Por Daniel Moliterno
¿Por qué Nietzsche? Dicho rápidamente: ¡por amistad!
Si Federico viviera por aquí, seríamos amigos. Probablemente nos veríamos poco, pero, al encontrarnos - como suele decirse - hablaríamos hasta por los codos; o, en completo silencio, gastaríamos todo el vino disponible. Algunas tardes tomaríamos mate fumando al mismo tiempo como escuerzos. Tal vez se le antojase salir a caminar y yo, a regañadientes, lo acompañaría; sólo por amistad.
Nietzsche vaticinó que su mensaje sería comprendido muchos años después; entonces me pregunto y le pregunto: ¿yo te entiendo Federico Nietzsche? Debo confesar que es poco y nada lo que puedo decir acerca de tu pensamiento filosófico, al fin de cuentas hay suficientes académicos que pueden hacerlo; pero puedo identificarme con tu fragilidad, puedo ver con mis ojos tus ojos abiertos al abismo, puedo escuchar tu voz tronando asqueada frente a la mediocridad y la moralina y puedo unir mis manos a las tuyas cuando aprietan las gargantas de los chupamedias del poder de turno.
En mis horas oscuras escucho tu palabra quebrada cantándole a tu águila y a tu serpiente, ¡allí, en la fría caverna montañosa! oculto en el ropaje del alucinado Zaratustra.
Federico y yo seríamos amigos de la noche y en alguna de esas noches desveladas serviríamos otra copa para Jesús, que vendría a visitarnos. Se cruzarían entonces las miradas hasta quedar absortas en la perplejidad del fracaso perfecto.
Le diría: “ya está bien de libros, Federico; aseméjate de nuevo al árbol que amas, el árbol de frondoso ramaje suspendido sobre el mar” y él asentiría con una sonrisa comprensiva. Y en un intento de aliviar el frío, encenderíamos fuego con cada una de las hojas de sus obras y, entre el fuego, el vino y nuestras carcajadas, tendríamos nuestra fiesta, al menos una, en la que no faltaría, seguramente, el recuerdo del amor frustrado.
Éste es el Nietzsche que quiero presentarles, locuaz y silencioso, íntegro y fragmentado, común y excepcional; ícono de la libertad entre cuatro paredes miserables. Un hombre más que un personaje, encarnado en Vicente Calvo, en un contexto escénico sostenido en la labor de Daniel Fernández, Pablo Asorey, Victoria Moliterno y Adriana Martínez, con la generosa colaboración de María de los Ángeles Fernández.
Se trata de mi amigo Federico.. Ecce Homo. ..¡humano, demasiado humano!
Daniel Moliterno
Mirá acá los afiches en detalle¿Por qué Nietzsche? Dicho rápidamente: ¡por amistad!
Si Federico viviera por aquí, seríamos amigos. Probablemente nos veríamos poco, pero, al encontrarnos - como suele decirse - hablaríamos hasta por los codos; o, en completo silencio, gastaríamos todo el vino disponible. Algunas tardes tomaríamos mate fumando al mismo tiempo como escuerzos. Tal vez se le antojase salir a caminar y yo, a regañadientes, lo acompañaría; sólo por amistad.
Nietzsche vaticinó que su mensaje sería comprendido muchos años después; entonces me pregunto y le pregunto: ¿yo te entiendo Federico Nietzsche? Debo confesar que es poco y nada lo que puedo decir acerca de tu pensamiento filosófico, al fin de cuentas hay suficientes académicos que pueden hacerlo; pero puedo identificarme con tu fragilidad, puedo ver con mis ojos tus ojos abiertos al abismo, puedo escuchar tu voz tronando asqueada frente a la mediocridad y la moralina y puedo unir mis manos a las tuyas cuando aprietan las gargantas de los chupamedias del poder de turno.
En mis horas oscuras escucho tu palabra quebrada cantándole a tu águila y a tu serpiente, ¡allí, en la fría caverna montañosa! oculto en el ropaje del alucinado Zaratustra.
Federico y yo seríamos amigos de la noche y en alguna de esas noches desveladas serviríamos otra copa para Jesús, que vendría a visitarnos. Se cruzarían entonces las miradas hasta quedar absortas en la perplejidad del fracaso perfecto.
Le diría: “ya está bien de libros, Federico; aseméjate de nuevo al árbol que amas, el árbol de frondoso ramaje suspendido sobre el mar” y él asentiría con una sonrisa comprensiva. Y en un intento de aliviar el frío, encenderíamos fuego con cada una de las hojas de sus obras y, entre el fuego, el vino y nuestras carcajadas, tendríamos nuestra fiesta, al menos una, en la que no faltaría, seguramente, el recuerdo del amor frustrado.
Éste es el Nietzsche que quiero presentarles, locuaz y silencioso, íntegro y fragmentado, común y excepcional; ícono de la libertad entre cuatro paredes miserables. Un hombre más que un personaje, encarnado en Vicente Calvo, en un contexto escénico sostenido en la labor de Daniel Fernández, Pablo Asorey, Victoria Moliterno y Adriana Martínez, con la generosa colaboración de María de los Ángeles Fernández.
Se trata de mi amigo Federico.. Ecce Homo. ..¡humano, demasiado humano!
Daniel Moliterno
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