Por Alejandro Corbeletto
La nombró mi hija a raíz de algunos acontecimientos de estos días y pensé en ella. La última vez que la ví, fue en el supermercado y charlamos un momento.
Como sé que no quiere estar en boca de nadie, por generosa y sencilla nada más, sólo puedo decir que se llama Silvana, disculpen.
No quiere reportajes, mucho menos salir en cámara. Creo que si le preguntan por algún sponsor, en confianza –tímida y riéndose- dice que le alcanza con la gente de Esquel.
Si se la cruzan por la calle, pocos en la ciudad saben que es ella.
Apenas tenía 21 años, justo la pomposa mayoría de edad, cuando por diciembre del 2002 dijo -muy decidida- que ella se presentaba como demandante en el amparo ambiental. Sí, el amparo que frena el emprendimiento minero que todavía quieren imponernos por estos pagos.
¿Qué habrá sentido en el momento de firmarlo antes que se presentara en el juzgado?
¿Qué sentirá ahora que es mamá? En ese tiempo quizás ni lo imaginaba, pero ¿su intuición le habrá marcado que debía hacer algo por nuestros hijos –y entonces el de ella- ante esa amenaza?
Por un instante ¿se imaginan ser ella cuando el reclamo crecía pero también buscábamos los caminos a seguir?
Decir que tenemos una deuda, promover una caravana para agradecerle o discursear sobre su ejemplo, no es que sea exagerado, me parece que sería caer en un lugar común.
Ella ya conquistó valores hermosos sin más ilustres títulos ni trámites institucionales. Aunque un puñado de cobardes de la politiquería y algún mercenario del micrófono intentaron lastimarla para lastimarnos a todos.
Ese amparo está firme en la justicia, no se transmitió por televisión ni lo conoce el presidente, pero es muy valioso en esta lucha de tantos.
Y ella camina como una más por la calle, tranquila, como si nada.
Yo le estoy agradecido.
La nombró mi hija a raíz de algunos acontecimientos de estos días y pensé en ella. La última vez que la ví, fue en el supermercado y charlamos un momento.
Como sé que no quiere estar en boca de nadie, por generosa y sencilla nada más, sólo puedo decir que se llama Silvana, disculpen.
No quiere reportajes, mucho menos salir en cámara. Creo que si le preguntan por algún sponsor, en confianza –tímida y riéndose- dice que le alcanza con la gente de Esquel.
Si se la cruzan por la calle, pocos en la ciudad saben que es ella.
Apenas tenía 21 años, justo la pomposa mayoría de edad, cuando por diciembre del 2002 dijo -muy decidida- que ella se presentaba como demandante en el amparo ambiental. Sí, el amparo que frena el emprendimiento minero que todavía quieren imponernos por estos pagos.
¿Qué habrá sentido en el momento de firmarlo antes que se presentara en el juzgado?
¿Qué sentirá ahora que es mamá? En ese tiempo quizás ni lo imaginaba, pero ¿su intuición le habrá marcado que debía hacer algo por nuestros hijos –y entonces el de ella- ante esa amenaza?
Por un instante ¿se imaginan ser ella cuando el reclamo crecía pero también buscábamos los caminos a seguir?
Decir que tenemos una deuda, promover una caravana para agradecerle o discursear sobre su ejemplo, no es que sea exagerado, me parece que sería caer en un lugar común.
Ella ya conquistó valores hermosos sin más ilustres títulos ni trámites institucionales. Aunque un puñado de cobardes de la politiquería y algún mercenario del micrófono intentaron lastimarla para lastimarnos a todos.
Ese amparo está firme en la justicia, no se transmitió por televisión ni lo conoce el presidente, pero es muy valioso en esta lucha de tantos.
Y ella camina como una más por la calle, tranquila, como si nada.
Yo le estoy agradecido.
Perdón, le estamos agradecidos.
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