Enviado por Red Eco Alternativo
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"Nuestras madres de barro
Han parido los héroes"
Armando Tejada Gómez
El mar
y la tierra
son testigos
de cuando
cayeron
las lápidas
sus hijos
desnudos
y muertos
en un hueco
vacío
sin manos
ni ojos.
Metamorfosis de una capucha
La capucha, gris, sin ojos para ver, sin boca para respirar, percibe el calor humano cerca suyo y, acostumbrada a lo que la han acostumbrado, da un salto para envolver la cabeza del hombre.
El capitán se sacude desesperado, tira de la tela para un lado y para el otro, hasta que logra sacársela para arrojarla lejos de él. El capitán, que era un valiente frente a los encapuchados, de probada hombría ante los engrillados, siente un frío que le recorre el cuerpo. Pálido, agitado, tembloroso, con los dientes rechinando, con gotas de sudor sobre su frente, con retorcijones de tripas, aspirando grandes bocanadas de aire, ve como la capucha desaparece por un pequeño ventiluz.
Por primera vez en su existencia oscura de capucha, recibe la tibia caricia del sol, y aunque no tiene cerebro para pensar, cada milímetro de su cuerpo de tela, percibe que le gusta mucho más la luz que la oscuridad. Por eso, deja arrastrarse por un remolino de viento, hasta que aprende a colocar su cuerpo como una vela y aprovecha el impulso para levantar vuelo.
Al aterrizar a orillas de un riacho, reposa al lado de un hombre de cara arrugada y barba tupida, que cocina su almuerzo en un tacho de lata. Al verla, el vagabundo no se pregunta cómo llegó: simplemente le ata entre las dos puntas de la boca un palo y la sumerge en el agua, para levantarla en un instante, con dos pequeños peces saltarines. Al rato, mientras el anciano termina de cocinar sus presas, decide marcharse: temblando, siente que los desesperados y eléctricos movimientos de los peces en su interior, la aleja de la luz, para sumergirla nuevamente en la oscuridad.
La capucha, gris, sin ojos para ver, sin boca para respirar, se monta en una corriente de aire para alejarse del lugar y caer en un campo florido, donde varios niños corretean. Uno de ellos la ve, corta una rama de un árbol y abriéndole la boca, la convierte en una malla para cazar.
Ella, nuevamente elige levantar vuelo, porque el cautiverio de la abeja y la mariposa, la aleja de la luz, para sumergirla nuevamente en la oscuridad.
La capucha, gris, sin ojos para ver, sin boca para respirar, desciende en un campo pelado donde varios conos de tela flamean al viento. Cada tanto, el rugir de un avión la estremece. Decide probar suerte y transformarse en una manga, para ser igual que sus compañeras de rayas coloridas. Así, se aferra a la punta de un palo y embolsa una ráfaga de viento que la pone gorda como un globo. Su cuerpo no tiene agujero de salida como las mangas y por eso abandona el lugar al sentir ese soplido del viento como una respiración ahogada, de boca abierta pegada a la tela.
Todo la alejaba de la luz, para sumergirla nuevamente en la oscuridad.
La capucha, gris, sin ojos para ver, sin boca para respirar, cansada y decepcionada por la infructuosa metamorfosis, va a parar al patio de una casa donde un niño juega con su perro. El chico la levanta y la lleva al lado de un árbol. Luego, toma al animal en sus brazos para acostarlo sobre ella.
-Acá tenés, Rufo- le dice al perro -: para que duermas calentito.
Ahora, siente el calor del cachorro y no quiere levantar más vuelo. Disfruta en las tardes soleadas de los ladridos y los gritos y, aunque le duele cuando el niño y el perro, a pura risa y apuro gruñido, tiran de ella para un lado y para el otro, nunca se quejó, porque de ese juego le aparecieron sobre su cuerpo tres agujeros... Por fin, tiene ojos para ver y boca para respirar... Por fin, se aleja para siempre de la oscuridad.
El monumento
Se reunieron frente al monumento
que iban a inaugurar
con formación militar
en nombre de la patria
el cura y su agua bendita
del brazo de los políticos
grises
Descubrieron la obra
con salva de veintiún cañonazos
y con vivas
inauguraron
el monumento a la picana.
viernes, marzo 23, 2007
24 de marzo 1976/ 2007: Poemas de Carlos Carbone. Relato de Pablo Marrero
Etiquetas:
El País
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