lunes, marzo 24, 2008

Reflexión sobre la educación en Argentina


Por Prof. Daniel Galatro

“Educar: Dirigir, encaminar, doctrinar. / Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc. / …”

Generalmente confundimos educar con instruir, educación con conocimiento. Educar no es solamente impartir información acerca de diversos asuntos. Es formar al individuo de modo de lograr su inserción adecuada en un grupo social determinado. Es hacerlo apto para comprender y decidir por sí mismo, a través de una correcta evaluación intelectual y moral de cada situación, cuál será su comportamiento ante la misma. Esa educación, que presupone un ambiente de plena libertad, no es generalmente la meta deseada por quienes han tenido bajo su responsabilidad a los sujetos educandos. Enseñar a pensar y decidir libremente es una labor riesgosa pues aleja la posibilidad de ejercer un control sobre lo que dichos educandos podrán en el futuro pensar y decidir.

Es en esos casos cuando “educar” se convierte en un recurso del condicionamiento de los más a los propósitos de los menos. Un complejo y elaborado mecanismo muy parecido a “amaestrar”, es decir, enseñar al sujeto a seguir los preceptos ordenados por su maestro. Entonces, “educado” se transforma en sinónimo de “obediente”.

Desde este dilema no resuelto aún, es muy difícil decir qué le falta a la educación en Argentina. No habiendo aún esclarecido si se busca producir individuos educados para la libertad o individuos educados para la obediencia, esa carencia de un fin concretamente expresado hace imposible determinar cuáles son los medios a emplear para lograrlo.

Pero sí podemos señalar los protagonistas de cualquier proyecto nacional de educación: el Estado, los educadores, los educandos y el resto de la sociedad. Y aquí podemos encontrar un factor común imprescindible para que tanto un plan destinado a producir hombres y mujeres libres, como uno para producir hombres y mujeres obedientes, puede tener verdadero éxito: la vocación.

“Vocación” es un término equivalente a “llamado”. Es sentir que hay un objetivo a lograr que convoca a un sujeto o a un conjunto a utilizar los medios más convenientes a su alcance para procurarlo. Cuando no existe vocación, cuando las labores se realizan en función de circunstancias menores tales como la obligación, la necesidad o la costumbre, el logro pretendido puede solamente conseguirse por azar.

Me permito plantear como hipótesis el débil supuesto de que nuestro país, la República Argentina, tiene una visión clara y masivamente compartida acerca de cuál es el objetivo a lograr a través del proceso educativo, y proponer como tesis que ese fin será realmente alcanzado, estableciendo como elementos necesarios (e insuficientes) los siguientes, todos ellos vinculados con la mencionada “vocación”.

Vocación del Estado:

Reconociendo y aceptando cuál es la visión generalizada de la mayoría de la sociedad con respecto al individuo que el sistema educativo debe producir para considerarse exitoso, el Estado debe sentir la imperiosa necesidad (el “llamado”) de satisfacer ese requerimiento, poniendo a disposición de un proyecto adecuado todos los recursos humanos y materiales que el mismo demande.

Vocación del educador:

El efector último e indispensable de todas las acciones educativas vinculadas con el proyecto elaborado y factibilizado por el Estado, debe sentirse impulsado a dar lo mejor de sí para que su labor cotidiana con los individuos bajo su responsabilidad sea coherente y efectiva, de modo de que se logre el fin pretendido.

Vocación del educando:

El sujeto que por voluntad propia, o por voluntad de la sociedad en la que vive, se somete al proceso educativo, debe sentir que los esfuerzos que está realizando tienen un objetivo superior, que está siendo dirigido, encaminado y doctrinado en pos de su superación personal a través del aprendizaje de conductas y conocimientos que le permitirán el logro de sus objetivos individuales (habitualmente englobados en el vago concepto de “felicidad”), pero que además le posibilitarán ser partícipe activo y necesario en la procura del bien común en la sociedad en la que está inserto.

Vocación del resto de la sociedad:

Todos los individuos que comparten los objetivos de un proceso educativo que ha sido elaborado consensuando con la visión general preexistente, a cargo de un Estado que no solamente considera esta acción como una obligación sino como una función natural y necesaria derivada de su razón de ser, en manos de educadores preparados técnicamente y espiritualmente para aplicar los medios a su alcance de la mejor manera posible, sentirán que sus componentes incluidos en el proyecto como educandos están siendo sometidos a un proceso formativo que incrementará notablemente el valor de la sociedad en conjunto. De ese modo, facilitarán permanentemente el mismo participando activamente con acciones y decisiones coherentes que hagan que todo ese proceso no encuentre en ellos elementos de perturbación que puedan afectarlo.

Mencioné al comienzo tres términos básicos:
· preceptos,
· ejercicios, y
· ejemplos.

Los preceptos los establece el Estado a través de un adecuado diseño de contenidos del proyecto y el delineamiento preciso de los objetivos a lograr.

Los ejercicios vinculados con la transmisión de esos contenidos al educando son adecuados por el educador de modo de procurar una máxima eficiencia en todo el proceso.

Los ejemplos educativos están bajo la responsabilidad de la totalidad de participantes excepto de los educandos. Estos últimos, al tiempo de asimilar los preceptos establecidos y realizar los ejercicios encomendados, observan permanentemente las conductas de los integrantes del Estado, de sus educadores y de la sociedad toda, las que deben ser coherentes en dichos y hechos, con los dichos y hechos que cotidianamente se producen en el aula.

Creo importante destacar un verbo que reiteré intencionalmente al analizar sucintamente las vocaciones de todos y cada uno de los protagonistas: “sentir”.

Si un proyecto educativo no está basado en un sentimiento profundamente instalado en el conjunto, de nada servirán los planes ni los recursos humanos y materiales que se pongan a su disposición. Ese sentimiento es consecuencia de una clara visión del problema y de la certidumbre en la eficiencia de la solución elegida. Y ambos elementos surgen de una sólida base cultural previa en los planificadores, en los efectores y en la comunidad que sustentará el proyecto.

En tanto carezcamos de esa base generalizada, no surgirán los fuertes sentimientos imprescindibles para obtener resultados óptimos. Sin embargo, es tiempo de comenzar a perfeccionar nuestra estructura educativa desde las condiciones precarias en las que se encuentra, definiendo al menos qué productos buscamos, estableciendo controles de calidad adecuados para saber si estamos siguiendo el camino correcto, corrigiendo permanentemente los errores de preceptos, ejercicios y ejemplos. Y sintiendo al menos que estamos haciendo algo bueno para nuestra Argentina.

* DNI 5.331.274
dgalatrog@hotmail.com

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