lunes, octubre 27, 2008

Literatura: “El misterioso crimen del Penthouse”


Por Jorge Alberto Baudés *

Queridos amigos de la Comarca Andina, comparto con ustedes algunos retazos de mi mágico mundo.

El misterioso crimen del Penthouse

_ Frangulis, -musitó el inspector apenas transpuso el marco de la habitación. Esa era la expresión que acostumbraba a descerrajar Artemio Spadone cada vez que topaba con un caso complicado. Su ayudante, Jeremías, había desarrollado varias especialidades como perito y comenzó a escudriñar en cada rincón del penthouse tratando de hallar signos que llevaran a entender la confusa muerte del único ocupante del inmueble: Juan Sabsani. Ya habían sido interrogados los vecinos más próximos como así también el locuaz encargado del inmueble, Don Fermín, quien pretendía desentrañar con su amplia bonomía y una exasperante simplificación una muerte que no registraba testigos, ni indicios que permitieren deducir móviles que llevaren a tal desenlace. El cuerpo inerte del occiso era mudo relator de los hechos acaecidos donde las sombras y el silencio ocultaban cómplices la furtiva mano que había acabado con su existencia.

_ Frangulis, -volvió a repetir impaciente Spadone quien recorrió con su mirada en forma escrutadora cada ángulo de la habitación donde yacía inerte el occiso. Las puertas y ventanas no registraban signos de violencia, encontrándose cerradas por dentro. El cuarto estaba desordenado como si una violenta pero breve lucha se hubiese desatado entre el inquilino y su invisible ejecutor. Sin embargo, no había marcas ni golpes en su humanidad y las manchas hemáticas que salpicaban la escena se compadecían con el vómito sangrante que habría atormentado los últimos instantes previos a la expiración del desafortunado hombre.

_ No hay duda de que la muerte ha sido por asfixia, -dictaminó el forense al observarlo en su exámen, agregando al mismo: _ los alvéolos de sus pulmones están inflamados aunque no quedan vestigios de qué sustancia pudiere haberlo provocado.

Unas breves manchas circulares y húmedas en la alfombra avivaron una vez más la agudeza sensitiva del inspector quien detuvo prontamente su mirada en la instalación de las cañerías, las que relucían a pesar de la vetustez del inmueble. Fermín admitió al ser interrogado que él reparaba constantemente las mismas arreglando fugas y obturando fisuras lo que hacía eficientemente tanto con el agua como con el gas. Una nueva mirada escrutadora alcanzó al sagaz inspector para sentenciar al atónito portero con la orden de detención que cursó a los agentes policiales presentes, consolidando sus sospechas aunque ignorando aún el motivo que lo impulsara a tal cometido. _ Está usted arrestado por sospecharlo autor del éste horrendo crimen. _ Confiese Fermín, está usted en graves problemas. No quedan alternativas.

Acuciado por descubrir los indicios que habían puesto en evidencia su autoría y acorralado por la acusadora mirada de Spadone, Fermín encogió sus hombros, y enrojecido su rostro de vergüenza y rabia contenidas reconoció su autoría.

El expediente hubiere sido apenas un trámite más antes de su archivo como otro hecho irresuelto a no ser por la astucia de Spadone quien descubriera que la cañería de agua, previamente desafectada a tal fin había sido la conductora de ese mortal y silencioso asesino: el monóxido de carbono, hábilmente introducido por Fermín al obturar la salida de los radiadores y conectar transitoriamente los ramales de agua y gas de los servicios que él mismo atendía. El móvil del hecho tal vez nunca será develado pero, al menos, la sombra de un asesino penará desde este día, entre lúgubres y silenciosas rejas.

Jorge Alberto Baudés

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