Por La Vaca
El 21 de septiembre es el Día Internacional contra el
monocultivo de árboles. Un caso paradigmático en la Argentina es el de la
provincia de Misiones, donde provoca las mismas consecuencias que el modelo
sojero. Desaloja campesinos e indígenas, usa agrotóxicos y concentra la tierra
en pocas manos. Los campesinos exigen la expropiación de tierras a la
multinacional Alto Paraná, el mayor terrateniente de Misiones. Frente a la
fecha, este es el trabajo del periodista Darío Aranda, desde Puerto Piray,
Misiones, publicado originalmente en la revista Mu.
Zona rural misionera. El camino ancho zigzaguea entre el
verde. Casas humildes a ambos lados, la mayoría de madera. Gallinas, algún chancho y perros.
Cada parcela tiene entre diez y treinta metros de frente, no más de 70 metros de largo,
siempre menos de una hectárea. Ya no existen las extensas huertas, ni los
animales pastando, como antaño. Cercados por monocultivo de árboles, pinos y
eucaliptos, de la multinacional Alto Paraná, empresa propietaria de –al menos–
el 8,4 por ciento de Misiones (256.000 hectáreas)
y el 62 por ciento del municipio de Puerto Piray, donde los campesinos cercados
por el monocultivo denuncian los efectos de los agrotóxicos, la concentración
de tierras en pocas manos, la expulsión de familias rurales y apuntan a los
responsables: “Los políticos gobiernan para Alto Paraná, no para el pueblo”.
“Piray” significa en guaraní pescado. Es también el nombre
de un municipio al noroeste de Misiones, 190 kilómetros al
norte de Posadas. El nombre formal es Puerto Piray, fundado en 1874, zona de
excelente pique y amarre obligado de la región.
Sábado a la mañana en Eldorado, ciudad cercana a Puerto
Piray. Día gris, llovizna y frío. La antigua ruta nacional 12, de tierra, está
desierta. Viaje corto, 25 minutos por un camino ancho. Los primeros minutos,
sobresale la vegetación alta, árboles añosos, con largas ramas como brazos que
extienden sobre el camino. Cruza un puente que deja ver el “Piray Guazú” (pescado
grande), arroyo que riega las fincas cercanas y epicentro del refresco en el
verano.
El paisaje cambia gradualmente. Las viviendas están a pocos
metros del camino. Y el horizonte es un verde monocolor, pinos altos, en
fila, equidistantes, ramas cortas,
sembrados hasta en la banquina. Todo es pino. Para el foráneo (o el
desentendido) hasta parece un paisaje agradable, prolijo, pero llega un valdazo
de realidad. “Es como la soja, monocultivo, con uso de agrotóxicos, desalojos
de campesinos e indígenas y ganancia para pocos”, resume Enso Ortt, técnico de la Subsecretaría de
Agricultura Familiar, ocasional guía, militante 24 horas formado en la teología
de la liberación junto al obispo Joaquín Piña (quien en 2006 lideró una
coalición que, mediante el voto popular, frenó un proyecto de reelección
indefinida impulsado por el entonces gobernador kirchnerista Carlos Rovira). Nota completa
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