Por Jorge Leibiker
El dolor y las máscaras
Ayer 23 de junio me enteré que al asesino de Víctor Hugo Rodríguez le dieron como condena en un juicio realizado en Esquel tres años en suspenso, es decir fuera de la cárcel.
Y otra vez el dolor de la pérdida me pone frente a las máscaras de una sociedad, la nuestra, que se muestra indiferente y paralizada frente a los desaciertos que ella misma genera.
Hoy 24 de junio cuando los Mapuches se juntan a hacer rogativas para su nuevo año se cumplen cinco meses del asesinato de Víctor Hugo Rodríguez, una semana antes de cumplir sus 31 años.
En ese momento debido al dolor y a la forma que tomó la muerte para llevárselo fue el silencio y la angustia de sus seres queridos quien acompañó su partida.
Llevado por ese mismo dolor y como queriendo correr una carrera contra la muerte quise mover a la reflexión a la comunidad de Epuyén, porque no era la primera muerte que allí sucedía y porque se decía que la víctima era culpable y el matador un chico bueno.
Se me hizo saber que yo al no ser del pueblo mejor no me metiera.
Acepté el mensaje sintiendo que la tristeza no me permitiría ser lo suficientemente claro para tamaña empresa y que dejar que los acontecimientos siguieran su curso “natural” sin meterme ayudarían a la justicia a cumplir con su labor.
El fallo de la corte me hizo pensar que quizás no sea bueno que el silencio tenga la última palabra.
Los hechos entonces para los que no los conocen fueron, a mi modo de ver, los siguientes:
Luego de una discusión verbal entre Víctor y su mujer Víctor se fue de su casa con su hija a lo de su hermano.
Preocupado de cómo quedara su mujer llamó a la madre de ésta para que la vaya a ver.
La madre sale en camino y se lo encuentra a su hijo Peque de 20 años tomando una cerveza con sus amigos.
La madre habla con su hijo y el muchacho va hacia la casa de la madre, donde vive, agarra una sevillana y le pide a un amigo que lo acompañe a la casa del hermano de Víctor.
Pide a su amigo que llame a la puerta pidiendo por Víctor, porque sabía que habría desconfiado de él por discusiones que ya habían mantenido.
Cuando Víctor sale cerrando la puerta tras de sí el Peque sale desde atrás y con una única y desgraciada puñalada mata a Víctor Hugo que en cinco minutos muere desangrado en brazos de su hermano.
En ese pequeño gran acto deja viuda a su hermana, huérfana a su sobrina de cinco años y destruye a dos familias que en realidad ya eran una.
Luego se entrega en Epuyén, noroeste de la provincia del Chubut. Se le toma declaración y se lo observa por quince días en la ciudad de Esquel.
Se deduce por su conducta que no es peligroso y no se va a escapar y se lo deja libre hasta que se llame a juicio.
En el juicio se argumenta a favor y en contra pero por ser la primera vez se lo deja nuevamente libre con tres años en suspenso como total de la pena
Mientras tanto en Epuyén se dice que Víctor era violento, que le pegaba a su mujer y hasta que vendía drogas y sobre todo que no era de allí.
Esos argumentos bastaron para que la localidad quedase con la conciencia tranquila.
Sólo que Víctor sí era de Epuyén donde nació, hizo parte de la primaria en la escuela 9 y de allí era toda su familia materna. No le pegaba a su mujer, no vendía ni consumía drogas y su naturaleza violenta la tenía a raya con una fuerte voluntad cosa que el niño bueno que lo mató no tuvo.
En Epuyén las voces de la calle me dijeron y el hospital ratificó que no sólo no es la primera vez que ocurre sino que ya pasa a ser parte de la “normalidad”.
Que en una pelea entre amigos donde muere un primo de Víctor de unos 25 años cuando la comunidad intentó una reflexión entre los adultos a través de unos especialistas todo terminó en una pelea mayúscula entre los adultos que a los gritos se acusaban mutuamente perdiéndose la oportunidad de comprender y modificar las causas por la que los jóvenes en Epuyén resuelven sus diferencias a punta de cuchillo.
¿Quién soy yo para romper el silencio que en la argentina nunca fue sinónimo de salud?
Un maestro de Víctor que lo quiso como a un hijo, que lo ayudó a crecer y con el que convivió por unos años trabajando juntos y que fue maestro en Epuyén entre el 80 y 84 en la escuela No 89.
Alguien que no quiere aceptar que las cosas son así y cree que la responsabilidad de un acto, en éste caso dar muerte, nos compromete a todos en distinta manera y que sí debemos y podemos hacer algo para que no siga siendo normal que nuestros jóvenes se sigan matando.
Jorge Leibiker
DNI: 12.446.496
La Justicia perdió El Juicio
Yo también asistí a mi juicio.
En el dolor de mis seres queridos, en la angustia de mi mujer, en la culpa del asesino.
No tener forma es difícil, ni voz ni voto como se dice. Pero una presencia si, quién me la iba a negar.
Por nada del mundo me lo iba a perder. De alguna manera también se hablaba de mí.
Con palabras difíciles que casi no entendía, con miradas perdidas y gestos fríos se trataba de medir la cantidad de culpa de un muchacho de 20 años que allí sentado parecía más inocente que yo.
No trataban de comprender sino de condenar.
Se hablaba de la ley y no de la vida.
Se nombraba a la justicia y no a mi hija.
Se discutía cuántos años no que a enseñanza-aprendizaje había fallado y como reparar.
No entendía porque en el banquito del acusado no estaba el resto de la comunidad que siendo testigo ya de otras muertes nunca alzó la voz porque la víctima no era su hijo y no se animó a preguntarse que cosa no andaba para que sus muchachos por las calles se mataran.
No estaban los vendedores de alcohol que en manos de esos chicos diventaba también un arma.
No estaban los políticos que siempre prometen tanto y al final no cambian nada.
No estaban los ministros de economías y sus políticas asesinas.
Ni los traficantes de futuro, ni los falsificadores de esperanza.
La sociedad se contentaba con juzgar a un muchacho que arrepentido o no ya había arruinado su vida y la de sus familias para siempre.
Entonces me fui sin escuchar la sentencia, sin que nadie lo notara y con el rabo del ojo, en un costado de la sala, vi a la justicia que lejos del juez, llorando en silencio, conmigo se marchaba.
24 de junio del 2007
El dolor y las máscaras
Ayer 23 de junio me enteré que al asesino de Víctor Hugo Rodríguez le dieron como condena en un juicio realizado en Esquel tres años en suspenso, es decir fuera de la cárcel.
Y otra vez el dolor de la pérdida me pone frente a las máscaras de una sociedad, la nuestra, que se muestra indiferente y paralizada frente a los desaciertos que ella misma genera.
Hoy 24 de junio cuando los Mapuches se juntan a hacer rogativas para su nuevo año se cumplen cinco meses del asesinato de Víctor Hugo Rodríguez, una semana antes de cumplir sus 31 años.
En ese momento debido al dolor y a la forma que tomó la muerte para llevárselo fue el silencio y la angustia de sus seres queridos quien acompañó su partida.
Llevado por ese mismo dolor y como queriendo correr una carrera contra la muerte quise mover a la reflexión a la comunidad de Epuyén, porque no era la primera muerte que allí sucedía y porque se decía que la víctima era culpable y el matador un chico bueno.
Se me hizo saber que yo al no ser del pueblo mejor no me metiera.
Acepté el mensaje sintiendo que la tristeza no me permitiría ser lo suficientemente claro para tamaña empresa y que dejar que los acontecimientos siguieran su curso “natural” sin meterme ayudarían a la justicia a cumplir con su labor.
El fallo de la corte me hizo pensar que quizás no sea bueno que el silencio tenga la última palabra.
Los hechos entonces para los que no los conocen fueron, a mi modo de ver, los siguientes:
Luego de una discusión verbal entre Víctor y su mujer Víctor se fue de su casa con su hija a lo de su hermano.
Preocupado de cómo quedara su mujer llamó a la madre de ésta para que la vaya a ver.
La madre sale en camino y se lo encuentra a su hijo Peque de 20 años tomando una cerveza con sus amigos.
La madre habla con su hijo y el muchacho va hacia la casa de la madre, donde vive, agarra una sevillana y le pide a un amigo que lo acompañe a la casa del hermano de Víctor.
Pide a su amigo que llame a la puerta pidiendo por Víctor, porque sabía que habría desconfiado de él por discusiones que ya habían mantenido.
Cuando Víctor sale cerrando la puerta tras de sí el Peque sale desde atrás y con una única y desgraciada puñalada mata a Víctor Hugo que en cinco minutos muere desangrado en brazos de su hermano.
En ese pequeño gran acto deja viuda a su hermana, huérfana a su sobrina de cinco años y destruye a dos familias que en realidad ya eran una.
Luego se entrega en Epuyén, noroeste de la provincia del Chubut. Se le toma declaración y se lo observa por quince días en la ciudad de Esquel.
Se deduce por su conducta que no es peligroso y no se va a escapar y se lo deja libre hasta que se llame a juicio.
En el juicio se argumenta a favor y en contra pero por ser la primera vez se lo deja nuevamente libre con tres años en suspenso como total de la pena
Mientras tanto en Epuyén se dice que Víctor era violento, que le pegaba a su mujer y hasta que vendía drogas y sobre todo que no era de allí.
Esos argumentos bastaron para que la localidad quedase con la conciencia tranquila.
Sólo que Víctor sí era de Epuyén donde nació, hizo parte de la primaria en la escuela 9 y de allí era toda su familia materna. No le pegaba a su mujer, no vendía ni consumía drogas y su naturaleza violenta la tenía a raya con una fuerte voluntad cosa que el niño bueno que lo mató no tuvo.
En Epuyén las voces de la calle me dijeron y el hospital ratificó que no sólo no es la primera vez que ocurre sino que ya pasa a ser parte de la “normalidad”.
Que en una pelea entre amigos donde muere un primo de Víctor de unos 25 años cuando la comunidad intentó una reflexión entre los adultos a través de unos especialistas todo terminó en una pelea mayúscula entre los adultos que a los gritos se acusaban mutuamente perdiéndose la oportunidad de comprender y modificar las causas por la que los jóvenes en Epuyén resuelven sus diferencias a punta de cuchillo.
¿Quién soy yo para romper el silencio que en la argentina nunca fue sinónimo de salud?
Un maestro de Víctor que lo quiso como a un hijo, que lo ayudó a crecer y con el que convivió por unos años trabajando juntos y que fue maestro en Epuyén entre el 80 y 84 en la escuela No 89.
Alguien que no quiere aceptar que las cosas son así y cree que la responsabilidad de un acto, en éste caso dar muerte, nos compromete a todos en distinta manera y que sí debemos y podemos hacer algo para que no siga siendo normal que nuestros jóvenes se sigan matando.
Jorge Leibiker
DNI: 12.446.496
La Justicia perdió El Juicio
Yo también asistí a mi juicio.
En el dolor de mis seres queridos, en la angustia de mi mujer, en la culpa del asesino.
No tener forma es difícil, ni voz ni voto como se dice. Pero una presencia si, quién me la iba a negar.
Por nada del mundo me lo iba a perder. De alguna manera también se hablaba de mí.
Con palabras difíciles que casi no entendía, con miradas perdidas y gestos fríos se trataba de medir la cantidad de culpa de un muchacho de 20 años que allí sentado parecía más inocente que yo.
No trataban de comprender sino de condenar.
Se hablaba de la ley y no de la vida.
Se nombraba a la justicia y no a mi hija.
Se discutía cuántos años no que a enseñanza-aprendizaje había fallado y como reparar.
No entendía porque en el banquito del acusado no estaba el resto de la comunidad que siendo testigo ya de otras muertes nunca alzó la voz porque la víctima no era su hijo y no se animó a preguntarse que cosa no andaba para que sus muchachos por las calles se mataran.
No estaban los vendedores de alcohol que en manos de esos chicos diventaba también un arma.
No estaban los políticos que siempre prometen tanto y al final no cambian nada.
No estaban los ministros de economías y sus políticas asesinas.
Ni los traficantes de futuro, ni los falsificadores de esperanza.
La sociedad se contentaba con juzgar a un muchacho que arrepentido o no ya había arruinado su vida y la de sus familias para siempre.
Entonces me fui sin escuchar la sentencia, sin que nadie lo notara y con el rabo del ojo, en un costado de la sala, vi a la justicia que lejos del juez, llorando en silencio, conmigo se marchaba.
24 de junio del 2007
0 Comentá esta nota:
Publicar un comentario