Por Juan A. Zuoza *
Sigo atentamente el debate sobre la prohibición de fumar y me parece que ambas partes tienen su cuota importante de razón y un equilibrio es posible, sobre todo conociendo a los que han escrito y sabiendo que son buena gente de buenas intenciones, simplemente en desacuerdo.
No fumo, no bebo (salvo cada tanto, o un buen vinito con algunas comidas), y mucho menos me drogo. Algunos dicen que soy marciano, pero bue… cada uno en lo suyo.
Sin embargo, por suerte todos somos muy diferentes y en una sociedad plural no se puede “prohibir” lo que hacen nuestros semejantes y que no nos gusta. Detesto el humo de cigarrillo en un restaurante, sin embargo, si hay un lugar para fumadores, me parece estupendo, es decir, espacios para todos. En una oficina pública, donde uno no va por placer, sino por obligación es ilógico pensar en lugares para fumadores y no fumadores por lo que no veo para nada mal que no se lo pueda hacer, después de todo, nadie se muere por no fumar un ratito.
Pero el tema de fondo es “prohibir o no prohibir”, esa es la cuestión. Personalmente creo que las prohibiciones en general devienen de la falta de capacidad para acordar, buscar soluciones o atacar las consecuencias y no el problema en sí.
Si Mr. Moliterno está arraigado al pucho, es como consecuencia de una vida entera de su costumbre o adicción, lo que significa que no se puede pretender que los fumadores como él dejen el pucho o sus costumbres de un día para el otro o que escondan su cabeza en un pozo por “neo-herejes”.
Y cuando digo costumbres no me refiero a una estupidez. Hay quienes realmente disfrutan de una charla en un bar, pucho en mano, hablando de la vida. Y eso es totalmente respetable, es un folclore, una costumbre de muchos.
El error parte de las personas que reglamentan al pretender que la gente actúe a su imagen y semejanza. Todos deseamos un mundo bonito, con flores coloridas y gente sana, pero no se lo puede lograr por el simple hecho de imponer el estereotipo de uno por sobre los demás.
Como algunos no salen, bueno, que se cierren los bares, pubs y boliches bien tempranito. Como otros no beben, bueno, que se prohíba la venta de alcohol… y mañana qué? Como algunos no viven del comercio, bueno, reglamentemos sin importar si el negocio se transforma en poco o nada rentable…
Noto, sin ninguna estadística ni estudio formal, que en los últimos 20 años la cantidad de fumadores (o porcentaje de ellos) ha disminuido, principalmente por la concientización de la gente sobre los daños que produce el pucho. Entonces vemos que la concientización es el camino efectivo, largo, costoso, pero realmente bueno. La prohibición, en cambio, genera confrontación y rechazo.
Mucha gente busca llenar algún espacio vacío de alguna manera. Algunos se refugian en el pucho, otros en el alcohol, otros en las drogas. Pero también hay maneras de llenar esos espacios a través de actividades placenteras e interesantes, llámese artes, deportes, hobbies, estudios, etc.
Creo que el verdadero impulso a que la gente sea libre para expresarse en la actividad que más le guste es el mejor camino para que de a poco, lentamente, la gente tenga opciones más sanas para reemplazar lo que sabemos que es insalubre. Pero es un cambio que tarda generaciones en surtir efecto, nunca se puede pretender que sea de un día para el otro.
Las prohibiciones, por otra parte, pueden resultar contraproducentes… ¿Con qué van a saciar su necesidad inmediata esas personas?
Como conclusión final podemos deducir que reglamentar no es para cualquiera. Una visión plural y global sobre las verdaderas afectaciones de lo que se reglamenta es imprescindible. Y esto se traduce a todos los ámbitos y actividades.
La comprensión de que el ser humano tiene las más diversas costumbres es esencial para cada punto y coma de toda reglamentación.
Aunque la velocidad con la que se mueve el mundo en estos días, plagado de histeria colectiva, el ritmo enfermizo de los medios de comunicación, etc, Alejan a la gente de la reflexión y el pensamiento, del análisis profundo y de la búsqueda de caminos a largo plazo y de soluciones efectivas. Es allí donde nacen muchas prohibiciones apresuradas.
* DNI 23.968.540
Notas relacionadas:
Sigo atentamente el debate sobre la prohibición de fumar y me parece que ambas partes tienen su cuota importante de razón y un equilibrio es posible, sobre todo conociendo a los que han escrito y sabiendo que son buena gente de buenas intenciones, simplemente en desacuerdo.
No fumo, no bebo (salvo cada tanto, o un buen vinito con algunas comidas), y mucho menos me drogo. Algunos dicen que soy marciano, pero bue… cada uno en lo suyo.
Sin embargo, por suerte todos somos muy diferentes y en una sociedad plural no se puede “prohibir” lo que hacen nuestros semejantes y que no nos gusta. Detesto el humo de cigarrillo en un restaurante, sin embargo, si hay un lugar para fumadores, me parece estupendo, es decir, espacios para todos. En una oficina pública, donde uno no va por placer, sino por obligación es ilógico pensar en lugares para fumadores y no fumadores por lo que no veo para nada mal que no se lo pueda hacer, después de todo, nadie se muere por no fumar un ratito.
Pero el tema de fondo es “prohibir o no prohibir”, esa es la cuestión. Personalmente creo que las prohibiciones en general devienen de la falta de capacidad para acordar, buscar soluciones o atacar las consecuencias y no el problema en sí.
Si Mr. Moliterno está arraigado al pucho, es como consecuencia de una vida entera de su costumbre o adicción, lo que significa que no se puede pretender que los fumadores como él dejen el pucho o sus costumbres de un día para el otro o que escondan su cabeza en un pozo por “neo-herejes”.
Y cuando digo costumbres no me refiero a una estupidez. Hay quienes realmente disfrutan de una charla en un bar, pucho en mano, hablando de la vida. Y eso es totalmente respetable, es un folclore, una costumbre de muchos.
El error parte de las personas que reglamentan al pretender que la gente actúe a su imagen y semejanza. Todos deseamos un mundo bonito, con flores coloridas y gente sana, pero no se lo puede lograr por el simple hecho de imponer el estereotipo de uno por sobre los demás.
Como algunos no salen, bueno, que se cierren los bares, pubs y boliches bien tempranito. Como otros no beben, bueno, que se prohíba la venta de alcohol… y mañana qué? Como algunos no viven del comercio, bueno, reglamentemos sin importar si el negocio se transforma en poco o nada rentable…
Noto, sin ninguna estadística ni estudio formal, que en los últimos 20 años la cantidad de fumadores (o porcentaje de ellos) ha disminuido, principalmente por la concientización de la gente sobre los daños que produce el pucho. Entonces vemos que la concientización es el camino efectivo, largo, costoso, pero realmente bueno. La prohibición, en cambio, genera confrontación y rechazo.
Mucha gente busca llenar algún espacio vacío de alguna manera. Algunos se refugian en el pucho, otros en el alcohol, otros en las drogas. Pero también hay maneras de llenar esos espacios a través de actividades placenteras e interesantes, llámese artes, deportes, hobbies, estudios, etc.
Creo que el verdadero impulso a que la gente sea libre para expresarse en la actividad que más le guste es el mejor camino para que de a poco, lentamente, la gente tenga opciones más sanas para reemplazar lo que sabemos que es insalubre. Pero es un cambio que tarda generaciones en surtir efecto, nunca se puede pretender que sea de un día para el otro.
Las prohibiciones, por otra parte, pueden resultar contraproducentes… ¿Con qué van a saciar su necesidad inmediata esas personas?
Como conclusión final podemos deducir que reglamentar no es para cualquiera. Una visión plural y global sobre las verdaderas afectaciones de lo que se reglamenta es imprescindible. Y esto se traduce a todos los ámbitos y actividades.
La comprensión de que el ser humano tiene las más diversas costumbres es esencial para cada punto y coma de toda reglamentación.
Aunque la velocidad con la que se mueve el mundo en estos días, plagado de histeria colectiva, el ritmo enfermizo de los medios de comunicación, etc, Alejan a la gente de la reflexión y el pensamiento, del análisis profundo y de la búsqueda de caminos a largo plazo y de soluciones efectivas. Es allí donde nacen muchas prohibiciones apresuradas.
* DNI 23.968.540
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Sigo también esta discusión y sigo sin encontrar defensa para "el otro". Nadie se preocupa de los demás. Todos hablan en defensa del que fuma, del que bebe, del que se droga. Nadie reclama por las consecuencias de esas acciones sobre "el otro", una condición básica de la ética.
Cuando "el otro" se ve afectado y no tiene cómo defenderse, quién acude en su defensa?
Si el otro es un niño, quién lo protege de las consecuencias de respirar aire lleno de humo? Cuando el otro es un anciano, quién lo protege de respirar aire lleno de humo?
Veo que todos están viendo solamente la parte del problema que los afecta directamente, sin importar los deberes que significan para quienes legislan, en este caso en salud.
Desde hace ya muchos años que se vienen agregando espacios de prohibición de fumar: en transportes públicos, primero fueron los subterráneos, luego los colectvos y trenes, después los aviones, más tarde los edificios públicos, escuelas, hospitales, y ahora por cualquier espacio cerrado donde la gente se vea obligada a convivir, aunque sea por un breve periodo.
Convivir, vivir con el otro, no a pesar del otro.
Si empezamos a pensar en "el otro", vamos a encontrar el límite justo, el equilibrio del que tanto se habla. Mientras eso no ocurre porque la visión de la vida en sociedad parece ser cada vez más individualista y egocéntrica, alguien más tendrá que velar por los derechos del otro, respuesta merecida cuando como sociedad no hemos sabido madurar y vivir los valores que tanto nos llenan la boca.
Raúl Matelo
DNI 13641112
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