jueves, marzo 27, 2008

“El campo”, o la paradoja de los consumidores que protestan contra ellos mismos


Por Marcos Sourrouille *

Los acontecimientos de los últimos días son bastante difíciles de explicar, llegando a ser absurdos en algunos casos. ¿De qué se trata el tan mentado “paro del campo”? ¿Qué reclaman los vecinos de algunos barrios de Buenos Aires, Córdoba y otras ciudades golpeando cacerolas?

El 25 de marzo por la noche se produjeron concentraciones de personas en los barrios porteños de Recoleta, Belgrano, Caballito… luego en Plaza de Mayo, frente a la residencia presidencial en Olivos, y así en varias ciudades del país… ¿qué está pasando?

Cuando los trabajadores de determinada rama de la producción ejercen su derecho a la huelga, el capital –o el estado como empleador- les descuenta los días de paro, reprime las protestas por medio de las fuerzas de seguridad, etc. Es decir, el capital ejerce su poder sobre el trabajo para derrotarlo en la lucha. El “paro” de la burguesía agraria, en cambio, genera la suba de los precios de sus propios productos (un 12% en los últimos 15 días, según aproximaciones oficiosas, bastante más en la práctica) ya que genera una escasez de las mercancías cuya producción ellos mismos controlan. Esto no es un paro, sino un lock out, es decir una medida extorsiva de los dueños de los medios de producción. Si los trabajadores rurales aparecen en escena es –simplificando en extremo- como masa de maniobra cautiva de sus propias patronales, que agitan el fantasma de la pérdida de las fuentes de trabajo.

La rentabilidad diferencial de las agroindustrias con respecto a otras ramas de la producción en la Argentina no se traduce en un salario diferencial de los trabajadores rurales con respecto a los asalariados urbanos. ¿Por qué? Por la tremenda obviedad de que las agroindustrias son empresas privadas que –como cualquier otra- no tienen más interés que el incremento constante de su tasa de ganancia. Evidentemente, no son cooperativas. La ganancia de los productores (utilizando el término en el sentido de “dueños de los medios de producción”) surge de la explotación del trabajo. Esa es la lógica del capitalismo: producir mercancías de modo tal que el valor de la fuerza de trabajo sea superado por el valor de las mercancías que esa fuerza de trabajo produce. Traducido al castellano más llano: el obrero produce mercancías por mayor valor que el salario que percibe, he ahí el origen de la ganancia del capitalista en cualquier industria.
Para que la ganancia se realice, y pueda ser reinvertida, es necesaria la venta de las mercancías producidas. Allí llegamos a la esfera del consumo. Y es entonces que resulta paradójico ver a los consumidores de los alimentos-mercancías reclamando por la rentabilidad de los capitalistas que los producen. Si los precios de los alimentos en el mercado interno se equiparasen a los precios en euros o dólares del mercado externo… ¿quién pagaría ese aumento? Justamente los mismos que salen a golpear cacerolas porque “apoyan al campo”. No es sólo un reclamo en función de intereses ajenos, sino un reclamo que va directamente en contra de los propios intereses como consumidores de los mismos manifestantes. Realmente, un negocio muy difícil de explicar.

Por otra parte, hablar del “campo” en general es una generalización mentirosa. Ya comentamos más arriba –perdón por la obviedad- por qué los intereses de los obreros rurales son contradictorios con los de los capitalistas rurales. Lo que está detrás del reclamo de algunos sectores del “campo” es la lucha interburguesa, la lucha entre distintos capitalistas por su posicionamiento en el mercado. Evidentemente, si se fijan retenciones a las exportaciones uniformes para todos los propietarios rurales, aquellos con mayores capitales estarán en mejores condiciones de afrontarlas, viendo menos afectada su tasa de ganancia. Eventualmente, una mayor dificultad en las condiciones en que se desarrolla la competencia intercapitalista podría acelerar la tendencia histórica a la concentración del capital, eliminando a los productores más pequeños, aquéllos que no estén en condiciones de competir en el nuevo escenario que se plantea.

En fin, la mejor explicación de la falacia del supuesto enfrentamiento (si hay un enfrentamiento no es más que una anécdota circunstancial) entre los empresarios rurales y el estado la dio el “piquetero oficial”, Luis D’Elía. Muy suelto de cuerpo se preguntó de qué se quejaban los empresarios del campo, si gracias a las medidas de gobierno de los Kirchner tenían la mayor rentabilidad de los últimos 30 años. Sin entrar a discutir la exactitud del dato económico, no deja de ser un comentario interesante. Las retenciones sobre las exportaciones son una manera “artificial” que tiene el estado de “desincentivar” a los empresarios que podrían pretender volcar proporciones crecientes de su producción al mercado externo, dada su mayor rentabilidad con respecto al mercado interno. La equiparación de los precios internos a los externos provocaría un caos social inmediato, con la consiguiente destrucción del escenario estable en el que operan los mismos capitalistas que desearían dicha igualación. El estado capitalista actúa –simplificando una vez más- como “capitalista general”, es decir que si bien puede contradecir los intereses puntuales de algunos capitalistas en determinados momentos, es el garante de las condiciones básicas para la reproducción de capital en general. La liberación del mercado interno al “buitreo” de los empresarios agroindustriales destruiría las condiciones de supervivencia de esos mismos empresarios, por eso el estado como capitalista general no puede permitirla… Mientras tanto, continúa la comedia para gran consumo, y cada vez cuesta más distinguir si estamos mirando Tinelli, “Poné a Franchela” o el noticioso.

* DNI 27.147.125

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