Por Lino Pizzolon
Ser espíritu de lenga, tener alma de lenga
es respirar en sus bosques el oxígeno emanado de sus hojas,
beber su química y dejarse penetrar de su física invisibles;
es ser sensible a la invitación acogedora de los claros en el bosque y detenerse en ellos hasta escuchar la melodía silenciosa;
es abrazarse al hermano árbol, pedir, agradecer
y sentir sus energías curativas y la restauración interior;
Tener alma de lenga
es aprender a hundir las raíces en la tierra, en lo oscuro, y extraer de allí el nutrimento esencial,
y es saber llevarlo y brindarlo elaborado, al cielo,
es saber abrirse a la luz, desplegar todas la ramas y aprovecharla toda;
es saber resistir los embates del viento,
tener alma de lenga es quebrarse pero no doblarse;
es soltar los gajos o casi todo el ser, y seguir allí, de pié, con lo que queda;
Tener alma de lenga es sentir el llamado del bosque de lo alto
Y acudir cuando es el momento, dejando todo;
Tener alma de lenga es, en fin,
aceptar que las hojas se caen todos los años,
Que la vida se achica, se encoge, se hunde hacia adentro
Y que solo de esta manera, es posible el reinado en esas alturas,
en lugares que de otra manera no serían más que páramos de rocas yermas.
Ser lenga es aceptar perder las hojas cada otoño, saber esperar y no reverdecer antes de tiempo. Es sumirse en lo oscuro ...”si el grano de trigo no muere...”, aceptar los procesos de desprendimiento, de descomposición, y muerte en uno mismo, como condición para verdaderos resurgimientos, renacimientos.
Perder las hojas es desprenderse de los logros (y de los fracasos también),
es soltar; soltar y confiar, entregados, gozosos, que estamos siendo partes de una química más vasta, y que SABE a dónde va.
Tener alma de lenga, es aceptar la muerte y caer en el último embate del viento o carga de nieve,
Y dejar un claro en el bosque para que los retoños puedan explayarse hacia la Luz.
Tener alma de lenga es saberse y asumir muchos estadios: bebé, creciente, erguida, poderoso árbol, quebrada, tumbada, semienterrada pudriéndose, ... colchón de hojas que cada año queda bajo la nieve y que devuelve así los nutrientes al suelo; para que irán a las nuevas hojas de las próxima primavera, o que irán a los arroyos y vertientes como alimento de la vida microbiana e invertebrada. Vida que crea y mantiene vida, vida, muerte y vida siempre juntas.
Tener alma de lenga es no quejarse si el viento sopla de más,
sino agrandar y fortalecer las raíces y aferrarse mejor a la roca.
Es saber ser avanzada, centinela, atalaya de la vida, un risco-proa o también, disfrutar de la protección que da estar en el medio de un bosque frondoso;
Es saber convertirse en cenizas llegado el caso, y renacer más adelante con renovados verdores;
Ser lenga es dar cobijo y alimento al pájaro carpintero, al huemul y al pudú; es dar belleza y alimento -el llao-llao- al caminante hambriento.
Tener alma de lenga es sostener y dar comida, material y espiritual, a quien lo necesite.
Tener alma de lenga es, sobre todo, saber empezar de nuevo,
Con la misma alegría virginal con que cada año llega la primavera
Sólo el bosque virgen, que no ha sido ensuciado con “proyectos”, conserva y trasmite su carácter sagrado y su magia, sus duendes y su poder curativo.
Bosque de nadie y de todos: el cartel “propiedad privada” destruye tu sacralidad; alambrado, guardias, mastines, son un insulto.
Bendita seas Nothofagus dombeyii, reina de las alturas
que cuidas, proteges y alimentas nuestras aguas.
Tu das de comer a los arroyos y vertientes
Creas vida en ellos, das cobijo a aves y huemules y lagartijas
el cóndor te vigila desde lo alto.
Caminar en tus bosques es sumergirse en un festival de luz,
una caricia para el alma, un bálsamo para el espíritu,
fuente de revelación e inspiración.
A través de tus senderos penetro a veces en otros mundos.
Lino Pizzolon, 2006 ...
Nota relacionada: 29 de Agosto: Día del Árbol en Argentina
Ser espíritu de lenga, tener alma de lenga
es respirar en sus bosques el oxígeno emanado de sus hojas,
beber su química y dejarse penetrar de su física invisibles;
es ser sensible a la invitación acogedora de los claros en el bosque y detenerse en ellos hasta escuchar la melodía silenciosa;
es abrazarse al hermano árbol, pedir, agradecer
y sentir sus energías curativas y la restauración interior;
Tener alma de lenga
es aprender a hundir las raíces en la tierra, en lo oscuro, y extraer de allí el nutrimento esencial,
y es saber llevarlo y brindarlo elaborado, al cielo,
es saber abrirse a la luz, desplegar todas la ramas y aprovecharla toda;
es saber resistir los embates del viento,
tener alma de lenga es quebrarse pero no doblarse;
es soltar los gajos o casi todo el ser, y seguir allí, de pié, con lo que queda;
Tener alma de lenga es sentir el llamado del bosque de lo alto
Y acudir cuando es el momento, dejando todo;
Tener alma de lenga es, en fin,
aceptar que las hojas se caen todos los años,
Que la vida se achica, se encoge, se hunde hacia adentro
Y que solo de esta manera, es posible el reinado en esas alturas,
en lugares que de otra manera no serían más que páramos de rocas yermas.
Ser lenga es aceptar perder las hojas cada otoño, saber esperar y no reverdecer antes de tiempo. Es sumirse en lo oscuro ...”si el grano de trigo no muere...”, aceptar los procesos de desprendimiento, de descomposición, y muerte en uno mismo, como condición para verdaderos resurgimientos, renacimientos.
Perder las hojas es desprenderse de los logros (y de los fracasos también),
es soltar; soltar y confiar, entregados, gozosos, que estamos siendo partes de una química más vasta, y que SABE a dónde va.
Tener alma de lenga, es aceptar la muerte y caer en el último embate del viento o carga de nieve,
Y dejar un claro en el bosque para que los retoños puedan explayarse hacia la Luz.
Tener alma de lenga es saberse y asumir muchos estadios: bebé, creciente, erguida, poderoso árbol, quebrada, tumbada, semienterrada pudriéndose, ... colchón de hojas que cada año queda bajo la nieve y que devuelve así los nutrientes al suelo; para que irán a las nuevas hojas de las próxima primavera, o que irán a los arroyos y vertientes como alimento de la vida microbiana e invertebrada. Vida que crea y mantiene vida, vida, muerte y vida siempre juntas.
Tener alma de lenga es no quejarse si el viento sopla de más,
sino agrandar y fortalecer las raíces y aferrarse mejor a la roca.
Es saber ser avanzada, centinela, atalaya de la vida, un risco-proa o también, disfrutar de la protección que da estar en el medio de un bosque frondoso;
Es saber convertirse en cenizas llegado el caso, y renacer más adelante con renovados verdores;
Ser lenga es dar cobijo y alimento al pájaro carpintero, al huemul y al pudú; es dar belleza y alimento -el llao-llao- al caminante hambriento.
Tener alma de lenga es sostener y dar comida, material y espiritual, a quien lo necesite.
Tener alma de lenga es, sobre todo, saber empezar de nuevo,
Con la misma alegría virginal con que cada año llega la primavera
Sólo el bosque virgen, que no ha sido ensuciado con “proyectos”, conserva y trasmite su carácter sagrado y su magia, sus duendes y su poder curativo.
Bosque de nadie y de todos: el cartel “propiedad privada” destruye tu sacralidad; alambrado, guardias, mastines, son un insulto.
Bendita seas Nothofagus dombeyii, reina de las alturas
que cuidas, proteges y alimentas nuestras aguas.
Tu das de comer a los arroyos y vertientes
Creas vida en ellos, das cobijo a aves y huemules y lagartijas
el cóndor te vigila desde lo alto.
Caminar en tus bosques es sumergirse en un festival de luz,
una caricia para el alma, un bálsamo para el espíritu,
fuente de revelación e inspiración.
A través de tus senderos penetro a veces en otros mundos.
Lino Pizzolon, 2006 ...
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