Por Francisco Carabelli*
Foto: Germán Pasini
Foto: Germán Pasini
La excepcionalidad del fenómeno natural que representa la erupción del volcan Chaitén en Chile requiere medidas de la misma índole, no solo por parte de quienes deben tomar decisiones en los distintos niveles ejecutivos del gobierno, sino por parte de todos los ciudadanos.
Nadie sabe –ni podría saberlo- a ciencia cierta cuánto durará este fenómeno ni cuáles serán sus implicancias para la salud, para la economía de la producción y de las prestaciones de servicios, ni cuánto ha de alterar la “normalidad” y la cotidianeidad de todos cuantos nos vemos afectados.
Creo que se trata de mucho más que una lluvia de cenizas a la que, al menos al principio, podíamos apreciar hasta como un acontecimiento, debido a la novedad que significaba. Si las cenizas han de acompañarnos por bastante tiempo, se trate de semanas o de meses –algo que efectivamente ocurrió con el volcán Hudson- deberemos modificar seguramente varias pautas de comportamiento, porque sencillamente es imposible ignorar un fenómeno de estas características (¡en el momento en que escribo esto una nueva erupción del volcán es perfectamente visible desde cualquier punto de nuestra ciudad!).
Por este motivo, entre otros, me sorprendió ayer enormemente escuchar al ministro coordinador de gabinete de la provincia, Norberto Yahuar, señalar tras una reunión de gabinete matinal que la situación en la cordillera, en referencia a este fenómeno de vulcanismo, estaba “totalmente controlada”. No dudo que el gobierno provincial y los gobiernos municipales de las localidades más afectadas –y seguramente de las que lo están en menor medida o podrían llegar a estarlo próximamente- están preocupados y analizando permanentemente las acciones a realizar. Pero de ahí a plantear, frente a un fenómeno de dimensiones inéditas y sobre todo desconocido en sus alcances y consecuencias, que la situación está controlada, encima “totalmente”, se parece mucho más a un discurso de contingencia que a un planteo serio y responsable que obligadamente debería surgir de funcionarios de este nivel.
Por cierto, no se trata de generar más inquietud de la imprescindible en la población, pero sería ya un mensaje bienvenido escuchar lo que a todas luces es obvio, es decir, que no se sabe con lo que se está lidiando y que por lo tanto, es imperioso extremar las precauciones. En este punto, la (ir)responsabilidad de cada uno de los ciudadanos juega un papel clave. El día lunes, que amaneció con un panorama aún más desolador que el del pasado viernes, la ciudad parecía tener un ritmo de normalidad –a excepción de la cancelación del dictado de clases en las escuelas y del asueto en algunas dependencias públicas- que rayaba en la locura. Son incontables los vehículos de todo porte que transitaban a alta velocidad por cualquier arteria de la ciudad, aumentando exponencialmente la nube de cenizas en suspensión que hacían aún más difícil respirar. Sólo más tarde, cerca del mediodía, se empezó a escuchar por los distintos medios de difusión un listado de recomendaciones a tener en cuenta para empezar a “convivir” con esta nueva realidad. El problema (al menos uno de ellos) es que se vuelve evidente que ni ciudadanos ni autoridades parecemos advertir el carácter extraordinariamente excepcional de esta situación y que las formas de obrar en consecuencia deben tener un carácter acorde.
Con “carácter acorde” quiero señalar que tanto desde el comité de crisis como a nivel del comportamiento de cada uno de nosotros debe surgir la actitud de extremar las precauciones para, por ejemplo:
a) salir lo menos posible de las casas,
b) evitar que los niños, los mayores y las personas con problemas respiratorios estén en contacto directo con espacios abiertos o lugares donde la concentración de partículas en suspensión es muy alta,
c) si es imprescindible movilizarse en auto circular a baja velocidad, por lo que se planteó anteriormente -¿es tan difícil, contrasta tanto con nuestra idiosincrasia, intentar ser un poquito solidarios? ¿no somos de a ratos conductores y de a ratos peatones? ¿cómo reaccionamos si vamos caminando, pasa un vehículo a toda velocidad y deja “flotando” una espesa nube de cenizas? ¿nos acordamos de cómo nos puso la actitud de ese conductor cuando nos subimos a nuestro propio vehículo?-,
d) extremar el cuidado con el uso del agua –¡esto es algo que debiera hacerse en todo momento, son sólo ahora porque estamos atravesando esta situación “volcánica”!-,
e) mantener cerradas las casas, porque cuanto más favorezcamos el intercambio con el exterior, más cenizas estaremos respirando en el aire “doméstico”.
Estas, seguramente entre muchas otras, son medidas necesarias que sólo sirven si se adoptan como pauta de comportamiento conciente, si se internalizan tanto como levantarse, comer e ir a trabajar, por ejemplo.
Me parece que todo esto debe recalcarse hasta el cansancio como parte de un proceso sostenido de concientización de que la realidad que enfrentamos hace que nuestras pautas de comportamiento deban modificarse, en algunos casos drásticamente, porque esto DEBE considerarse como un fenómeno que se prolongará. Si finalmente resulta que la naturaleza “cierra” drásticamente el ciclo de este volcán, al menos transitoriamente, será motivo para alegrarse y festejar. Pero definitivamente no cabe especular, mucho menos desde quienes toman decisiones, con que esto es algo que “mañana” se termina, porque cuánto más se tarde en asumir la complejidad de la situación más tiempo se tardará en identificar y poner en marcha las iniciativas que podrían y deberían hacer esta nueva realidad más soportable y llevadera para todos.
*DNI 16056021
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