viernes, mayo 02, 2008

Opinión: “Hay un marxista en mi género”


Por Romina Ferraris

Este texto fue leído en “Chupate esa mandarina”, columna que la periodista tiene todos los sábados en el programa Radio Babel, que se emite de 12 a 14 por FM Sol Esquel.

Hace un par de semanas, una amiga me aconsejó que leyera un artículo publicado en el diario Crítica de la Argentina en el que varias mujeres de distintos ámbitos analizaban las recurrentes alusiones de la presidenta Cristina Fernández a su condición de mujer, sobre todo aquellas en las que afirmaba que esa condición provocaba que “todo le costara más”.

Las opiniones, muy interesantes por cierto, permitían abrir un amplio abanico de discusión sobre el lugar que ocupa la mujer socialmente, el feminismo, el papel de las mujeres argentinas en el poder, la reacción del hombre, la utilización que hace Cristina de esa condición, etc., etc., etc.

Todo muy bonito pero yo creo que el problema de fondo pasa por otro lado y para dejar tranquilos a muchos a los que no les gusta las cosas que digo, les aclaro: no pienso ocuparme, por lo menos hoy, por vía directa, de Cristinita Fernández de KIRCHNER (digresión: se podría sacar el apellido del marido si pretende liberarse de las amarras masculinas, ¿no? Perdón, no jodo más con el tema)

Volviendo a lo que importa. Cada vez que la lucha de géneros se impone en una reunión de amigos, en una discusión de trabajo o en alguna nota periodística, yo me pregunto cómo puede ser que a esta altura del partido sigamos discutiendo si el hombre tiene más pelotas por ser hombre o la mujer más ovarios por ser mujer (que se entienda, es una metáfora)

Uno, inocente, creería que, como género humano, en miles de años tendríamos que haber aprendido un poco pero, por el contrario, yo sostengo que vamos en franco retroceso si de la igualdad mujer/hombre, hombre/mujer se trata. Y la culpa es compartida porque muchas veces el feminismo atenta contra sus propios objetivos y no hay prueba más clara que la actitud de la Presidenta cuando dice sentirse atacada por su condición de mujer o sigue usando su apellido de casada (uy, prometí no hablar de ella. Y bueno, es más fuerte que yo)

Pero, en todo caso, eso es superfluo. El fondo es más oscuro aún porque pese a la manipulación que ejerce la Presidenta o cualquier mujer que utiliza esas frases para cubrirse –cuando en muchos casos bastaría una prueba de eficacia en la gestión para desterrar cualquier sexismo- es verdad que seguimos viviendo en un mundo de hombres en el que las conquistas femeninas, aunque parecen muchas, para mí son ínfimas.

¿Cómo puede ser que recién hace poco más de medio siglo podamos votar?; ¿por qué no tenemos las mismas posibilidades laborales y nos rechazan si tenemos marido, hijos o un perro que atender?; ¿los hombres no tienen esposas, hijos y perros?; ¿no tendríamos que tener los mismos derechos y obligaciones?; ¿cómo podemos sentir que avanzamos si la Doña Rosa del 2000, Lita de Lázari, sigue dando vueltas por los medios diciendo que la mujer tiene que ser madre, asexuada y cristiana?; ¿si no logramos la despenalización del aborto para que cada mujer pueda decidir y, en todo caso, después cargue con su conciencia?; ¿en qué aspecto avanzamos si la Iglesia sigue pidiendo llegar virgen hasta el matrimonio porque tener sexo constituye el pecado por excelencia (que por cierto muchos de sus miembros cometen y con quienes no deberían) y más usar preservativos (no importa si nos morimos por una enfermedad infecto-contagiosa, total somos mujeres)?; ¿cómo podemos hablar de avances en la lucha por la igualdad si hay millones de mujeres sometidas y ultrajadas en todos los rincones del mundo, algunas hasta obligadas a perder su condición de tal y la posibilidad de experimentar placer “gracias” a una horrenda operación que las deja como muñeca inflable?; ¿de qué igualdad me hablan si recién hace poco se discutió la ley para que los hijos puedan llevar también el apellido de sus madres?; ¿si los hombres del poder se espantan, atacan, menosprecian y hacen causa común ante la llegada de una mujer al sillón de Rivadavia o a la gerencia de una empresa?; ¿de qué nos sorprendemos si las Madres eran las “locas de la plaza” y la mina que sale a la calle con pollera y es violada, a los ojos de muchos, incluso de las propias mujeres, parece merecerlo por ser “loca” pero de otra clase?

Quizá a esta altura del interrogatorio se me tilde de feminista pero no se asusten. También soy autocrítica y creo que nosotras no hicimos mucho para cambiar estas realidades (es verdad que en algunos casos, sobre todo cuando hay religiones fundamentalistas de por medio, es más difícil pero nada es imposible)

Digo. ¿Por qué tuvimos que esperar que llegara una actriz convertida en Primera Dama para poder votar?; ¿por qué se nos escapa decirle “histérica” a Cristina (aunque muchas no le tengamos simpatía) cuando habla con vehemencia y no le endilgamos el mismo mote a Nestitor cuando grita y escupe?; ¿por qué, pese a ser más en número y sentirnos muchas veces poderosas porque podemos dar vida, no movemos un dedo para evitar que otras compatriotas de género mueran cagadas a palo por sus maridos o de inanición en un alejado paraje porque “su hombre” las dejó en banda y con cinco chicos (miren si ahí no hubiese servido el preservativo, la educación sexual y de la otra y una buen plato de comida para evitar la tragedia)?; ¿por qué tenemos la manía de reclamar igualdad e independencia y después abrimos blogs estúpidos buscando desesperadamente un novio?; ¿ por qué jodemos para que el hombre nos ayude con los quehaceres domésticos y si se pone el delantal nos cagamos de risa?

En fin. Las preguntas podrían seguir hasta el infinito, el problema es que creo que ni hombres ni mujeres están todavía en condiciones de contestarlas. La igualdad de géneros no se consigue ni haciendo gala del feminismo ni combatiendo el machismo, no se conquista con frases paranoicas ni ataques estériles. De un lado y del otro se deben hacer esfuerzos por entender que más allá de la F y la M todos somos personas que merecemos las mismas oportunidades y los mismos lugares, las mismas leyes que nos protejan y que nos castiguen.

Si fuera cursi terminaría con una frase conciliadora y dulce pero no lo soy. Por ahora, Mafalda le sigue ganando a Susanita y prefiero el sarcasmo al idealismo susaneszco.

En definitiva, soy pesimista y, lo que es peor, un poco marxista. Creo que la lucha de géneros es una analogía de la lucha de clases y ya sabemos que la lucha de clases está vivita y coleando y parece impregnada en la condición humana. Ergo: a luchar se ha dicho.

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