martes, marzo 03, 2009

El asadito


Por Conrado Ferre

Estaban todos reunidos, no faltaba ni uno solo. Festejaban la buena marcha de la gestión en el comienzo de un año complicadito. El gobernador –no importa dónde estuviera sentado– ocupaba el centro.

A ver… mmmm… che, ministro… pasame un poco de chimi…— acomodó el culo en la silla y miró a su retoño.

Estás comiendo poco, nene… Mirá que este cordero vino de regalo y hay que comerlo todo.

El retoño protestó, pero su padre ya estaba en otra cosa. Expeditivo como era, le explicaba a uno de sus funcionarios cómo tratar un tema delicado. Era una lección de tacto y sutileza. Se aclaró la garganta con un carraspeo, tomó un trago de vino y se secó los labios:

Vos tratalos de vagos y atorrantes que así van a andar derecho…

Volvió a toser, esta vez eyectando pequeños fragmentos de cordero sobre la corbata de su subalterno.

Una cosa es lo que se dice— prosiguió —
y otra muy distinta es lo que se dice, no sé si me entendés.

El subalterno quedó perplejo por una fracción de segundo, pero inmediatamente se recompuso y asintió, convencido, con la cabeza. Su instinto de supervivencia le había traído a la memoria ciertas máximas de gente avezada en la lógica del discurso político.

Si hay unos pocos que van al paro yo no me preocupo, hasta nos hace ver abiertos y democráticos. Cosa que somos— afirmó mirando a los costados —El problema es la gran masa de docentes. ¿Y qué dice la gran masa de docentes? Entre nosotros, el mes que viene van a estar diciendo que no les alcanza la plata, porque son unos llorones— a su lado, un asesor simulaba acomodarse el cuello de la corbata para señalarle la presencia de la prensa —Salvo aquellos que día a día— continuó el gobernador con grandilocuencia —siguen con paso firme el rumbo de nuestra gestión, que es para todos y cada uno de los argentinos— (cerrado aplauso) —Pero mientras, que se desahoguen puertas adentro— continuó en voz más baja para el funcionario —
el problema no existe. El reclamo no existe. Y para eso, rienda corta, mano dura e insulto presto: vagos, atorrantes, tienen dos meses de vacaciones y encima se quejan; sean solidarios, carajo.

Las últimas palabras las dijo en un tono más elevado, y mientras tanto mantenía en el tenedor un trozo crujiente de cordero, cuya grasa iba desparramándose con el movimiento circular de sus gesticulaciones, manchando el mantel y las solapas de los circundantes.

Mientras tengan su metro cuadrado de pasto para comer— continuó ya desgarrando el trozo de cordero en su boca —no les interesa nada más.

Sin terminar de masticar, hincó el tenedor y fue preparando otro bocado, abriendo la carne con el cuchillo:

Por suerte, querido— dijo dirigiéndose a todos —existe la clase media: es una promesa de bienestar para la clase baja, y se gobierna sola porque teme perder lo poco que tiene.

—¿Y la clase alta?— preguntó su retoño, el único que se atrevía.

Esos somos nosotros, chambón— todos los comensales estallaron en risotadas dejando ver el bolo de cordero a medio mascar.

El obsecuente del grupo, que no se distinguía mayormente de los demás, extendió un poco la suya para que se oyera claramente de dónde provenía:

Si me permite, gobernador, el cipayo huelguista suele decir que la educación está devaluada, y sin embargo, los miles de docentes que han concurrido a sus trabajos demuestran que sigue vivo el espíritu crítico y el compromiso con el saber.

Se hizo un silencio incómodo que varios intentaron disimular pidiendo un aplauso para el asador. Después, el gobernador se secó los restos de grasa que brillaban en su boca y se deshizo en halagos hacia el corderito patagónico:

Tiene esa cara de bueno que te da risa, no? Falta que venga, prenda el fuego y se suba a la cruz solito. Ministro, me pasa el chimi otra vez…?— y así siguieron.

Pero a unos pasos de allí tenía lugar otro diálogo (telepático éste).

Mendieta: —Así que el docente que trabaja cuando hay paro es la refutación viviente del mal estado de la educación.

Diógenes:
—Mire usté, parece que fuera el síntoma.

Mendieta: —Que lo recontraparió… vamos a otro asado que el corderito me cae mal.

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