lunes, junio 28, 2010

Poética de la pareja y el “todo vale global”

Por Lic.Rose Marie Ruiz Vicente *

Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo. No estoy en este mundo para llenar tus expectativas y tú no estás en este mundo para llenar las mías. Yo soy yo y tú eres tú. Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso. Si no, no puede remediarse.
Fritz S. Perls (1893-1970)

Qué avatares del lenguaje, de la palabra y del cuerpo han sido vencidos por el anquilosamiento, lo traumático no resuelto y retornan vigentes actualizados en los lazos que vamos construyendo en el ámbito de la pareja humana.

Acaso podemos entender nuestra soledad, alimentar nuestra soledad positiva y elaborar aquella que es malsana para amplificar los territorios del amor.

Qué ecuación desconocida se instala en nuestras actuaciones de pareja, de dónde vienen las palabras y/o reacciones que vamos retomando día a día, qué de nuestros estilos de comunicación nos produce crecimiento y nos aporta felicidad en el vínculo y cuáles son las marcas de nuestra historia que deberemos repensar, retocar, reparar como personas, como parejas.

Las marcas de nuestra historia de vida contienen algunas de las pistas de nuestros comportamientos actuales, no una mirada maniquéa de cómo resolvimos o dejamos de resolver el Edipo sino una mejor comprensión de cómo se ha constituído nuestro ser, qué identidad portamos, cómo hemos construído nuestra identidad sexual, nuestra inteligencia emocional y nuestra idea del amar. Allí y aquí y ahora hay claves que nos permiten reflexionar acerca de la singularidad, histórica y dialéctica que es la pareja humana que somos y que deseamos ser.

El juego de voces, de mensajes, de sentidos, olores y sabores y colores que definen los mapas y territorios de la pareja nos hablan de otras regiones y zonas que ocultan claves para nuestro crecimiento y el propio impulso al conocimiento, al descubrimiento que se da en la pareja, es una excelente oportunidad para reconocer quiénes somos y también quiénes queremos ser. Estar en pareja es una propuesta, un acto de creación para crecer como seres humanos, es una suerte de espejo con aumento para nuestra individualidad y también un aporte que desde lo personal se puede hacer en el territorio de dos.

La poética de la pareja, con todas sus metáforas y fantasmas, con sus luces y sombras es una puerta abierta para el redescubrimiento de nuestra identidad, para la reparación de lo traumático individual y colectivo, para la habilitación de la posibilidad de la felicidad en sintonía con otro ser, sin dejar de ser uno mismo, sin entender la felicidad como camino lineal, absoluto sino marcada por lo provisorio, lo efímero, lo episódico, pero digna de ser explorada con goces y costes dignamente, tal vez en la plenitud de su perentoriedad.

La posibilidad de fluir en el amor, esa semblanza del deseo, que hecho carne o no sublima nuestra necesidad que compartir, de afirmación, de comunicación con otros, nos otorga cierto grado de libertad para construir el encuentro, acaso un encuentro con múltiples desencuentros, por qué no?

El reconocimiento de nuestra singularidad como sujetos, se hace presente en el hábitat de la pareja humana que a su vez enarbola una nueva singularidad que le es propia y no es ajena de los grupos, las instituciones y la sociedad en general donde se ama.

Hasta nuestros días podemos examinar algunos de los hallazgos que en el campo de la historia y la clínica psicológica, de las psicoterapias, que se presentan cómo relevantes para abordar el estudio y tratamiento de los avatares de la pareja humana, incluso podríamos visualizar algunas líneas que serían principios promotores de salud mental en el campo de la pareja humana. Sin dudas no es un campo concluyente y el patrimonio conseguido si bien es parte de la historia de la humanidad, en ocasiones se percibe como un acervo aún alejado de la posibilidad de la apropiación de las personas.

No solo se trata de datos, información, ni siquiera de la puesta en marcha de exquisitos dispositivos de ayuda social para abordar la problemática de la pareja humana y de la violencia de género. Estos sin dudas, son componentes a garantizar por los estados, pero debemos recordar que los mismos operan en un marco de interrelaciones globales donde ciertos consumos de nuestro tiempo la misma información, el cuerpo, el sexo, y también el amor, el odio, el divorcio, el casamiento son conceptos equiparados en el mismo nivel que las ventas de ipad o de las máquinas de afeitar. Todo vale, todo se compra y se vende o se encuentra en Internet. Un esquema de vida que nos vocifera que no nos funciona.

La mercantilización de la vida, convertir al hombre y a la mujer también en objetos es violencia y condición para que se reproduzcan distintas formas de violencia social. Este corrimiento de jerarquías, este borramiento de subordinaciones, esta deshumanización de nuestra condición desfavorece la posibilidad de erigirnos como sociedad, como pareja humana en un marco más amoroso y positivo.

De ahí que la violencia de género como otra forma de violencia social se inscribe en este entramado del consumismo global que es, como se palpa, destructivo y enloquecedor para todo tejido subjetivo, afectivo y humano que se quiera tejer.

La violencia de género es un síntoma, una de las puntas del iceberg de una sociedad que clama por un trato más sano para sí misma, que deberá aprender a curarse y que tal vez pueda encontrar su propia explicación a las raíces del odio, la crueldad, de su omnipotencia y sus excesos. Tal vez, alguna vez, se permita reaprender el amor, la sensibilidad, el verdadero poder de la ternura, esa lección que nos hará humanos y un poco más felices.

* Psicóloga-terapeuta floral-homeópata
Escrito en Portonovo, Pontevedra
Galicia, 8 de junio de 2010.

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