Por Arturo M. Lozza
Imagen: Carolina Butron Avalos
Con la excusa de salvar el medio ambiente, los mayores contaminadores del planeta se han lanzado a un nuevo negocio que amenaza con exterminar territorios alimentarios.
Estamos ante una formidable campaña global para acelerar la producción de biocombustibles a partir de la soja, el maíz o la caña de azúcar en reemplazo de los derivados del petróleo. La justificación se fundamenta en una realidad cruda: la contaminación del medio ambiente. Y así,, subidos a la cresta de la ola ambientalista, los mayores contaminadores del planeta lanzan su nueva ofensiva. La cumbre de la Unión Europea aprobó que en el 2020 un 10% del consumo total de energía provendrá de biocombustibles. Estados Unidos está inaugurando una destilería para combustibles vegetales por semana: ya están funcionando 120. Y las mismas empresas multinacionales que inventaron los transgénicos –llámense Monsanto, Nidera y Cargill-, además del potentado George Soros y otros, anuncian fuertes inversiones en destilerías y en la creación de nuevas semillas. Para completar la rueda del negocio, George Bush se reunió en marzo con las tres empresas automotoras más grandes –General Motors, Ford y Chrysler- para “adaptar sus productos a la nueva generación de biocombustibles” .
Argentina se subió a la nueva ola. Este febrero fue reglamentada la ley 26.093 que crea un régimen de desgravaciones e incentivos para la producción de biocombustibles.
Las consecuencias no se han hecho esperar. En el último año el precio internacional del maíz más que se duplicó. Estados Unidos, principal productor mundial del grano, lo vende a México un 150% más caro. Por lo tanto, el precio de la tortilla, alimento básico de los mexicanos, se elevó abruptamente y provocó masivas protestas. Para muchos, fue el primer campanazo.
Lester Brown, director del Earth Policy Institute y ex funcionario de varios gobiernos estadounidenses, advirtió: “La cantidad de cereal que se necesita para llenar un tanque de 25 galones (casi 100 litros ) con etanol una sola vez alcanza para alimentar a una persona un año entero”. Por eso –añadió- “la competición por los granos entre los 800 millones de automovilistas y los 2.000 millones de personas más pobres que hay en el mundo puede conducir a revueltas populares”.
También en Argentina se sienten los altos precios del maíz en los bolsillos del consumidor. Se encareció la tierra y, por ende, subirán los costos de todos los sembrados.
La polémica está abierta. Los movimientos sociales lanzan voces de alerta y no son pocos los investigadores con visiones muy distintas a las planteadas por las petroleras ahora devenidas destiladoras del combustible verde. El periodista británico George Monbiot, por ejemplo, hizo cálculos y descubrió que “para mover solamente nuestros coches y autobuses con biodiesel se requerirían sembrar 25,9 millones de hectáreas. Sin embargo, existen en el Reino Unido solo 5,7 millones de hectáreas. Si esto sucediese en toda Europa, las consecuencias sobre el suministro de alimentos serían desastrosas”.
Ricardo Mascheroni, investigador de la Universidad Nacional del Litoral, también hizo cálculos: “si hoy el mundo abandonara la quema de hidrocarburos y pasase a los biocumbustibles, se necesitarían plantar una cantidad de hectáreas equivalentes a varios planetas”. El Ingeniero Miguel Baltanás, investigador superior del CONICET, apuntó además que para incorporar biodiesel en un porcentaje de tan sólo el 2%, “sería necesario emplear el 50% de la producción mundial de aceites vegetales”. De esto podemos inferir –añade Marcheroni- que si el porcentaje fuera del 4% del total, deberíamos usar todos los aceites vegetales que se producen en el mundo. Entonces –se pregunta- ¿con qué haremos las papas fritas?
Pero lo que está en juego es mucho más que la fritura de papas, es una concepción sobre lo que vendrá: ¿business o alimentos para toda la humanidad? Lo cierto es que el negocio de las multinacionales amenaza con exterminar territorios alimentarios. Y por lógica consecuencia, habrá más hambre y más devastación ambiental. Porque además los biocombustibles, tal como están planteados, no mitigarán el cambio climático: “La combustión de biodiesel –nos señala el ingeniero Baltanás- produce más óxidos de nitrógeno, los que en la atmósfera producen un efecto invernadero 24 veces superior al de dióxido de carbono”.
La conclusión a la que llegan entonces Mascheroni y otros es la siguiente: “¿En dónde vamos a producir alimentos, si tendremos que tapizar de soja, maíz y otros monocultivos hasta los canteros de las casas? Estamos frente a otra propuesta colonial de multinacionales que además de la soja, su aceite o el biodiesel que se exporta, se llevan el agua y los nutrientes del suelo y nos dejan la contaminación, la desertificación, la aniquilación de biodiversidad y la pérdida de calidad de vida. Un negocio redondo”.
Imperialismo biológico
Miguel Angel Altieri, doctor en agroecología y profesor en la Universidad de Berkeley, California, considerada uno de las mayores de la investigación del medio ambiente en relación con los movimientos sociales, denunció qué hay detrás del ‘proyecto sobre biocombustibles. Señaló:
“Los biocombustibles son una tragedia ecológica y social. Con su producción se creará un problema muy grande de soberanía alimentaria, ya que hay miles de hectáreas de soja, caña de azúcar y palma africana que se van a expandir, lo que va a producir una deforestación masiva. Esto ya está pasando en Colombia y en el Amazonas. Además va a aumentar la escala de producción de monocultivos mecanizados, con altas dosis de fertilizantes y específicamente Atrazina, que es un herbicida muy nocivo con irrupción endocrina.
El desarrollo de los biocombustibles no tiene ningún sentido energético, ya que todos los estudios que se han hecho demuestran que se necesita más petróleo para fabricar biocombustible. Por ejemplo, en el caso del etanol de maíz se necesitan 1,3 kilocalorías de petróleo para producir una kilocaloría de bioetanol.
Estamos ante el diseño de una nueva estrategia de reproducción por parte del capitalismo, que está tomando el control de los sistemas alimentarios. Se está produciendo la alianza inédita de multinacionales petroleras, biotecnológicas, de autos, los grandes mercaderes de granos y algunas instituciones conservacionistas que van a decidir cuáles van a ser los grandes destinos de los paisajes rurales de América Latina.
Para que Estados Unidos produzca todo el etanol que necesita para reemplazar su petróleo, debería cultivar seis veces su superficie. Entonces, está claro que lo van a hacer en los países de América Latina y, de hecho, ya están en camino. Se trata de un imperialismo biológico".
Imagen: Carolina Butron Avalos
Con la excusa de salvar el medio ambiente, los mayores contaminadores del planeta se han lanzado a un nuevo negocio que amenaza con exterminar territorios alimentarios.
Estamos ante una formidable campaña global para acelerar la producción de biocombustibles a partir de la soja, el maíz o la caña de azúcar en reemplazo de los derivados del petróleo. La justificación se fundamenta en una realidad cruda: la contaminación del medio ambiente. Y así,, subidos a la cresta de la ola ambientalista, los mayores contaminadores del planeta lanzan su nueva ofensiva. La cumbre de la Unión Europea aprobó que en el 2020 un 10% del consumo total de energía provendrá de biocombustibles. Estados Unidos está inaugurando una destilería para combustibles vegetales por semana: ya están funcionando 120. Y las mismas empresas multinacionales que inventaron los transgénicos –llámense Monsanto, Nidera y Cargill-, además del potentado George Soros y otros, anuncian fuertes inversiones en destilerías y en la creación de nuevas semillas. Para completar la rueda del negocio, George Bush se reunió en marzo con las tres empresas automotoras más grandes –General Motors, Ford y Chrysler- para “adaptar sus productos a la nueva generación de biocombustibles” .
Argentina se subió a la nueva ola. Este febrero fue reglamentada la ley 26.093 que crea un régimen de desgravaciones e incentivos para la producción de biocombustibles.
Las consecuencias no se han hecho esperar. En el último año el precio internacional del maíz más que se duplicó. Estados Unidos, principal productor mundial del grano, lo vende a México un 150% más caro. Por lo tanto, el precio de la tortilla, alimento básico de los mexicanos, se elevó abruptamente y provocó masivas protestas. Para muchos, fue el primer campanazo.
Lester Brown, director del Earth Policy Institute y ex funcionario de varios gobiernos estadounidenses, advirtió: “La cantidad de cereal que se necesita para llenar un tanque de 25 galones (casi 100 litros ) con etanol una sola vez alcanza para alimentar a una persona un año entero”. Por eso –añadió- “la competición por los granos entre los 800 millones de automovilistas y los 2.000 millones de personas más pobres que hay en el mundo puede conducir a revueltas populares”.
También en Argentina se sienten los altos precios del maíz en los bolsillos del consumidor. Se encareció la tierra y, por ende, subirán los costos de todos los sembrados.
La polémica está abierta. Los movimientos sociales lanzan voces de alerta y no son pocos los investigadores con visiones muy distintas a las planteadas por las petroleras ahora devenidas destiladoras del combustible verde. El periodista británico George Monbiot, por ejemplo, hizo cálculos y descubrió que “para mover solamente nuestros coches y autobuses con biodiesel se requerirían sembrar 25,9 millones de hectáreas. Sin embargo, existen en el Reino Unido solo 5,7 millones de hectáreas. Si esto sucediese en toda Europa, las consecuencias sobre el suministro de alimentos serían desastrosas”.
Ricardo Mascheroni, investigador de la Universidad Nacional del Litoral, también hizo cálculos: “si hoy el mundo abandonara la quema de hidrocarburos y pasase a los biocumbustibles, se necesitarían plantar una cantidad de hectáreas equivalentes a varios planetas”. El Ingeniero Miguel Baltanás, investigador superior del CONICET, apuntó además que para incorporar biodiesel en un porcentaje de tan sólo el 2%, “sería necesario emplear el 50% de la producción mundial de aceites vegetales”. De esto podemos inferir –añade Marcheroni- que si el porcentaje fuera del 4% del total, deberíamos usar todos los aceites vegetales que se producen en el mundo. Entonces –se pregunta- ¿con qué haremos las papas fritas?
Pero lo que está en juego es mucho más que la fritura de papas, es una concepción sobre lo que vendrá: ¿business o alimentos para toda la humanidad? Lo cierto es que el negocio de las multinacionales amenaza con exterminar territorios alimentarios. Y por lógica consecuencia, habrá más hambre y más devastación ambiental. Porque además los biocombustibles, tal como están planteados, no mitigarán el cambio climático: “La combustión de biodiesel –nos señala el ingeniero Baltanás- produce más óxidos de nitrógeno, los que en la atmósfera producen un efecto invernadero 24 veces superior al de dióxido de carbono”.
La conclusión a la que llegan entonces Mascheroni y otros es la siguiente: “¿En dónde vamos a producir alimentos, si tendremos que tapizar de soja, maíz y otros monocultivos hasta los canteros de las casas? Estamos frente a otra propuesta colonial de multinacionales que además de la soja, su aceite o el biodiesel que se exporta, se llevan el agua y los nutrientes del suelo y nos dejan la contaminación, la desertificación, la aniquilación de biodiversidad y la pérdida de calidad de vida. Un negocio redondo”.
Imperialismo biológico
Miguel Angel Altieri, doctor en agroecología y profesor en la Universidad de Berkeley, California, considerada uno de las mayores de la investigación del medio ambiente en relación con los movimientos sociales, denunció qué hay detrás del ‘proyecto sobre biocombustibles. Señaló:
“Los biocombustibles son una tragedia ecológica y social. Con su producción se creará un problema muy grande de soberanía alimentaria, ya que hay miles de hectáreas de soja, caña de azúcar y palma africana que se van a expandir, lo que va a producir una deforestación masiva. Esto ya está pasando en Colombia y en el Amazonas. Además va a aumentar la escala de producción de monocultivos mecanizados, con altas dosis de fertilizantes y específicamente Atrazina, que es un herbicida muy nocivo con irrupción endocrina.
El desarrollo de los biocombustibles no tiene ningún sentido energético, ya que todos los estudios que se han hecho demuestran que se necesita más petróleo para fabricar biocombustible. Por ejemplo, en el caso del etanol de maíz se necesitan 1,3 kilocalorías de petróleo para producir una kilocaloría de bioetanol.
Estamos ante el diseño de una nueva estrategia de reproducción por parte del capitalismo, que está tomando el control de los sistemas alimentarios. Se está produciendo la alianza inédita de multinacionales petroleras, biotecnológicas, de autos, los grandes mercaderes de granos y algunas instituciones conservacionistas que van a decidir cuáles van a ser los grandes destinos de los paisajes rurales de América Latina.
Para que Estados Unidos produzca todo el etanol que necesita para reemplazar su petróleo, debería cultivar seis veces su superficie. Entonces, está claro que lo van a hacer en los países de América Latina y, de hecho, ya están en camino. Se trata de un imperialismo biológico".
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