martes, agosto 20, 2013

Fe de erratas: “Cómo despedir a un trabajador con una sonrisa en el rostro”



Aclaramos que esta nota, originalmente publicada el 2 de mayo pasado, es un texto colectivo sin autores que lleva la firma de 270 personas. Nosotros, por error involuntario, habíamos consignado a Viviana Ayilef y a Hernán Bergara como autores cuando del escrito, cuando sólo fueron dos de las 270 personas que lo rubricaron.

“Larry: ¡Ay, no puedo ver, no puedo ver!

Moe: ¿¡Qué pasa!?

Larry: tengo los ojos cerrados:
(Los tres chiflados)

Vas a trabajar con chicos, los chicos comienzan a quererte, vos te das cuenta de lo hermoso que es educar. Abrir puertas. Ser esa profesora que no tuviste nunca, no ser como esas profesoras que tuviste, las que miraban al grupo y no los mundos inmensos de cada uno. Sos una profesora que mira a los ojos. Pero también sos una persona que mira a los ojos. Sólo los seres afectivos lo hacen. Hay humanos que no miran a los ojos, y hay perros y gatos que sí. Vos mirás, buscás. Formás así. Y como formás así -te quieren llevar de todos lados. Te vas a seguir capacitando a Buenos Aires, pronto, te decís- vas a volver a Trelew para seguir formando a los chicos, de nuevo al William Morris. Y por eso dejás una licencia sin goce de sueldo. Para poder volver después de formarte. Porque una vez que te anclaste a lo afectivo, es difícil dejarlo, aunque sea difícil trabajar en secundaria: lleva mucho tiempo, es muy intenso, no es para cualquiera. Es para vos, justamente, que no sos cualquiera.

Cuando pedís la licencia por tres años te dicen que el régimen de licencias para casos como el tuyo (Beca de CONICET) no lo permite por tiempo indeterminado. Porque una Beca así, según entendió esa dirección, no es un cargo de mayor jerarquía (para los cargos de mayor jerarquía sí se otorgan licencias por tiempo indeterminado) y un Concurso Docente en la UNPSJB de Trelew en una Cátedra, tampoco es un cargo de mayor jerarquía en la interpretación de esa Directora. Entonces te dice que el régimen de licencias vigente no permite una larga licencia, pero te dice que eso no importa, porque te van a dar la licencia por dos años (por Capacitación) y que después van a  “arbitrar los medios necesarios que permitan contemplar el tercer año de licencia sin goce de haberes a través de una Disposición Interna” (textual).

Te vas a formar, a hacer un doctorado, de Trelew a Buenos Aires. Muy en lo tuyo, pero tranquila, porque sabés que en la escuela, la Directora sabe que “vas y venís de Buenos Aires”.

Efectivamente, en ese ir y venir, te vas formando y asumiendo nuevos compromisos, todos únicos e irrepetibles. Te entregás a todos con una dedicación inmensa. Con un compromiso que nunca te abandona y que es conocido. Que ya era conocido en Trelew y que ahora es conocido en Buenos Aires. En esa serie de compromisos, “descuidaste” que tu licencia en el William Morris se vencía en noviembre de 2010 (para doña rectora). Pensaste que vencía en diciembre, pero según ella, te confundiste. Y te das cuenta de que te confundiste porque una amiga se comunica con vos para decirte que te están llamando desde los diarios para que concurras a regularizar tu situación. Pero vos no estás viviendo más en Trelew: estás en Buenos Aires. La directora lo sabe. Pero manda avisos en el diario, te grita por todo Trelew que vuelvas. Ella sabe que no estás, que estás en Buenos Aires. Pero te manda intimaciones a tu casa, en Trelew. A esa casa en la que no vivís desde el 2009, porque te mudaste. Ella también lo sabe, aunque no hiciste el cambio de domicilio en el expediente del personal. Ella lo sabe bien. Todos tus ex compañeros lo saben, te felicitan por Facebook por tu nueva casa. Ella tiene tu mail; tiene tu teléfono. Sabe que no te estás enterando. Pero no te llama, no te escribe: te manda una carta a tu antigua casa, en Trelew, y avisa por los diarios, de Trelew.

El 9 de diciembre de 2010 te enterás de que, mientras estás en Buenos Aires, te llegan cartas urgentes del William Morris. Entonces interrumpís tus actividades allá, te das cuenta de que “estás en falta” y llegás al día siguiente a Trelew. Vas al William Morris, a hacerte presente y a manifestar tu voluntad de arreglar las cosas, esa confusión que tuviste cuando creíste que tu licencia era hasta diciembre (y efectivamente era hasta diciembre, pero no contaron bien, no quisieron contar bien y te echan la culpa a vos  dicen que era hasta noviembre). Ahí, como lo esperabas, Marta Díaz, la rectora, la misma que te había hecho el convenio de darte la licencia por dos años para después arreglar un tercero, te dice que tu situación es “más que irregular”. Pero te lo puede decir porque estás ahí, porque fuiste (y todos te vieron, estuviste además en el acto académico ese mismo día, con los egresados, luego bailaste con ellos, los abrazaste, compartiste con ellos y con tus colegas ¿dónde estaba la rectora que no te vio?). Y te lo puede decir, también, porque tenés una intención clara de resolver las cosas. Y parece que se puede, porque la rectora te dice que le envíes una nota con pedido de licencia por correo electrónico, que no hace falta que vayas al colegio, que basta con que se lo envíes por correo electrónico, así lo evalúa. Así lo hacés. Y cuando, ya estando en Trelew, el 20 de diciembre (¡diez días después de haber hablado con la directora del William Morris!) vas a tu ex casa (porque el inquilino que reside ahora allí te dice que hay un aviso de carta urgente para vos) para buscar la tal correspondencia, te das cuenta de que te habían enviado del William Morris, con fecha 14 de diciembre (¡después de haber hablado con vos en persona!). Te das cuenta también de que ya te habían despedido, y de que lo habían hecho por “abandono de trabajo”. La misma rectora que te decía, cuatro días antes,  que envíes un mensaje de correo para continuar con las licencias hasta que terminaras tu formación en Buenos Aires. La misma que te dijo con buena disposición que las cosas tenían solución, es la que en simultáneo ya te había despedido.

Sabían que no estabas. Te enviaron mensajes a una casa que sabían vacía de vos.  Te enviaron avisos a diarios que sabían que no leías porque estabas en Buenos Aires. Te despidieron a la vez que te decían que las cosas podían resolverse. Todas las formas de cordialidad y de procedimiento fueron usadas. Todas las formas oficiales. En esas formas no hubo ningún movimiento real de comunicación con vos, como no hubo, cuando fuiste al William Morris, ninguna intención real de reincorporarte.

Suceden muy a menudo este tipo de errores y nunca son causales de semejante despido. Te conocen, Mariela. Saben que no abandonarías a una institución cuyos chicos te siguen invitando a la entrega de diplomas; saben que siempre volvías a los actos públicos y a las reuniones informales; hay fotos que testimonian que nunca te desvinculaste de la escuela. Pero en el juicio, Marta Díaz dice que nunca te vio; hay fotos pero nunca te vio. En todo lo que duró tu licencia, en la escuela; dice que nunca te escuchó porque nunca te comunicaste. Fuiste personalmente a renovar tu primera licencia después de un año, pero de pronto ella nunca te vio allí. El problema, querida compañera, no era que no te vio, sino que no quería verte. Ni escucharte, ni que volvieras. Y el problema es ese porque no sos la primera, porque serás una más en una lista de trabajadores de un perfil y de una ética que esta rectora preferiría no tener delante suyo. Formalmente, Mariela, ella intentó comunicarse con vos. En la realidad, solo creó pruebas para resguardarse cuando esto pasara, porque sabía que no te ibas a quedar callada cuando te despidiera: porque sabía que iba a despedirte, y sabía que además iba a deshonrarte con la causa del despido. Formalmente, Mariela. Pero sabía que nunca ibas a ver las cartas del instituto estando en Buenos Aires, y sabía que nunca ibas a poder acceder a los avisos públicos de los diarios estando lejos, y sabía además que estabas lejos. Y sabía, y sabe, que estuviste siempre cerca, aunque hubieras viajado. Cerca de los chicos, que para ella no son más que una abstracción. Y no quiere problemas con los que no pueda lidiar, Mariela. No quiere docentes que miren a los ojos, en lo posible. Ni mucho menos, docentes que enseñen a mirar a los ojos. No quiere que nadie vea, Mariela. No quiere ver, y disfrazó el no querer por el no poder, y dejó ciega a la justicia, ciega de justicia, Mariela, porque sus abogados y la pantalla legal perfecta de la triste rectora construyeron un discurso coherente. Perdiste un juicio en el que nadie quiso ver nada, Mariela, un juicio de ciegos y de necios que quisieron deshonrarte cuando pediste la indemnización correspondiente a cualquier trabajador despedido. Qué bien te la hicieron, querida trabajadora. Pero un ciego no ve, pero Marta Díaz es de una poderosa y malintencionada necedad. Y los malintencionados dicen que no pueden ver y saben perfectamente por qué. Pero no lo dicen. No dicen qué pasa. No dicen “Tengo los ojos cerrados”. Dicen cínicamente “El otro se hizo invisible”.

Y tienen los ojos cerrados, no por necedad sino por cobardía. No se animan a mirar a los ojos cuando hacen lo que saben que es injusto. Llegarán tan lejos como les permita el caminar sin ver. Y todo esto, querida compañera, mientras vos seguís por la vida, mirando a las personas a los ojos, como hacen los que no mienten, mientras más allá de las mentiras con las que se ensucian los que mienten, todos sabemos muy bien qué clase de persona y de profesional es Mariela Flores Torres.

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