miércoles, julio 23, 2008

Gataflorear, por Martín Caparrós

Enviado por Federico Soria

Tengamos en cuenta que el estado ya tiene dos líneas aéreas: una nunca voló desde que se creó (Lafsa) y la otra vuela muy ocasionalmente, cada vez menos (Lade), lo cual nos da una perspectiva de lo que puede llegar a ocurrir con dos líneas aéreas más en estas condiciones. Lo otro que se repite es eso de asumir todos las deudas de los empresarios: "capitalistas en las ganancias, socialistas en las pérdidas" Como dice Piñeyro: "volar no es lo que soñaste"

Fuente: Crítica

Gataflorear, Martín Caparrós

23.07.2008. Siempre quise que Aerolíneas Argentinas volviera a ser pública. Mi primera razón es cuasi sentimental: cuando yo era chico ella era pública y funcionaba de primera –pero es cierto que entonces éramos un país. Ahora, en cambio, Aerolíneas se convirtió en una de esas ficciones clásicamente argentinas: simulamos que tenemos una línea aérea –como simulamos, por ejemplo, durante cinco años que teníamos un parlamento, o durante treinta que una educación para todos– pero nadie puede volar en esos aviones falsos. Yo viajo bastante; hace tiempo que mi agente se niega a venderme Aerolíneas:

–No, no quiero meterte en un lío. Si nunca podés estar seguro de que vas a salir.

Las dos últimas veces que lo intenté lo confirmaron: la primera llegué a Bogotá veinte horas tarde; la segunda suspendieron mi vuelo a México. Hace unas semanas anduve por África: volé en compañías que se llamaban Air Mozambique, Ethiopian Airlines, Air Tanzania. Es difícil encontrar países más empobrecidos y, sin embargo, sus aviones salían y llegaban. Fue humillante.

Mi segunda razón, en cambio, es cuasi ideológica: prefiero que el Estado sea el dueño, un dueño que no tome sus decisiones por el interés de ganar más plata sino por el –supuesto– interés de los ciudadanos. Una aerolínea de bandera no es un McDonald’s: todo el mundo puede vivir –mucho mejor– sin comerse un Big Mac, pero hay muchas personas que necesitan viajar a lugares que quizá no sean negocio. A diferencia de una compañía privada, el Estado debería ofrecer a todas sus regiones cierta posibilidad más o menos igualitaria de desarrollo. Y ofrecer las condiciones para que funcionen ciertas actividades que, además, lo favorecen: la Argentina está ganando mucha plata con el turismo, por ejemplo, que se queja mucho de que el transporte interno es una catástrofe. Mejorarlo no es un gasto; son inversiones productivas y deuda social.

Pero, sobre todo, me da pena la debilidad del mito noventista sobre la privatización como efecto de la incapacidad estatal –y que tantos argentinos consiguieran comprárselo. Si un gobierno está a favor de las empresas privadas, su único argumento posible es ideológico: la convicción de que la plata tiene que ser para los empresarios y otros ricos. Pero que no nos tomen el pelo con el argumento funcional, la vieja canción que dice que el Estado no es capaz de administrar una línea aérea, una telefónica, un hotel por horas: si no pueden manejar Aerolíneas Argentinas, menos, mucho menos, pueden manejar la Argentina. O sea: un gobierno no puede usar esa explicación para privatizar, porque entonces lo primero que tendría que hacer sería tomarse el helicóptero.

Por todo esto estaba contento cuando se confirmó que el Estado se hacía cargo de Aerolíneas. Aunque, en medio de mi alegría, me crucé con un amigo que trabaja en este diario y se lo comenté. Mi amigo fue tajante:

–Vos estás en pedo. ¿No te das cuenta de que es más pasto para las fieras?

–¿Qué fieras?

–No seas boludo, boludo.

Insistió mi amigo. En Crítica de la Argentina solemos ser enfáticos. Después me aclaró:

–Las fieras como De Vido, Jaime, esa runfla.

–No seas prejuicioso.

–¿Qué? Eso no es prejuicio, es posjuicio. Así se consiguen más campo para sus negocios, y lo más probable es que hagan otra vez la del Estado bobo, como dice Lozano: que saneen una empresa llena de deudas y después se la entreguen a sus capitalistas amigos. O, si se la guardan, funcionará como funciona el ferrocarril Roca: ¿te imaginás viajando colgado en un avión?

Yo traté de insistir en que eran prejuicios, pero mi entusiasmo ya había bajado un par de cambios. Hasta que, más tarde, escuché a la señora Presidenta:

–Quiero decirles que me hubiera gustado realmente que este acto no tuviera lugar, me hubiera gustado mucho que quienes adquirieron la empresa hubieran podido llevar adelante una operación exitosa…

Decía, en la línea de lo que siempre dijo sobre su preferencia por la empresa privada. Y me pareció una definición inmejorable de la locura de su gobierno: dice que reparte y no reparte, estatiza y dice que preferiría no hacerlo, habla de debate y demoniza a los que debaten, no hace lo que dice, no dice lo que hace, no dice lo que dice ni hace lo que hace ni dace lo que hice ni sace lo que sice. Una máquina de chiflar, un sino que me llena de pena: toman una medida política que me gustaría apoyar y la cagan con un discurso de disculpas, estoy acá pero preferiría no haber estado, no se crean, en cuanto pueda privatizo. Es probable que sea el resultado del cacao mental, la indecisión, la falta de un programa o, para decirlo claro, de una política: la terrible falta de un programa político. Es, en cualquier caso, una tristeza. Y un peligro raro: si quieren convertirnos en una vasta, plañidera legión de gatas floras, si pretenden gataflorearnos hasta el fondo, no podrían ofrecer mejor ejemplo.

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