Por José Hernán Díaz Varela *
Sobre el lenguaje y la realidad política: Cleto no es cobista, los radicales K sí lo son
A los argentinos nos encantan los “ismos”. Tenemos una predilección por calificar de este modo, en un aparatoso estilo de construcción lingüística, ciertas adhesiones, alineaciones políticas o sociales o simpatías que, la mayoría de las veces, son meras referencias personales que responden, generalmente, a posicionamientos de conveniencia: así tenemos –o teníamos- “lizurumismo”, “maestrismo”, “delarruísmo” o “menemismo”, “duhaldismo”, “dasnevismo”, “kirchnerismo” o el más sutil “cristinismo”. Suena feo, ¿no?. Toda una serie de palabras cacofónicas con significados efímeros y ocasionales.
Sobre el lenguaje y la realidad política: Cleto no es cobista, los radicales K sí lo son
A los argentinos nos encantan los “ismos”. Tenemos una predilección por calificar de este modo, en un aparatoso estilo de construcción lingüística, ciertas adhesiones, alineaciones políticas o sociales o simpatías que, la mayoría de las veces, son meras referencias personales que responden, generalmente, a posicionamientos de conveniencia: así tenemos –o teníamos- “lizurumismo”, “maestrismo”, “delarruísmo” o “menemismo”, “duhaldismo”, “dasnevismo”, “kirchnerismo” o el más sutil “cristinismo”. Suena feo, ¿no?. Toda una serie de palabras cacofónicas con significados efímeros y ocasionales.
El voto “no positivo” de Julio Cleto en aquella recordada madrugada del 17 de julio pasado significó una suerte de “ponerse los pantalones largos” en una función de por sí tan deslucida como la del vicepresidente de la Nación. Aclaro, para los kirchneristas despechados, que el vicepresidente no pertenece al Poder Ejecutivo que, en este país, es unipersonal; es decir, el vicepresidente no tiene por qué coincidir en todo -a menos que se pretenda una alineación acrítica- con el presidente de turno.
El famoso voto desinfló el conflicto entre el sector agropecuario y el gobierno, aflojó la tensión social luego de ciento veinte días de crispación general y catapultó a la primera plana de diarios y noticieros centrales la figura de Julio Cleto Cobos. Y a las veinticuatro horas apareció en escena el “cobismo”, y las figuras públicas más cercanas al vicepresidente se asumieron como “cobistas”. Pero ya veremos que no corresponde aplicar a estos funcionarios semejante epíteto.
Repasemos los hechos: en los días inmediatos a la votación del Senado comenzó la purga en el Ministerio de Planificación. Julio De Vido echó de su lado a seis funcionarios: el subsecretario de Combustibles, Alejandro Rodríguez, el director nacional de Refinación y Comercialización, Eduardo Moreno; de Exploración, Producción y Transportes, Miguel Hassekieff; de Economía de los Hidrocarburos, Carlos Fernández; de Gas Licuado de Petróleo, Daniel Sosa Medina; y la directora de Combustibles Líquidos, Laura Fagot. Todos ellos fueron funcionarios de la administración de Cobos en la gobernación de Mendoza.
Una vez devuelto Julio Cobos a la escena política -luego de su retiro espiritual en Uspallata-, hace pocos días la razzia de sus adeptos continuó, y se llevó puesto a Juan Carlos Jaliff, ex vicegobernador de Mendoza y ahora ex presidente del Instituto Nacional de Vitivinicultura, y es inminente la renuncia del neuquino Horacio “Pechi” Quiroga a su cargo en la Cancillería.
Una represalia con poco de concertación y de pluralidad, que más bien evoca las persecuciones políticas de Mac Carthy (me refiero al senador norteamericano, por supuesto, no al intendente de Trelew, cuyo apellido se escribe con K). En aquellos tiempos, en Estados Unidos el diario Time publicó en tapa “No piense, es antiamericano”. Mutatis mutandi, podrían titular hoy “No piense, es antiK”.
Pero la guerra no tan fría entre Cobos y Cristina continúa. Mientras el vicepresidente se reúne con los personajes más urticantes para la Casa Rosada (como los díscolos De Ángeli o Felipe Solá), la presidenta le sugiere que "hay que saber cuál el camino acertado", aunque inmediatamente aclara que "no quiere decir que todos seamos homogéneos ni que todos repitamos exactamente la misma marchita, o cantemos al unísono". Sin embargo estas palabras, pronunciadas el primero de agosto en un acto en San Martín, provincia de Buenos Aires, se dirigían a los radicales K allí presentes: el intendente local Ricardo Ivoskus, Gustavo Posse, jefe comunal de San Isidro, y Enrique “el japonés” García, de Vicente López. Los tres reafirmaron la alianza con el kirchnerismo. Los tres, inicialmente radicales, coquetearon con otros partidos, mordieron en el vecinalismo y finalmente recalaron en el regazo fraterno del oficialismo kirchnerista. Pero no son los únicos.
Esta particular concertación que lo único que busca es poner los patitos en fila detrás del matrimonio presidencial se fundó, un poco informalmente, con aquella transversalidad impulsada por Néstor durante su gobierno y se definió como alianza política para las elecciones del 2007. Esta componenda se rompió el 17 de julio, y los hechos de los días subsiguientes lo confirmaron: o se quedan “de rodillas”, o están fuera del gobierno, con “roja” directa o excluidos del favor de la chequera de De Vido, cuya cartera quedó expurgada de “tibios”.
Al revisar algunos diccionarios de autor encontré extensas explicaciones sobre la palabra cobista: es “el que da coba”, que significa, como dicen en la Península, adulador o adulón, pelotillero, quitamotas, zalamero, servil o lisonjero. En nuestro país serían sinónimos apropiados alcahuete, chupamedias o el más extendido, elocuente y popular lameculos.
Quizá en esta situación el genio del lenguaje haya acertado. No hacen falta neologismos. Los radicales K son, lisa y llanamente, cobistas.
* José Hernán Díaz Varela
vicepresidente
Unión Cívica Radical - Trevelin
0 Comentá esta nota:
Publicar un comentario