viernes, julio 10, 2009

Opinión: “Algunas reflexiones sobre Corcovado: Do you remember genocide?”


Por Prof. Marcos Sourrouille *

Mientras se sigan atribuyendo estas prácticas
al ámbito de la locura, de la maldad o de la enfermedad,
la posibilidad de un nuevo genocidio seguirá en su estado de latencia .


Los hechos de Corcovado forman ya parte del conocimiento de dominio público, aunque la comodidad incite a no registrarlos en todo su profundo significado. En la banalización de todo –pero en especial del sufrimiento del otro- que se impone como tendencia en esta sociedad posgenocida , no es sorprendente que la muerte, la tortura, el abuso sexual o incluso la desaparición de una persona puedan “perderse de vista” arrastrados por el vómito de información aparentemente privada de sentido al que se nos somete a diario. ¿No tienen sentido?

Primera des-naturalización necesaria: se supone –desde el sentido común, pero también desde las teorías republicanas o burguesas de la soberanía- que la función del estado es preservar la vida de sus habitantes. Nos encontramos frente a un caso en que el estado –a través de sus funcionarios- mata. ¿Cómo puede –filosóficamente, pero también en los hechos- dar ese paso?

En palabras de Michel Foucault “la raza, el racismo, son –en una sociedad de normalización- la condición de la aceptación del homicidio” . Es decir (simplificando al extremo): el estado puede ejercer la función de muerte en forma “legítima” cuando lo hace sobre un otro “anormal”, que represente un peligro para la sociedad, con respecto a la cual el estado se plantea un deber de defensa.

Esa lógica subyace al genocidio moderno, perpetrado por formaciones sociales capitalistas o en proceso de constitución como tales . En el genocidio perpetrado en la Argentina reciente, la figura legitimante en la construcción de la otredad negativa a eliminar fue el delincuente subversivo. En la experiencia del nazismo en Europa, operaron otras figuras, como el judeo-bolchevique. En el genocidio poscolonial que es parte constituyente del estado nacional argentino, las figuras que “personificaron” esa otredad negativa, asociada en forma genérica a la “barbarie”, fueron las del indio y aún el gaucho, en tanto que sujetos sociales que representaban un obstáculo al “progreso”.

Tal vez el caso de la familia Bustos en Corcovado sea el emergente de una construcción de otredad negativa en curso. Miremos los noticieros, leamos los diarios, escuchemos y leamos a los funcionarios estatales, a los voceros de la dominación clasista. El otro negativo hoy es el terrorista, en términos a veces muy fantasmagóricos y generales. Pero también se lucha, “en defensa de la sociedad”, contra la figura más “cercana” representada por la delincuencia. Y la pertenencia a ese grupo no se define por el hecho concreto de haber cometido un delito penalmente tipificado. La figura, y la adscripción de un individuo, familia o grupo social al colectivo se define desde los perpetradores…

El proceso no es lineal, pero el énfasis en esta figura –delincuencia- es creciente en los últimos dos o tres lustros. Y ya no estamos en un período en el que la marcación de esta figura sea sólo discursiva, ni mucho menos. Ya es parte del discurso del sentido común la necesidad de reprimir, de que el estado y sus fuerzas de seguridad “hagan algo” para solucionar el problema. ¿Qué grado de avance podemos atribuir a esta construcción ideológica, a juzgar por la repercusión diferencial de las muertes en el mismo hecho del hermano del prófugo Bustos y un agente de la Policía? ¿Cómo se construye socialmente un muerto reivindicado como mártir y otro negado en su carácter de víctima?

La lectura de la situación es inviable en forma de un hecho aislado: en la misma serie de hechos –recordemos- debemos incluir lesiones gravísimas, allanamientos violentísimos, torturas, abuso de menores, un desaparecido. No sólo estamos en un contexto en el que semejantes prácticas son posibles, sino que también es necesario registrar cuáles son los discursos producidos en torno a los hechos: los voceros del estado (el gobernador provincial incluido) defienden y justifican el accionar de las fuerzas represivas. Tomar partido por las víctimas, denunciar los hechos, es –en el discurso “oficial”, en el discurso de parte de la sociedad- “defender a los delincuentes”. Los “medios de comunicación”, en general, reproducen acríticamente este discurso u optan por el silencio (que, según expertos recientes en prácticas sociales genocidas, es igual a “salud”). ¿Una vez más nos llamaremos al silencio como sociedad, a mirar para otro lado mientras los presos, torturados y/o desaparecidos sean otros? ¿Hasta qué punto esperaremos pasivamente que la figura de la delincuencia, la criminalización de lo no normalizable, avance? ¿Hasta dejarnos como parte de aquéllos plausibles de ser parte de las víctimas de la represión de los anormales? ¿Tan seguros nos sentimos de nuestra “normalidad”?

La tendencia a la utilización de la figura del delincuente como otro negativo, “exterminable”, tiene también sus límites dentro de las sociedades de normalización contemporáneas. La figura del delincuente ha permitido, históricamente, un control social sobre toda la sociedad . La sociedad normalizadora necesita de la figura del delincuente, del otro peligroso. En todo caso, el discurso de la lucha contra “el terrorismo” o “los delincuentes” no es más que la máscara de la búsqueda de la anulación de relaciones sociales que en distintos modos resisten a la normalización .

Las prácticas sociales genocidas se construyen históricamente, no son desgracias externas que se desencadenan por sí solas sobre sociedades indefensas. Mirar para otro lado es inviable en términos éticos. Igual de inviable es desentenderse, en términos analíticos, de las potencialidades genocidas de las sociedades capitalistas. Ambas variantes implican negar la realidad, y por ende ser incapaces –a veces, incluso, por propia elección- de comprenderla. Proponemos aquí, entonces, algunas herramientas para poder preguntarnos sobre el sentido de los hechos, para poder plantear hipótesis explicativas, para intentar comprender el mundo en que vivimos. Empezar a entender es desesperante, pero negarse a entender es obsceno.

[1] Feierstein, Daniel, Seis estudios sobre genocidio. Análisis de las relaciones sociales: otredad, exclusión y exterminio, Eudeba, Buenos Aires, 2000, p. 17.
[2] Revisar las notas en diversos medios de prensa locales, regionales y nacionales. La construcción del discurso sobre los hechos desde los voceros oficiales (funcionarios y prensa paraestatal) es parte de los hachos a considerar para comprender qué está pasando.
[3] Coincidimos con Feierstein (op. cit.) en señalar el carácter doblemente posgenocida de la formación social cuya manifestación superestructural encarna el estado nacional argentino (es decir: un primer genocidio como práctica social constituyente del estado nación “moderno”; un segundo genocidio cuya “fase de exterminio” podemos situar en los años ’70 y principios de los ’80).
[4] Foucault, Michel, Genealogía del racismo, Ed. Altamira, La Plata, 1996, p. 207.
5 Para una clasificación de los distintos tipos de genocidio, consultar Feierstein, Daniel, El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007, pp. 99 y ss.
6 Foucault, Michel, “La sociedad punitiva”, en La vida de los hombres infames, Ed. Altamira, La Plata, 1996, pp. 37-50.
7 Amén de la aparente paradoja de utilizar el terror y la delincuencia como prácticas sociales concretas para “defender a la sociedad” de los presuntos peligros que se señalan con esos rótulos
.

* DNI Nº 27.147.125

Nota relacionada: Convocan a una marcha contra la impunidad

1 Comentá esta nota:

Anónimo dijo...

Excelente nota. Es aplicable a otras representaciones negativas que realizan los gobiernos en Chubut, por ejemplo: los ocupas de tierras,los piqueteros. La "lexicalización negativa" es el primer paso para la construcción de una representación que luego, hará a los grupos, merecedores del accionar represivo del estado. Aqui si tenemos mucho para hacer los docentes, los comunicadores, y periodistas.

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