Por Norma Giarracca *
Enviado por Marta Sahores
La
Argentina, que siempre se preció de ser un “crisol de razas”
que convivía sin demasiados problemas, muestra en la actualidad el carácter
imaginario de ese rasgo así como los límites que se pueden atravesar con la
dinámica de una máquina cultural de fragmentar, jerarquizar y eliminar, no
revisada ni cuestionada lo suficiente.
El último tiempo, “el país digno” quedó conmovido por las
muertes de niños indígenas atropellados “accidentalmente” o masacrados
cruelmente en las provincias de Formosa y Chaco. ¿Son, simplemente, hechos
policiales? ¿Podemos quedarnos tranquilos con esa caracterización cuando ocurre
con niños y con sus familias en las provincias donde está en disputa la tierra
que ocupan comunidades campesinas y los pueblos indígenas? La frecuencia de
estos hechos, muy pocos con la publicidad de estos últimos, es tan alta que
llama la atención de quienes recorremos territorios y conocemos a sus
ocupantes. La tierra que pertenece históricamente o por antigüedad de ocupación
a estas comunidades es disputada por las empresas del extractivismo y el
negocio inmobiliario y aun con legislaciones que las protegen, se les arrebata
por “las buenas” (expulsión silenciosa) o por cualquier medio.
Hemos trabajado y escrito mucho sobre estas disputas en el
marco del modelo de las actividades extractivas (“agronegocio”, minería,
petróleo), sus actores, las consecuencias negativas en el medio ambiente,
etcétera. Por eso ahora queremos detenernos en una cuestión que es condición de
posibilidad para que el proceso expropiatorio se lleve a cabo con muchas
complicidades: el racismo como rasgo permanente de la historia y cultura
argentina. Diana Lenton, antropóloga, integrante de la Red de Investigadores en Genocidio
y Política indígena, sostiene que los pueblos originarios son víctimas de un
genocidio que aún no finalizó, que arrincona y mata poblaciones y en especial a
sus niños para cumplir con el objetivo de exterminio a largo plazo y que ese
proceso tiene dos rasgos particulares: no tiene fin ni ha sido ni es juzgado.
Este genocidio que comienza en estos territorios con la
“invención de América” (mal llamado “descubrimiento”) se basa en el concepto de
raza, en la “racialización” de las etnias que desde el poder y “el
conocimiento” jerarquiza a los seres humanos; es el legado de los europeos.
Nuestro drama es haber creído que conservábamos esa superioridad europea, negar
la historia de quienes habitaron y habitan estos territorios y haber apostado a
la decadente “modernidad tardía”. Durante muchas décadas la intelectualidad
argentina ignoró el hecho colonial, puso bajo la alfombra el racismo y si bien
hubo honrosas excepciones, como Osvaldo Bayer, toda esta historia no formaba
parte de las preocupaciones nacionales. Hoy es imposible ignorar la “emergencia
indígena” y aun así el racismo circula de modo ominoso por las provincias donde
estos pueblos habitan y de distintos modos por todo el país. Por supuesto que
se ha demostrado racismo no sólo con las poblaciones indígenas sino también con
criollos o inmigrantes “subalternizados”; pero lo que hoy está en debate es el
racismo hacia los primeros. ¿Cómo desactivarlo?
Cierta clase media que soluciona todo con “la educación” la
clama para estos menesteres, sin conciencia de que, precisamente, en ella se
centra gran parte del problema. La matriz de dominación colonial del poder
operó sobre el saber y el ser; es decir, en el modo de generar conocimiento, de
aplicarlo y en la configuración de sujetos donde la socialización vía educación
es un dispositivo de primer orden. Esta matriz no fue modificada en 1810 sino
que se perfecciona en esa saga de criollos ilustrados que vieron en el “indio”
los males del progreso, que buscaron “blanquear” el país con inmigración europea
para llegar al Centenario de Mayo disputando un lugar en el “mundo civilizado”.
Domingo F. Sarmiento y la educación como arma simbólica y Julio A. Roca y sus
armas que aniquilaron, fueron los personajes clave en este proceso de
“modernización” a cualquier precio: sembrar de sangre india los suelos de la
patria y masacrar, esclavizar y secuestrar o matar niños indígenas (paradójica
coincidencia de Roca con la última dictadura). La educación “sarmientina”,
sentimos decirlo, forma parte del problema y no de la solución.
Estos hombres/mujeres de gendarmería, policía, poderes
judiciales, gobernantes, inversores, profesionales, etc. fueron educados en los
principios “modernos/coloniales” que diferencian y jerarquizan a los seres
humanos. Sólo operando desde de unas prácticas “decoloniales” en todas las
instancias de los espacios sociales, económicos, culturales, artísticos,
profesionales y sobre todo educativos en todos sus niveles, podemos conducirnos
por un sendero que modifique la matriz colonial de dominación y configure
sujetos densos y capaces de “convivencialidad” (Iván Illich), es decir de
generar una vida digna en equilibrio y armonía entre todos y también con la
naturaleza. Con el desarrollo del “extractivismo” como política económica, esto
es imposible de pensar como proceso ampliado pero vale la pena intentarlo, como
de hecho está ocurriendo, desde muchos campos de experimentación. Mientras
tanto, verdad y justicia para los asesinatos indígenas.
- Socióloga. Instituto Gino Germani-UBA
Nota relacionada: "Atentado contra los hermanos Qom de Formosa: ¿Hasta cuándo debemos soportar estas injusticias?"
0 Comentá esta nota:
Publicar un comentario