viernes, abril 14, 2006

"Capote": el dilema de creer en Philip, o no creer

Por Milagros Barberis

Atildado, histriónico y ambiguo. Así se pasea el Truman Capote encarnado por Philip Seymour Hoffman, tan personal, tan personaje, que el espectador no puede dejar de preguntarse ¿Capote habrá hablado así? ¿Habrá reaccionado así? ¿Se habrá movido así? Ante la falta de respuestas certeras bien vale este Capote modelo 2006, tan contundente en sí mismo que poco importan sus similitudes con el original.

Con el documental The Cruise como antecedente, el director Bennett Miller hizo en Capote un drástico y certero recorte de la biografía del escritor norteamericano y se limitó, nada más ni nada menos, a la gestación del libro que lo convirtió en celebridad: A sangre fría.
La historia comienza en 1959 cuando familia Clutter amanece masacrada. Este hecho alentó al entonces periodista del The New Yorker a entrevistarse con los asesinos Perry Smith (Clifton Collin Jr.) y Dick Hitckock –condenados a cadena perpetua por el crimen- para hacer del caso una novela.

Tanto en la película, como en la realidad, Capote traba una suerte de amistad-interesada con Smith, que se hace más estrecha a medida en que se acercan los plazos de la ejecución: el escritor necesita que el condenado le relate el asesinato antes de morir, pero también quiere –culpa, identificación y amistad mediante- que Smith muera para poder terminar de escribir A sangre fría.

Entre estas tensiones transcurre Capote, un film que tiene a la actuación Seymour Hoffman como as de espadas (de que guste o no depende el resto) y como punto débil a un Truman que (muy prematuramente) asegura haber inventado el “no-ficción” (con esa denominación y todo) como nuevo género literario.

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