Carola Chávez es una compañera venezolana que tuvo una discusión con un compañero argentino que le reprochó sus planteos por "demasiado jodones".
Perdón por la alegría
(Un breve vistazo a La Revolución Bonita)
Los venezolanos somos un pueblo alegre y ¿cómo no serlo? Tenemos el caribe en frente, un cielo azulito arriba llenos de pájaros de colores vibrantes, tenemos mangos, tepuyes, animales que parecen de mentira, como las dantas y los chigüires. Tenemos mucha suerte de haber nacido en un país tan rico en todo y tenemos la suerte de haberlo recuperado de quienes por siglos nos saquearon. Nos robaron mucho pero nunca pudieron robarnos la alegría.
Venezuela es una fiesta perenne. Dice una canción que Venezuela habla cantando y es cierto, cantamos todo el día, hay música por todas partes. Cantamos y bailamos. Mi bebé que tiene un año baila con un son envidiable, es que nació en El Caribe y quienes nacemos aquí tenemos caderas pachangozas.
Pues este pueblo gozón está de fiesta ahora más que nunca, es que estamos haciendo la revolución bonita.
Tenemos un presi preci que es todo lo que nosotros somos. Canta mi presi, aunque muy desafinado, pero canta con tantas ganas que le suena hasta bonito. Cuenta chistes muy buenos aunque nunca mejores que sus anécdotas. Se ríe a carcajadas, dice lo que un presidente no debe decir jamás, dice en esos escenarios, a los que sólo los presidentes tienen acceso, lo que decimos sus compatriotas en cualquier panadería.
Que Bush es el diablo, pues el va y lo dice en la ONU. Que Aznar es un asno, el va y se lo dice en la cara, que nos cagamos en el capitalismo, pues el va y se caga en él. Nuestro presi preci es uno de nosotros y nosotros felices de que así sea.
La felicidad del pueblo venezolano desconcierta a sus enemigos.
Mientras ellos odian, nosotros amamos, mientras ellos vociferan con las caras desfiguradas de rabia, nosotros cantamos con mi presi.
Mientras ellos no encuentran cómo acabar con nuestros sueños, nosotros los concretamos.
¿Que hacemos una revolución rara? Si. rara como nosotros. Que, vista desde afuera, parece poco ortodoxa, si, y vista desde adentro también. Así somos nosotros, poco ortodoxos rayando en la irreverencia y así es nuestra revolución.
Inventamos, creamos, le damos la vuelta a todo, cambiamos la letra del Himno Nacional para convertirlo en canción de cuna y, con ella, dormir a nuestros bebes, cambiamos la teoría para llevarla a la practica. Si reímos en los funerales, ¿no vamos a reír en nuestra revolución?
Nuestra revolución avanza, ya no es solo nuestra, no es ni siquiera continental, es hemisférica. Avanza y muchos tienen los ojos puestos en nosotros, sus ojos llenos de esperanza y deseos de que llegue hasta ellos lo que nosotros estamos viviendo. Y abrimos nuestras alas de loros bullangueros, y vamos regalando solidaridad, sueños comunes y alegría. Volamos y los buitres carroñeros tiemblan, saben que los loros además de ser alegres, son bravos y tienen picos que muerden duro y duele.
Vamos volando los loros y hay amigos que arrugan la nariz, porque somos ruidosos, y nada dramáticos, porque somos de mil colores, porque sabemos que hay mangos para todos, porque la vida es linda y el cielo es amplio. Porque los loros no temen al frío, ni a la lluvia, ni a nada.
La Patria Grande la delimita el cielo, no conocemos fronteras, ni perdemos el tiempo escarbando diferencias. Nos fijamos en las coincidencias, en donde se hace la costura y no donde termina.
La Patria Grande es evidentemente grande, eso lo sabe mi niña de nueve años. En tanta patria sabemos que hay de todo, y si no somos capaces de vernos como iguales terminamos construyendo muros.
Nadie es mejor que nadie, esa es la idea que nos hacer luchar: la igualdad.
Esta revolución la hacemos aquí ahora, mañana será en otros lugares.
Pero yo la vivo cada día, yo la vivo con toda la responsabilidad que implica tener a mis hijas viviéndola conmigo y la vivo muerta de la risa.
No me resta seriedad mi falta de sobriedad. Soy yo quien lleva meses sin poder comprar leche para mis hijas porque los buitres la acapararon, para que las mamás nos desesperemos y culpemos a mi presi preci, y como no hay nada mas temible que una madre angustiada, esperan, esos cobardes, que vayamos armadas de pañales y teteros y tumbemos al único hombre que ha pensado en darle un país a nuestros hijos.
No hay leche, ni pollo, ni huevos, ni azúcar, ni harina. Hay marchas de estudiantes hijitos de papá, hay cadáveres políticos que creen que tienen vida y que si no la tienen prefieren matarnos a todos. Hay tensión mientras mi bebé duerme en su cunita. Hay quienes damos la cara, hay quienes firmamos lo que decimos con nombre y apellido, hay quienes somos el blanco del odio de los frustrados. Hay quienes quieren vernos muertos y aun así hay alegría.
¿Que por qué digo todo esto? Porque no puede nadie hablarme de patria grande si pretende darme lecciones teóricas sobre lo que yo vivo en la práctica cada día. No puede nadie hablar de patria grande si cuestiona los modos de quienes vivimos los riesgos de construirla. Y es que no es lo mismo pensar en la revolución que vivirla. Si vamos a hablar de patria grande, hay que dejar a un lado las grandezas personales.
Nadie es mejor que nadie, por eso luchamos. Por eso hacemos nuestra Revolución Bonita. Eso si, cagándonos de la risa.
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