Por Ariel Puyelli *
Puerta E: muchos políticos, funcionarios, periodistas y dirigentes, y algunos vecinos, tienen graves problemas de “percepción de la realidad”. A la frase ambigua “hay que acostumbrarse a convivir con las cenizas”, habría que agregarle “no hay que acostumbrarse a convivir con la soberbia”. Menos aún cuando el soberbio puede ser tan peligroso como un fenómeno natural. O más dañino, dado el poder que le confirieron los habitantes (ciudadanos no, ya que los ciudadanos gozan de derechos, además de obligaciones), que les permite pasar por encima de sus intereses y, en estos días, uno de sus mayores intereses es su salud.
Como los soberbios no escuchan a los demás, hago este comentario con la misma frustración de pretender que una pared escuche. Y si escuchara, que no me respondiera a los gritos.
Comparto con ustedes este material sobre la soberbia, porque los efectos del volcán pasarán en un tiempo que nadie, ni siquiera el mejor gobernador de una provincia de un país sudamericano, puede prever. Pero los soberbios –maldito destino de este país- persisten; y en el presente o en el futuro, habrá que hacerlos responsables de las acciones erróneas y las omisiones. De las mentiras y de la propia soberbia.
En estos días, no aceptar la soberbia de los políticos, dirigentes, funcionarios, periodistas y empleados soberbios (por condición natural, conveniencia económica o temor) es una cuestión de supervivencia; tanto como exigirles que perciban la realidad como es. No como quisieran que fuera. No como les conviene que sea.
Gracias, Puerta E.
D.N.I. 16.527.422
SEGUN EL FILOSOFO FERNANDO SAVATER, autor de “Los siete pecados capitales”:
La Soberbia
(…) No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes.
Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. (…) Que alguien se considere al margen de la humanidad, por encima de ella, que desprecie la humanidad de los demás, que niegue su vinculación solidaria con la humanidad de los otros, probablemente ése sea el pecado esencial. Porque negar la humanidad de los demás, es también negar la humanidad de cada uno de nosotros, es negar nuestra propia humanidad.
(…) Ser soberbio es básicamente el deseo de ponerse por encima de los demás. No es malo que un individuo tenga una buena opinión de sí mismo (…) lo malo es aquel que no admite que nadie en ningún campo se le ponga por encima.
En general, podemos admitir que nosotros tenemos cierto lugar en el ranking humano, y que hay otros que son más prestigiosos. Pero los soberbios no le dejan paso a nadie, ni toleran que alguien piense que puede haber otro delante de él. Además sufren la sensación de que se está haciendo poco en el mundo para reconocer su superioridad, pese a que siempre va con él ese aire de "yo pertenezco a un estrato superior".
Si no lo consideran el mejor, el soberbio sufre lo indecible porque todos son agravios, se siente un incomprendido por una sociedad de palurdos analfabetos.
La soberbia es el valor antidemocrático por excelencia.
La soberbia es la antonomasia de la desconsideración. Es decir: "Primero yo, luego yo y luego también yo." Tal vez, la soberbia sea una cosa sencilla: simplemente se trata de maltratar al otro. No importa tirarle el coche encima a un peatón que está cruzando con la luz amarilla, porque la prioridad para el soberbio es él mismo y sus necesidades.
(…) Pero, ¿cómo evitar caer en la soberbia? El remedio es muy simple, pero a veces duro de asumir: ser realista.
(…) El extremo desordenado de la humildad —la humillación— es tan malo como el de la soberbia.
En definitiva la soberbia es debilidad y la humildad es fuerza. Porque al humilde le apoya todo el mundo, mientras que el soberbio está completamente solo, desfondado por su nada. Puede ser inteligente, pero no sabio; puede ser astuto, diabólicamente astuto quizá, pero siempre dejará tras sus fechorías cabos sueltos por los que se le podrá identificar.
La Soberbia
Por Shikry Gama.
La soberbia niega y contradice lo que la humildad afirma y aconseja. Mientras la soberbia estimula la arrogancia, la vanidad, la egolatría y la presunción de querer ser lo que no se es; la humildad, es la virtud que da el conocimiento de sí mismos, de las limitaciones, las debilidades y las capacidades para tratar con prudencia y obrar con respetuosidad a todo ser viviente.
La soberbia es una disposición blasfema del ánima, que estimula y desencadena la concausalidad de los errores y las adversidades humanas.
La palabra o la acción injuriosa, la exacerbación, la irritación, el enfado, el enojo y la cólera, expresada con ademanes y vileza de acciones, son las más vulgares, rastreras y deplorables manifestaciones de la malhadada soberbia.
La satisfacción y envanecimiento de las dotes o prendas propias, con desprecio de la de los demás, es también una de las posturas mentales de la soberbia. La altivez, altanería, jactancia, arrogancia, presunción, fatuidad, ufanía, pedantería, humos, descaro, endiosamiento, impertinencia, ínfulas, insolencia, empecinado, copetudo, fanfarrón son algunas de las infinitas máscaras que la soberbia utiliza para seducir y cautivar el alma de los perversos.
Puerta E: muchos políticos, funcionarios, periodistas y dirigentes, y algunos vecinos, tienen graves problemas de “percepción de la realidad”. A la frase ambigua “hay que acostumbrarse a convivir con las cenizas”, habría que agregarle “no hay que acostumbrarse a convivir con la soberbia”. Menos aún cuando el soberbio puede ser tan peligroso como un fenómeno natural. O más dañino, dado el poder que le confirieron los habitantes (ciudadanos no, ya que los ciudadanos gozan de derechos, además de obligaciones), que les permite pasar por encima de sus intereses y, en estos días, uno de sus mayores intereses es su salud.
Como los soberbios no escuchan a los demás, hago este comentario con la misma frustración de pretender que una pared escuche. Y si escuchara, que no me respondiera a los gritos.
Comparto con ustedes este material sobre la soberbia, porque los efectos del volcán pasarán en un tiempo que nadie, ni siquiera el mejor gobernador de una provincia de un país sudamericano, puede prever. Pero los soberbios –maldito destino de este país- persisten; y en el presente o en el futuro, habrá que hacerlos responsables de las acciones erróneas y las omisiones. De las mentiras y de la propia soberbia.
En estos días, no aceptar la soberbia de los políticos, dirigentes, funcionarios, periodistas y empleados soberbios (por condición natural, conveniencia económica o temor) es una cuestión de supervivencia; tanto como exigirles que perciban la realidad como es. No como quisieran que fuera. No como les conviene que sea.
Gracias, Puerta E.
D.N.I. 16.527.422
SEGUN EL FILOSOFO FERNANDO SAVATER, autor de “Los siete pecados capitales”:
La Soberbia
(…) No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes.
Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. (…) Que alguien se considere al margen de la humanidad, por encima de ella, que desprecie la humanidad de los demás, que niegue su vinculación solidaria con la humanidad de los otros, probablemente ése sea el pecado esencial. Porque negar la humanidad de los demás, es también negar la humanidad de cada uno de nosotros, es negar nuestra propia humanidad.
(…) Ser soberbio es básicamente el deseo de ponerse por encima de los demás. No es malo que un individuo tenga una buena opinión de sí mismo (…) lo malo es aquel que no admite que nadie en ningún campo se le ponga por encima.
En general, podemos admitir que nosotros tenemos cierto lugar en el ranking humano, y que hay otros que son más prestigiosos. Pero los soberbios no le dejan paso a nadie, ni toleran que alguien piense que puede haber otro delante de él. Además sufren la sensación de que se está haciendo poco en el mundo para reconocer su superioridad, pese a que siempre va con él ese aire de "yo pertenezco a un estrato superior".
Si no lo consideran el mejor, el soberbio sufre lo indecible porque todos son agravios, se siente un incomprendido por una sociedad de palurdos analfabetos.
La soberbia es el valor antidemocrático por excelencia.
La soberbia es la antonomasia de la desconsideración. Es decir: "Primero yo, luego yo y luego también yo." Tal vez, la soberbia sea una cosa sencilla: simplemente se trata de maltratar al otro. No importa tirarle el coche encima a un peatón que está cruzando con la luz amarilla, porque la prioridad para el soberbio es él mismo y sus necesidades.
(…) Pero, ¿cómo evitar caer en la soberbia? El remedio es muy simple, pero a veces duro de asumir: ser realista.
(…) El extremo desordenado de la humildad —la humillación— es tan malo como el de la soberbia.
En definitiva la soberbia es debilidad y la humildad es fuerza. Porque al humilde le apoya todo el mundo, mientras que el soberbio está completamente solo, desfondado por su nada. Puede ser inteligente, pero no sabio; puede ser astuto, diabólicamente astuto quizá, pero siempre dejará tras sus fechorías cabos sueltos por los que se le podrá identificar.
La Soberbia
Por Shikry Gama.
La soberbia niega y contradice lo que la humildad afirma y aconseja. Mientras la soberbia estimula la arrogancia, la vanidad, la egolatría y la presunción de querer ser lo que no se es; la humildad, es la virtud que da el conocimiento de sí mismos, de las limitaciones, las debilidades y las capacidades para tratar con prudencia y obrar con respetuosidad a todo ser viviente.
La soberbia es una disposición blasfema del ánima, que estimula y desencadena la concausalidad de los errores y las adversidades humanas.
La palabra o la acción injuriosa, la exacerbación, la irritación, el enfado, el enojo y la cólera, expresada con ademanes y vileza de acciones, son las más vulgares, rastreras y deplorables manifestaciones de la malhadada soberbia.
La satisfacción y envanecimiento de las dotes o prendas propias, con desprecio de la de los demás, es también una de las posturas mentales de la soberbia. La altivez, altanería, jactancia, arrogancia, presunción, fatuidad, ufanía, pedantería, humos, descaro, endiosamiento, impertinencia, ínfulas, insolencia, empecinado, copetudo, fanfarrón son algunas de las infinitas máscaras que la soberbia utiliza para seducir y cautivar el alma de los perversos.
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