Por El Duque de Tecka
Las anécdotas futboleras en la estepa teckense no encuentran
paralelismo en la memoria mundialista, así como tampoco se pueden hallar
testigos fidedignos de algún relato. Si algún cronista serio lograse imprimir
alguna historia de la liturgia deportiva bandurriana, seguramente ingresaría en
el género de la ficción. Intentaremos, pues, ya que no somos cronistas serios
ni testigos de los hechos, enarbolar un relato que no maltrate la inteligencia
de los televidentes.
Famosos son los recibimientos que hacía la barra brava de
“las madres de la banda calafatera”, con sus palos de amasar en mano y
cucharones enlozados. También la
legendaria cancha de Siracusa, que en sus bases se disponían una serie
de palancas y poleas que inclinaban el estadio a fin de provocar el agotamiento
del rival y la locura de la hinchada apostada en las gradas. Sin lugar a dudas
y en homenaje al matemático e inventor siciliano, se dice que en la cabecera de los travesaños se
leía: Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo. Tal vez se talló alli por admiración o simplemente con el fin de distraer al portero, ya que también figuraban
anotaciones agraviantes y sentencias amorosas.
Asimismo, en el vestuario visitante, se ocultaban entes
infernales que enloquecían a los mediocampistas, provocando la estampida
descontrolada al ingreso de la cancha. Muchos de ellos siguieron corriendo
buscando la salida y nunca más se los volvió a ver. Algunos equipos eran
acompañados por exorcistas y referentes catequistas, pero esto es muy difícil
de creer.
El Club Social y Deportivo Bibliotecarios Unidos de Tecka
nunca gano nada. Tanto por la falta de jugadores como por la persistente
costumbre de los directivos de inculcar las artes y las ciencias, más que los
logros deportivos, privo a los ilustres integrantes de destacarse
atléticamente.
Las prestigiosas concentraciones derivaban en análisis
exhaustivos del equipo rival, estadísticas, datos del tiempo, estudios
genéticos, pesos y parábolas posibles del balón. Comentan que como actividades
recreativas y de distensión, se congregaban en torno a discusiones de teoremas
y teorías de la existencia que en varias oportunidades genero la llegada tarde
a los partidos. Aun se conservan en las paredes de la Biblioteca Osvaldo
Bayer, formulas químicas mezcladas con la formación del equipo.
Amadeo Aldo Daniel Williamleo, prestigioso productor
agropecuario, especializado en la cría de chanchas vataraces, supo ser en forma
esporádica centro has del verdeblanco teckense.
Si bien a Williamleo nunca le gusto el fútbol, era un virtuoso. Descubierto por el menor de
sus hermanos. una tarde, pateando piches en alpargatas, fue convocado a
conformar el tridente delantero, un poco porque eran sus amigos y otro porque
les faltaba uno. Su debut no pudo ser menos auspicioso. Doce conquistas logro
en ese encuentro y sus hazañas se reiteraban cada vez que se desembarazaba de
sus chanchas.
Goles de todo tipo
logro Amadeo. Su anatomía respondía implacable. Cualquier error rival,
rebote, todo zapallazo destinado al
abucheo, Williamleo lo transformaba en acierto. Aquel memorable gol que hizo el Beto Alonso al
Chocolate Balley, jugada que no pudo concretar Pele, ya lo había realizado
Amadeo Aldo algunos años antes. Todos recuerdan que en el nacional del 74, y en
vísperas del partido en que el conjunto de Independiente de Trelew recibiría a
River Plate, el once de Núñez, opto por nuestra localidad para su adaptación a
los vientos patagónicos. El equipo de Bibliotecarios oficio de esparring.
Memorable fue el encuentro del jueves, donde Amadeo obtuvo
ocho conquistas, dos en contra, para un resultado final de 8 a 6 en favor del equipo riverplatense.
Pocas semanas después, arribaron a Tecka, una delegación de
paquetes directivos porteños, con tentaciones de toda índole para con
Williamleo, quien renegó rotundamente de la oferta ante la negativa de los
cajetillas de viajar con la dote de porcinos de raza.
El Toro de barrio las chivas le cantaban desde las tribunas.
Mote un tanto extraño, ya que en alguno de sus daguerrotipos que cuelgan en el
hall central de la biblioteca se lo muestra como un muchacho flacuchento, algo
larguirucho. Sus detractores atribuyen el sobrenombre a su carácter porfiado,
extremadamente mal humorado.
En honor a los grandes anónimos del balón pie, y a aquellos
conquistadores del espíritu popular,
elevamos en el aire de la radio, la única verdad.





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