Por Hernán Díaz Varela
Hace quince años, el 25 de enero de 1997, llegué a la redacción del diario viedmense “Noticias de la Costa” en el que trabajaba por ese entonces armando las páginas de nacionales. La información de DyN y Noticias Argentinas daba cuenta de un hecho terrible: el asesinato mafioso del periodista gráfico de la revista Noticias en Pinamar, sede del veraneo de las autoridades nacionales y provinciales bonaerenses de esa época.
Durante todo ese día, que era sábado, y la semana subsiguiente, no hubo otra noticia. Por supuesto, el hecho de que fuera verano, fines de enero, influyó bastante. Los trabajadores de los medios saben lo difícil que es llenar algunas páginas diarias de información política más o menos legibles en esta época, sin Congreso, sin Legislaturas funcionando, con el establishment político y empresarial de vacaciones y el Poder Judicial de feria. También saben que las tapas de este período las ocupan, lamentablemente, los accidentes automovilísticos en las sobrecargadas y descontroladas rutas hacia y desde destinos veraniegos; y, por supuesto, el chisme del verano, la nota de color livianita, de tanga y bronceador.
Pero esta vez fue diferente. En menos de una semana aparecieron las calcomanías –hoy las llaman stickers- con la fotografía del rostro del fotógrafo que muchos de nosotros pegamos en nuestros autos, carpetas de trabajo, en todas las cámaras fotográficas de la redacción y en la mayoría de los escritorios, que contenía una leyenda neta y clara: NO SE OLVIDEN DE CABEZAS.
Hubo comunicados durísimos de FATPren –Federación Argentina de Trabajadores de Prensa-, marchas en Capital Federal exigiendo justicia y muchos escuchamos, por primera vez, un apellido de origen oriental que se sumaba a los habituales de la época: Menem, Yoma, Ibrahim Al Ibrahim, Monzer Al Khassar… YABRÁN.
José Luis Cabezas fue torturado, esposado, asesinado e incinerado dentro de un auto por policías de la Bonaerense, la misma que había sido calificada por el entonces gobernador Eduardo Duhalde (el mismo del tándem presidencial Duhalde-Das Neves de las últimas elecciones) como “la mejor policía del mundo”.
El autor intelectual de su crimen fue Alfredo Yabrán, el dueño de la empresa de transportes OCA, Intercargo y de la concesión de los depósitos fiscales de la Aduana durante la década menemista. Luego un raid televisivo por programas amigos del poder –entre otros, el del perenne Mariano Grondona, donde reconoció poseer una fortuna que incluía unos 400 millones de dólares en efectivo-, Alfredo Yabrán se suicidó en mayo de 1998 en un campo de la Mesopotamia, disparándose un –conveniente- escopetazo en la cara que impidió un reconocimiento visual inmediato. También dejó un par de –convenientes- cartas del tipo “señor juez” en el estilo final de los suicidas clásicos. Rápidamente, intervino un juez amigo, certificó que se trataba de Don Alfredo y a toda velocidad entregó el cuerpo a la familia con certificado de defunción incluido. Fin de la historia.
Sobre el empresario postal pesaba una orden de captura internacional por una imputación directa en el crimen de Cabezas. Nadie creyó seriamente, ni lo cree ahora, que Yabrán haya muerto en ese campo cercano a Gualeguaychú. Es una verdad social que ningún informe de ADN puede desmentir.
¿Por qué murió Cabezas? Por haber mostrado las fotos de los siniestros amigos del poder, por haber revelado sus rostros, por iluminar con sus flashes los acuerdos entre personajes de la política, empresarios y una policía corrupta y asesina.
Hoy, a quince años de su muerte, todavía ocurren demasiados hechos policiales en todo el país y en nuestra provincia que transforman el ejercicio de la memoria en un urgente pedido de justicia reeditando la consigna: NO SE OLVIDEN DE CABEZAS.
Nota relacionada: Familiares de José Luis Cabezas volvieron a reclamar "justicia" a 15 años del crimen del fotógrafo
Hace quince años, el 25 de enero de 1997, llegué a la redacción del diario viedmense “Noticias de la Costa” en el que trabajaba por ese entonces armando las páginas de nacionales. La información de DyN y Noticias Argentinas daba cuenta de un hecho terrible: el asesinato mafioso del periodista gráfico de la revista Noticias en Pinamar, sede del veraneo de las autoridades nacionales y provinciales bonaerenses de esa época.
Durante todo ese día, que era sábado, y la semana subsiguiente, no hubo otra noticia. Por supuesto, el hecho de que fuera verano, fines de enero, influyó bastante. Los trabajadores de los medios saben lo difícil que es llenar algunas páginas diarias de información política más o menos legibles en esta época, sin Congreso, sin Legislaturas funcionando, con el establishment político y empresarial de vacaciones y el Poder Judicial de feria. También saben que las tapas de este período las ocupan, lamentablemente, los accidentes automovilísticos en las sobrecargadas y descontroladas rutas hacia y desde destinos veraniegos; y, por supuesto, el chisme del verano, la nota de color livianita, de tanga y bronceador.
Pero esta vez fue diferente. En menos de una semana aparecieron las calcomanías –hoy las llaman stickers- con la fotografía del rostro del fotógrafo que muchos de nosotros pegamos en nuestros autos, carpetas de trabajo, en todas las cámaras fotográficas de la redacción y en la mayoría de los escritorios, que contenía una leyenda neta y clara: NO SE OLVIDEN DE CABEZAS.
Hubo comunicados durísimos de FATPren –Federación Argentina de Trabajadores de Prensa-, marchas en Capital Federal exigiendo justicia y muchos escuchamos, por primera vez, un apellido de origen oriental que se sumaba a los habituales de la época: Menem, Yoma, Ibrahim Al Ibrahim, Monzer Al Khassar… YABRÁN.
José Luis Cabezas fue torturado, esposado, asesinado e incinerado dentro de un auto por policías de la Bonaerense, la misma que había sido calificada por el entonces gobernador Eduardo Duhalde (el mismo del tándem presidencial Duhalde-Das Neves de las últimas elecciones) como “la mejor policía del mundo”.
El autor intelectual de su crimen fue Alfredo Yabrán, el dueño de la empresa de transportes OCA, Intercargo y de la concesión de los depósitos fiscales de la Aduana durante la década menemista. Luego un raid televisivo por programas amigos del poder –entre otros, el del perenne Mariano Grondona, donde reconoció poseer una fortuna que incluía unos 400 millones de dólares en efectivo-, Alfredo Yabrán se suicidó en mayo de 1998 en un campo de la Mesopotamia, disparándose un –conveniente- escopetazo en la cara que impidió un reconocimiento visual inmediato. También dejó un par de –convenientes- cartas del tipo “señor juez” en el estilo final de los suicidas clásicos. Rápidamente, intervino un juez amigo, certificó que se trataba de Don Alfredo y a toda velocidad entregó el cuerpo a la familia con certificado de defunción incluido. Fin de la historia.
Sobre el empresario postal pesaba una orden de captura internacional por una imputación directa en el crimen de Cabezas. Nadie creyó seriamente, ni lo cree ahora, que Yabrán haya muerto en ese campo cercano a Gualeguaychú. Es una verdad social que ningún informe de ADN puede desmentir.
¿Por qué murió Cabezas? Por haber mostrado las fotos de los siniestros amigos del poder, por haber revelado sus rostros, por iluminar con sus flashes los acuerdos entre personajes de la política, empresarios y una policía corrupta y asesina.
Hoy, a quince años de su muerte, todavía ocurren demasiados hechos policiales en todo el país y en nuestra provincia que transforman el ejercicio de la memoria en un urgente pedido de justicia reeditando la consigna: NO SE OLVIDEN DE CABEZAS.
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