lunes, febrero 05, 2007

En todos los idiomas

Por Conrado Ferre

Ayer la comunidad de Esquel volvió a la calle, como todos los meses, y marchó para seguir horadando la misma piedra. A los ojos del extranjero, o del recién llegado, son como un río o como un arroyo (porque el extranjero es obvio, sólo ve color local).

Paciencia y decisión, pero sobre todo constancia, para horadar. No es una cuestión de caudal, sino de que el curso de agua permanezca. Y el curso de este arroyo va de plaza San Martín a Sarmiento y Alvear, donde se arremolina y se embravece. Y después vuelve, plácido, tranquilo y constante, a la fuente.

El extranjero, o el recién llegado, observa y piensa: tienen orgullo. En su lucha contra la minera tienen la razón y el derecho, pero además tienen orgullo. Son vecinos anónimos que se juntaron, que resistieron, que supieron organizarse y defenderse. Consiguieron plebiscitar y obtuvieron un resultado que no dejó lugar a dudas, cristalino (evitemos, para no cansar, volver a la metáfora del arroyo). Tuvieron logros y eso los fortalece.

Hacen un alto en la marcha y el extranjero, o el recién llegado, ve a un hombre pequeño, la humildad hecha carne, con una vocecita tímida y aguda: “soy de …”, dice, “y en …. los sacaron a los tiros”, dice, “hay que romperles todo”, dice, con su vocecita tímida y aguda. Nadie rompe ni saca a los tiros, pero esa es la fuerza y la decisión.

Después, un periodista de Gualeguaychú junta dos puntos en el mapa de la corrupción. Toma el altavoz para contar, para solidarizarse, para conectar los lugares y las problemáticas; también para dejar bien claro, por su sola presencia, que aunque el enemigo puntual parezca otro, es el mismo: las corporaciones locales o extranjeras, las multinacionales y los gobernantes que no actúan con la misma decisión que estos vecinos.

Antes, en la plaza, una mujer había dicho que Esquel es la pesadilla de las mineras. Y así debe ser con esta gente, que anda cantando por las calles que “la dignidad del pueblo no se vende, se defiende”, que les da en la cara un rotundo y conciso “no es no” y que levanta carteles que repiten en galés, en mapuche y en castellano: no a la mina.

El extranjero, o el recién llegado, como sólo ve color local, vuelve su vista a la montaña y la ve distinta, tiene otro color, otras sombras. Debería ser siempre igual, pero es siempre distinta. Está viva, piensa, y lo envuelve una profunda sensación de respeto.

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