Por Darío Aranda *
Foto: Silvana Fattori
(APe).- Julián Raso tiene 21 años. Es flaco y alto. Estudia
en la Universidad
Nacional de La
Plata, pero volvió a Esquel para estar presente el 23 de
marzo, en los diez años del “No a la
Mina”. De esa votación que marcó un quiebre en la resistencia
contra la megaminería en Argentina. “Era chico, pero me acuerdo de las marchas,
de los escraches, de la votación. Es una marca que tenemos muchos. Crecés con
esa conciencia y por eso era una obligación estar hoy acá, para reafirmar la
lucha contra el extractivismo, contra el saqueo, contra la contaminación”,
explica paciente, desde la plaza San Martín, epicentro del acto principal por
los diez años.
Como Julián, cientos de jóvenes, adolescentes y niños
marcharon y siguen marchando hoy. Son cientos de historias pequeñas que también
explican por qué las empresas mineras (y los gobiernos) no pudieron con Esquel.
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El 19 de marzo de 2003, días antes de la votación, hubo una
masiva marcha, tan histórica como el plebiscito. Cientos de adolescentes y
niños caminaron por las calles de esa fogosa ciudad del sur con varias
convicciones como pancartas.
No podían votar, pero
explicitaron su opinión en la calle.
“Se acercaba la votación. Quedábamos afuera todos los
menores de 18 años que queríamos expresar nuestra posición. No podíamos votar,
pero eso no impidió que una movilización de casi mil chicos en contra del
proyecto minero recorriera las calles de Esquel y le hiciéramos una sentada
frente a la minera Meridian Gold. Fue hace diez años. Sin dudas, la mejor escuela
que hemos vivido en Esquel ha sido la calle”, recordó Nehuen Corbeletto
D'Orazio, hoy estudiante en Fiske Menuco (General Roca, Río Negro). Tiene 24
años y a los 14 vivió esa experiencia fundacional.
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En el Cerro de la
Cruz, frente a la ciudad, se lee desde hace diez años “No a
la mina”, formado con piedras pintadas de blanco y que ya son parte del paisaje
de Esquel. En 2012, cuando el gobierno provincial pretendía avanzar con una ley
para habilitar la minería, amaneció un día con la frase trastocada: “Sí a la
mina”. Mojada de oreja para el 81 por ciento de la gente que había rechazado la
minería a cielo abierto y el cianuro envenenando sus aguas y sus aires.
Un grupo de asambleístas se organizó y comenzó a subir el
cerro, para volver a cambiar la consigna.
Grande fue la sorpresa cuando llegaron al sitio de las
piedras. Dos jóvenes esquelenses, hermanos, simples vecinos sin militancia,
habían decidido escalar y poner las cosas en su lugar. La montaña volvió a
decir lo que pensaba, aquello que implica su propia supervivencia como
potencial cerro volado en mil pedazos. La montaña volvió a decir “no a la
mina”.
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La promesa de trabajo siempre fue un argumento de la
instalación de proyectos mineros.
En octubre pasado marcharon por el centro de Esquel una
veintena de personas y decenas de camiones que acusaban a los vecinos por el
freno a la minería. “Sí a la mina, sí a la vida”, fue la consigna del grupo
prominero.
Una larga hilera de camiones desfilando por el corazón de la
ciudad. Aunque la movilización de personas era mínima, una por vehículo. La
marcha olía a empresa, a operación política, a poder económico. No tenía la
piel erizada de lo genuino.
La respuesta no tardó en llegar: las familias que rechazan
la minería también marcharon. Y los actores principales fueron los niños: ellos
llevaron sus pequeños camiones, sus autitos, sus triciclos, sus bicicletas.
La ternura respondió a la prepotencia minera.
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“Era chica. Tenía
recuerdos, pero estos años me fui dando cuenta de otras cosas, de las amenazas
que hubo para los vecinos que no querían la minería, de lo importante que fue y
es esta ciudad en las luchas que se dan. Esquel te deja marcas”, recuerda
Daniela Cohen Arazi, 23 años, mientras maneja rápido para llegar a tiempo a la
cobertura. Estudia Comunicación Social en la Universidad de La Plata, y colabora con la FM comunitaria de Esquel,
Kalewche, y con el sitio de la asamblea www.noalamina.org. Si habrá dejado
marcas Esquel. Es espejo de las luchas que vinieron después.
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Veinte páginas de
coloridos dibujos. Y un título claro: “Todos dijimos no”. Es el libro que
cuenta la lucha de Esquel en clave para niños. “Hilario y Nahuel son dos
chicos. Una empresa minera quiere llevarse el oro que está oculto en sus
montañas. Para eso tiene que destruirlas y consumir todo el agua de los ríos.
Pero Hilario, Nahuel y todos los vecinos saldrán a la calle para impedirlo,
aprenderán cosas, las compartirán, se organizarán y todos se transformarán en
guardianes de su pueblo y de la naturaleza”, explica la contratapa.
Escrito por Carmen Miguel, ilustrado por María Elisa Cueto y
Sofía Calvo, coordinado por Corina Milán
y publicado por Editorial El Colectivo, es un material único para hablar del
modelo extractivo en clave infantil. “Es la primera producción asamblearia
pensando en la comunicación con las nuevas generaciones, toda una apuesta
concreta a la educación popular para seguir luchando en el futuro”, explicó
Corina Milán.
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Acto central por el décimo aniversario. Plaza San Martín.
Desde la glorieta, el animador desafía: “Levanten la mano
los chicos de menos de 10 años”.
Cientos de manitos parecieran querer tocar el cielo.
Hay gritos, aplausos, alegría.
El animador resume: “Estos pibes llevan la lucha en la
sangre”.
Esquel tiene futuro.
* Especial para Agencia Pelota de Trapo
Nota relacionada: Columna de Darío Aranda: “En Esquel se respira lucha”
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