Escrito por Claudia Rafael para Agencia Pelota de Trapo
(APe).- Hay un sujeto mirón del otro lado. Está ahí. Aún con
la premisa de la muerte como telón de fondo del escenario, el show debe
continuar. Hay que escarbar bajo tierra. Hundir las manos y los ojos en el
barro. Desmalezar y separar el oro del fango. Saber qué impactará del otro lado
del cajón que, electrónicamente, transmite imágenes 24 horas sobre 24 horas.
Medir los centímetros de cada tipografía y saber que cada cuerpo adolescente, a
kilómetros de distancia uno del otro, no pesará exactamente igual.
A Ángeles y a Juana no las unió ni la vida ni la muerte.
Fueron antípodas antes. Antípodas después.
Ángeles Rawson, 16 años. Ravignani 2360, Palermo, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. Colegio Virgen del Valle.
Juana Emilia Gómez, 15 años. Qom. Barrio Cacique Moreno, de
casitas de barro, en las afueras de Quitilipi, Chaco.
Del 10 al 17 de junio –primera semana desde la desaparición
y crimen de Ángeles- la historia ganó 206 horas de programación televisiva. El
secuestro y muerte de Candela Sol Rodríguez mereció –a ojos del poder
mediático- 85 horas de pantalla. (Grupo Identidades)
Ángeles vende. Da rating. Desata deseo. Hay que saber. Hacer
justicia. Habrá que azuzar el morbo e ir por más. Revolver en el guiso
mediático y extirpar el mejor de los costados del oyente medio. Aguijonear
hasta que cada cerebro despierte con la historia perfecta. Ángeles puede ser la
hija codiciada. Ángeles tiene el nombre perfecto para la lógica de la
vulneración en un ámbito social y económico que, como pocas, permite sostener
la crónica como un policial fashion que dura aún hoy en las tapas de los
diarios. Ángeles tuvo una monstruosa crucifixión que la volvió, ante los ojos
indicados, en el bocado perfecto. Detrás de Ángeles había una familia
“ensamblada”, un “padrastro”. Un colegio privado. Un padre jefe de compras de
Techint, que colabora en el Centro de Estudios legales sobre el terrorismo y
sus víctimas. Un barrio. Una casa. Un apellido.
12 y 13 de junio. Portada de diarios. Arriba. 14 de junio,
queda relegado por el choque del Sarmiento en Castelar. “El Sarmiento otra vez.
3 muertos y 315 heridos” (La
Nación). “La tragedia viaja en tren” (Página 12). El 15 y 16
de junio, Ángeles volvió a la preponderancia mediática. Clarín construyó dos
tapas el mismo día: Sospechan del padrastro y de un medio hermano” y luego
“Acusan del crimen al padre y a un medio hermano”. El clímax adquirió ribetes
absolutamente cinematográficos. “Soy el responsable de lo de Ravignani 2360.
Fui yo”, titularon. Después se produjo el descanso hasta el 24. El 25 de junio
recuperó la portada principal. 594 horas de maratón televisiva en los primeros
17 días. 25 días ininterrumpidos de transmisión para un solo canal (Ejes de
Comunicación).
Juana era qom. Como Félix. Como Lila Coyipé. Como Imber.
Como Roberto López. La encontraron destrozada. Como a tantas otras chicas de la
historia que se devora la crueldad y la devuelve sin respiro. Pendía de un
árbol de tala. La halló un grupo de chicos que buscaban eucaliptus para
medicina entre el follaje de las afueras.
Juana Emilia Gómez. 15 años. Qom chaqueña. Diario La Nación, 30 de julio 2013.
Sección Seguridad. Título: Síntesis. Tercer subtítulo: “Asesinaron a una
adolescente de la comunidad qom”. Cuatro líneas de desarrollo de la historia.
No hay nombre. Sólo un lugar: Quitilipi, Chaco. Diario Clarín, 31 de julio
2013. Título de una columna en tapa. Una joven qom violada y asesinada en
Chaco. Página 12. Tema ausente, sin aviso.
Su nombre simboliza el anonimato. Juana Gómez. Con la piel
amarronada de su pueblo. Con casita de barro crecida en los márgenes de todo
poder. A 1099
kilómetros del centro exacto donde se mide, se amasa, se
cocina, se escucha, se grita, se decide. Allá lejos, en Quitilipi, un pueblo
chaqueño de poco más de 20.000 habitantes. Kinti (par, ambos) llipid (parpadeo
veloz). Buho manchado del norte.
Ángeles apareció muerta en un basural y la sociedad estalló
con su grito de indignación. Se sintió –como buen sujeto controlador de la
historia- el veraz de la investigación. Acusó al padrastro como en los viejos
cuentos de la infancia. Se irritó ante la resolución fácil. Y negó el “fui yo”
del “vulgar portero” que le provocó la sensación de que la impunidad pudiera
reinar allí donde el poder económico abunda.
La historia de Juana es otra cosa. Juana está lejos. Juana
vivía en el barro. Juana era como Imber. Como Lila Coyipé. Pero también era
como tantas niñas y mujeres de los márgenes más márgenes. Que no respiran
futuro. Que se hunden en el barro. Que viven vidas anónimas y mueren muertes
que el poder agolpa en el silencio.
La vida y la muerte de Juana Emilia Gómez no sobresaltan a
los comunes mortales que transitan sus días más allá del hambre y de las manos
vacías.
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