Por Javier Molina *
Las consideraciones aquí expresadas no representan ni al partido ni al bloque en el cual me desempeño y corren por mi estricta responsabilidad.
En las variables de análisis resultados de ayer la dimensión sociocultural tiene una relevancia casi excluyente o por lo menos de un peso específico muy destacado. Estamos ante un fenómeno de masas que desde hace décadas a los partidos no peronistas les cuesta comprender.
Con matices, el PJ en sus dos expresiones prevaleció en casi todos los subuniversos socioelectorales. Jóvenes, adultos y ancianos; clases bajas, medias y altas; sectores de consumo de bienes suntuosos y entre aquellos que destinan casi la totalidad de sus ingresos a la canasta básica de alimentos encontraron su representación en alguna de las alternativas peronistas.
El Justicialismo predominó en quienes disponen de prestaciones sociales y en el sector informal del empleo. Entre los monotributistas, los pequeños y medianos emprendedores y los empresarios de los últimos eslabones de producción en serie. En el sector público y privado. Entre universitarios y quienes no concluyeron la primaria. En aquellos que consideran un fracaso a las políticas de seguridad pública del gobierno por garantista y en quienes ponen el acento en el sistema capitalista como principal veneno que explica el escenario de la criminalidad. También lo hizo entre los constitucionalistas, los republicanos y los basitas.
Aún cuando existan contextos en los que se manifiesten más explícitamente, la preeminencia cultural del peronismo ya no está asociada a una estética iconográfica de mediados del siglo XX, y ellos fueron los primeros en advertirlo. En la última década hubo verdaderas y profundas mudas de ropajes comunicacionales en esa fuerza política.
En este sentido, ¿se puede hacer un juicio ético a ese comportamiento? Parcialmente. Pero sería insuficiente e ingenuo abordarlo desde esa perspectiva. A poder político no se lo pude juzgar desde ese ángulo. La política es la disputa por alcanzar, retener y ampliar el poder. No justifica ello que se lo persiga con medios ilegales, pero hacemos referencia a los fines y objetivos racionales y prácticos del ejercicio de la política.
No significa que se presenten coyunturas electorales en las que se produzcan virajes en el humor de la sociedad que le hagan poner su mirada en otras propuestas. 1983 con Alfonsín, el socialismo santafesino, el caso reciente del ARI en Tierra del Fuego, el proceso que se da en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Este último, un contexto muy específico debido a la mixtura que constituye su electorado, entre otros elementos de análisis. Aludimos a fenómenos estructurales, a movimientos quizá finos pero sostenidos del comportamiento político de la sociedad.
Uno de ellos es el que se da en el Senado Nacional (en teoría, representación directa de los intereses provinciales), que desde la recuperación del ciclo democrático cuenta ininterrumpidamente con mayoría justicialista. Esa elección, en apariencia distante de los escenarios locales, debería considerarse con mayor detenimiento y profundidad.
Ayer todo el arco político no peronista retrocedió significativamente. Las razones sabrán explicarlas particularmente cada partido, pero me atrevo a señalar que hay un factor que los atraviesa: no pueden interpretar los problemas materiales de la comunidad y en consecuencia tampoco pueden hablar su lenguaje medio. Asimismo, cometen el error de considerar como variables constantes a ciertas coyunturas: el conflicto con “el campo”, hechos de corrupción, una derrota electoral en algún distrito, etc.
De igual modo, en materia de estrategias de resolución de liderazgos internos, podemos apreciar cómo a UCR optó por el consenso y perdió; el ARI tuvo sus primeras elecciones y se desangró al igual que le ocurrió al PACh. El radicalismo paga caro su conservadurismo, entendiendo por tal a la falta de arrojo y atrevimiento para intentar gobernar. En esa fuerza hubo más temor a perder lo que se tenía que la voluntad real de ganar lo que se había perdido. A la Coalición Cívica se le factura su bajo profesionalismo político y pretender abordar los problemas públicos como si se tratase de una ONG. El PACh, que pretendió una vez más instalar el discurso federal, en los hechos se evaporó.
Claro que también debemos contemplar aspectos de poder real, factores y recursos económicos, debilidades institucionales de nuestro sistema de partidos y democrático en general, pero excede a este primer análisis.
Por último, no concuerdo con quienes sostienen que el gobernador haya perdido o la presidenta y sus representantes provinciales lo hayan hecho. Ambos ganaron. En ocho años Mario Das Neves venció en dos elecciones a gobernador y está disputando una tercera; dominó cuatro elecciones consecutivas, impuso intendentes, concejales, diputados provinciales y nacionales y renovó estructuras internas de su partido. Es muchísimo en términos políticos si lo analizamos con honestidad intelectual.
Por su parte, el gobierno nacional también obtuvo un triunfo. Empardó al oficialismo compitiendo con la altísima influencia que tienen los poderes territoriales. Ganó en Comodoro cuando el candidato del oficialismo era esa ciudad e hizo lo propio en Rawson. En Trelew no estaba más que Yahuar y Cristina. Sin figuras públicas locales de peso real sólo ellos dos hicieron una gran elección.
¿Es malo para la democracia? Sí que lo es. Habrá un estrangulamiento de todas sus expresiones institucionales parlamentarias locales y en la legislatura provincial. Pero aún así, los partidos no peronistas tienen mucho que aprender de su propia sociedad.
* Asesor parlamentario y comunicacional CC-ARI. Legislatura de la Provincia del Chubut
Las consideraciones aquí expresadas no representan ni al partido ni al bloque en el cual me desempeño y corren por mi estricta responsabilidad.
En las variables de análisis resultados de ayer la dimensión sociocultural tiene una relevancia casi excluyente o por lo menos de un peso específico muy destacado. Estamos ante un fenómeno de masas que desde hace décadas a los partidos no peronistas les cuesta comprender.
Con matices, el PJ en sus dos expresiones prevaleció en casi todos los subuniversos socioelectorales. Jóvenes, adultos y ancianos; clases bajas, medias y altas; sectores de consumo de bienes suntuosos y entre aquellos que destinan casi la totalidad de sus ingresos a la canasta básica de alimentos encontraron su representación en alguna de las alternativas peronistas.
El Justicialismo predominó en quienes disponen de prestaciones sociales y en el sector informal del empleo. Entre los monotributistas, los pequeños y medianos emprendedores y los empresarios de los últimos eslabones de producción en serie. En el sector público y privado. Entre universitarios y quienes no concluyeron la primaria. En aquellos que consideran un fracaso a las políticas de seguridad pública del gobierno por garantista y en quienes ponen el acento en el sistema capitalista como principal veneno que explica el escenario de la criminalidad. También lo hizo entre los constitucionalistas, los republicanos y los basitas.
Aún cuando existan contextos en los que se manifiesten más explícitamente, la preeminencia cultural del peronismo ya no está asociada a una estética iconográfica de mediados del siglo XX, y ellos fueron los primeros en advertirlo. En la última década hubo verdaderas y profundas mudas de ropajes comunicacionales en esa fuerza política.
En este sentido, ¿se puede hacer un juicio ético a ese comportamiento? Parcialmente. Pero sería insuficiente e ingenuo abordarlo desde esa perspectiva. A poder político no se lo pude juzgar desde ese ángulo. La política es la disputa por alcanzar, retener y ampliar el poder. No justifica ello que se lo persiga con medios ilegales, pero hacemos referencia a los fines y objetivos racionales y prácticos del ejercicio de la política.
No significa que se presenten coyunturas electorales en las que se produzcan virajes en el humor de la sociedad que le hagan poner su mirada en otras propuestas. 1983 con Alfonsín, el socialismo santafesino, el caso reciente del ARI en Tierra del Fuego, el proceso que se da en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Este último, un contexto muy específico debido a la mixtura que constituye su electorado, entre otros elementos de análisis. Aludimos a fenómenos estructurales, a movimientos quizá finos pero sostenidos del comportamiento político de la sociedad.
Uno de ellos es el que se da en el Senado Nacional (en teoría, representación directa de los intereses provinciales), que desde la recuperación del ciclo democrático cuenta ininterrumpidamente con mayoría justicialista. Esa elección, en apariencia distante de los escenarios locales, debería considerarse con mayor detenimiento y profundidad.
Ayer todo el arco político no peronista retrocedió significativamente. Las razones sabrán explicarlas particularmente cada partido, pero me atrevo a señalar que hay un factor que los atraviesa: no pueden interpretar los problemas materiales de la comunidad y en consecuencia tampoco pueden hablar su lenguaje medio. Asimismo, cometen el error de considerar como variables constantes a ciertas coyunturas: el conflicto con “el campo”, hechos de corrupción, una derrota electoral en algún distrito, etc.
De igual modo, en materia de estrategias de resolución de liderazgos internos, podemos apreciar cómo a UCR optó por el consenso y perdió; el ARI tuvo sus primeras elecciones y se desangró al igual que le ocurrió al PACh. El radicalismo paga caro su conservadurismo, entendiendo por tal a la falta de arrojo y atrevimiento para intentar gobernar. En esa fuerza hubo más temor a perder lo que se tenía que la voluntad real de ganar lo que se había perdido. A la Coalición Cívica se le factura su bajo profesionalismo político y pretender abordar los problemas públicos como si se tratase de una ONG. El PACh, que pretendió una vez más instalar el discurso federal, en los hechos se evaporó.
Claro que también debemos contemplar aspectos de poder real, factores y recursos económicos, debilidades institucionales de nuestro sistema de partidos y democrático en general, pero excede a este primer análisis.
Por último, no concuerdo con quienes sostienen que el gobernador haya perdido o la presidenta y sus representantes provinciales lo hayan hecho. Ambos ganaron. En ocho años Mario Das Neves venció en dos elecciones a gobernador y está disputando una tercera; dominó cuatro elecciones consecutivas, impuso intendentes, concejales, diputados provinciales y nacionales y renovó estructuras internas de su partido. Es muchísimo en términos políticos si lo analizamos con honestidad intelectual.
Por su parte, el gobierno nacional también obtuvo un triunfo. Empardó al oficialismo compitiendo con la altísima influencia que tienen los poderes territoriales. Ganó en Comodoro cuando el candidato del oficialismo era esa ciudad e hizo lo propio en Rawson. En Trelew no estaba más que Yahuar y Cristina. Sin figuras públicas locales de peso real sólo ellos dos hicieron una gran elección.
¿Es malo para la democracia? Sí que lo es. Habrá un estrangulamiento de todas sus expresiones institucionales parlamentarias locales y en la legislatura provincial. Pero aún así, los partidos no peronistas tienen mucho que aprender de su propia sociedad.
* Asesor parlamentario y comunicacional CC-ARI. Legislatura de la Provincia del Chubut
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