, a ver
si se juntaban o no.
Si se juntaban las agujas era señal de que el noviazgo de
alguna de ellas era posible. Si no, venía la tristeza.
Esa noche, dicen. Era cuando las curanderas pasaban -
traspasaban - su conocimiento a las aprendices.
Tantas cosas que tienen que ver con nuestra cultura
patagónica.
Por eso alguna vez me puse a investigar. Y aprendí más cosas
que quiero compartir hoy, día de renovación de la vida y, por eso, del
conocimiento.
Esa fecha en la que salíamos a encender fogatas coincidía,
en el Santoral católico, con el día de San Juan.
Y resulta que esa festividad "semi pagana", según la Iglesia, coincidía con un
evento cósmico que los pueblos de toda la Tierra habían venerado desde hacía siglos: el
solsticio de invierno.
En realidad, en Europa es el solsticio de verano. Pero en
estas latitudes, el 21 de junio es el comienzo del invierno.
Y aquí comienza lo apasionante.
Porque esa costumbre de las hogueras que llegó con los
europeos a este Continente se encontró con que aquí, por la misma fecha, habían
similares festividades.
Es que los pueblos y culturas de acá también se habían
percatado de que a partir de ciertos momentos del viaje de la Tierra en derredor del Sol,
se producían cambios. En la duración de las horas de luz... "se acortan
los días"; y que a partir del 20, y hasta el 24 de junio, se nota que
"el Sol renace, vuelve".
Ese es el sentido del Wiñoy Tripantü del pueblo mapuche, que
estará levantando rogativas por estos días.
Vuelve el sol. Esa es la idea. Igual que la que tenían los
antiguos griegos y romanos. O los celtas y germanos. O todos los pueblos de la Tierra que no habían
perdido su íntima conexión con la
Mapu y el Cosmos. Nada que ver con la civilización occidental
del consumo y lo material.
De entre las fiestas antiguas, las Saturnales romanas - o
Fiesta del sol - son un ejemplo.
Claro que esas fiestas se daban en diciembre, es decir, en
el solsticio de invierno del hemisferio norte.
Luego, el advenimiento del Cristianismo, y su aceptación por
parte de Emperadores y pueblos de esa época, trajo un cambio de sentido a las
antiguas festividades "paganas".
De ahí que el nacimiento del Cristo sea entre el 23 y el 24
de diciembre, en el solsticio de invierno de allá.
Por eso festejamos (según nuestra parte occidental de
cultura) la Navidad
el 24 de diciembre. Justamente cuando - en nuestro hemisferio - comienza el
declive del ciclo solar. En pleno verano.
Deberíamos reivindicar el "Año nuevo mapuche",
como se le llama. O We Tripantü, Año nuevo. Y acercarnos un poco más a la
tierra que pisamos.
No se trata de renegar de una celebración "traída de
Europa" y suplirla por otra de acá. Se trata de conocer las muchas
tradiciones que nos hablan y son nuestra cultura. Las muchas sangres. Es darnos
cuenta, tomar conciencia y asumir la llama de los mestizo.
Abrazos y Feliz comienzo de un nuevo ciclo.
Nota relacionada: We Tripantu, por Daniel Vergani
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