miércoles, septiembre 12, 2007

Aseguran que causa “mucho daño” comprar o usar joyería de oro

Enviado por Lino Pizzolon

A continuación un texto de Ana Pérez, agricultora ecológica del Valle de Uco de Mendoza, Argentina. Año 2007. Para leer, reenviar a todos los contactos y publicar donde sea útil. Un abrazo a tod@s. Mariano.

Vendimia, oro y verdad.

Por Ana Pérez

Siempre supe, desde niña, que el oro era especial... para la gente de todo el mundo, que hizo de él un selectivo consumismo. Relacionado con la cultura, la religión y los sentires, el oro se posicionó alto, transformado en bellas obras variadas que perduraron intactas en el tiempo. Desde los templos paganos, desde las iglesias y hogares, en todo y todos, el oro brilla presente. En la industria y herramientas, en la ciencia y medicina... En todo es metal muy apreciado por su firmeza y biología. El cáliz es de oro también. También tumbas, cofres y ataúdes, joyas, prótesis, coronas y tantas cosas más.

Primero, ofreció practicidad. Por ser puro, firme y seguro, ayudó al desarrollo general, y esto, aun, mantuvo un equilibrio. Pero todo cambió cuando se lo relacionó con el sentir, con el valor de los sentimientos. Y entonces las alianzas son de oro, los crucifijos y las medallas también. Los aritos de los bebés y los anillos, las joyas y las coronas. Y aquí se despertó la codicia y la ambición por un consumismo selectivo de los que consideraron su valor desde la estima mayor, desde su cultura y economía, que marca gran diferencia, como si fuera división racial, de los que pueden adquirir el precioso oro en las bellas alhajas o coronas, cotizadas muy alto por el consumismo del capital.

Así el oro se convirtió en tan preciado metal, que clasea y discrimina, brillando, en bellas alhajas, en relojes y dientes, en autos o tumbas, y hasta inodoros y duchas, camas y sillas de gente que se cree ser más diferente por tener acopiado el oro, con la estrecha relación con el poder y el dinero.

Pocos conocen de dónde el oro viene, y creen que es como lo compran terminado en las joyerías y negociantes. Pocos saben el costo real que produce. El costo que pagamos muchos. Costo de naturaleza, costo de vida y trabajo, costo de muerte y exterminio, costo de enfermedades, de paisajes y regiones, costo de culturas de los pueblos, de valores y ética, de justicia y engaños. Todo cae a los pies de su proceso, desde las minas, hasta el estante y vidriera, desde la montaña hasta el consumismo, desde la naturaleza viva hasta la creación bella pero muerta y rígida.

El oro, tan bello y puro, deja en su proceso sólo destrucción, rompiendo todo a su paso. Primero, con dinamita y explosiones, abriendo grandes huecos y heridas a la montaña, sometiendo a trabajadores, nativos, a la inhumana tarea minera, que destruye sus órganos vitales y los deja sin salud ni esperanzas, por manipular venenos y químicos usados para seleccionar los metales, por respirar sólo a medias, sin oxígeno puro, que es su derecho biológico y humano. El obrero minero es sumiso y trabaja bajo la presión y miseria del subdesarrollo y cree, iluso, que es un trabajo como otro cualquiera, que le dará sustento diario y el progreso deseado. Y al fin ya tarde comprende que sus pulmones enferman y su fuerza se fue y se perdió. Sin seguro que asegure su vida queda solo y sin entender que el oro arrasa con todo, cobra en vida el no saber.

Y el oro extraído así se limpia en diques de cola, construidos con técnicas modernas, receptores que acaparan agua pura de vertientes y hielos de la montaña. Tesoros eternos, reservas de vida, para los pueblos, regiones y valles.

Ese dique se bebe el agua en litros y litros sin poderlos contar y seca el chorrear de vertientes, de arroyos, de lagos y charcos que contienen y sostienen la vida natural. Ese dique, en el cual se vierte agua inicialmente pura, se convierte en un fatal cóctel de químicos tóxicos y mortales, que derrama, filtra y penetra los cerros, lomas, ríos y suelos, invadiendo la tierra y los pueblos, la flora, la fauna y la vida, en un frontal avasallamiento, que como una peste o epidemia se infiltra por debajo del suelo escondido a la vista de incautos ignorantes de este sigiloso proceso, que mata y somete con inteligencia aún más genocida que Hitler, porque nadie conoce su rostro, ni descubre su voz, nación ni partido. Es la muerte que avanza escondida bajo las capas de tierra y se infiltra en todo y en todos, sin que nadie lo vea y lo acuse.

Es el dique de cola. Está en la montaña y luce su soberanía tomándose el agua viva, y vertiendo sus residuos nefastos.

Y yo como tantos no lo sabía, y yo como tantos me cuesta creerlo hoy.

Y también hay máquinas de todo tamaño, formas y colores, que cortan, rompen y transportan, con suma fuerza y poder, arremetiendo con prepotencia contra árboles, montes y cerros, contra alambrados, ranchos y cercos, contra todo lo que impida su acción, y cambian en tiempo preciso el paisaje nativo y natural, transformado en rutas y polvo, que envuelve todo en un aire raro. Todo se llena de sucio polvo, y falta el aire que el árbol purifica. Porque falta el árbol ya.

Y el mineral viaja, cargado en camiones de gran peso y talla, que queman combustibles y dejan a cambio sus gases tóxicos. Y el oro viaja y viaja. En camión, en barco o en avión, con una cadena activa y laboriosa de los que participan de su acción, todos socios y cómplices, todos ávidos de su poder económico que deje abultados bolsillos y propicie la ambición.

Así recorre el oro su camino, tocando a muchos a su paso. A unos, llevando gran riqueza, a otros dejando despojo y pobreza y el consecuente desbalance de la vida, reflejado en la crisis ambiental.

Y al final, el oro luce entre la gente, con su belleza y forma artesanal. La misma gente que esclaviza y somete lo usa sin saber esta realidad.

Y hoy yo miro en mi memoria, revivo mis recuerdos, y me ubico en mi tiempo de ignorancia que un video de golpe me arrancó, cuando, el testimonio vivo del video me mostró de lleno lo que cuento... y, de golpe, arranco mi anillo, lo saco aprisa de mi mano, saco el crucifijo de mi pecho, ese que tanto quería por ser regalo preciado de mi madre, y también los aros que me adornan con el recuerdo de mi ser amado, todo, lo junto otra vez, en mi mano, hago un pozo y lo devuelvo, allí a la tierra, de donde es, y siento mi alma libre y satisfecha y mi responsabilidad cumplida.

Ya enterré, con mis joyas, mi ignorancia, y espero que muchos me entiendan y deseo que muchos me imiten. Y sueño que ese oro vuelva un día a su regazo natural, a su tierra y montañas, y libere a las personas de su ignorancia y consumo, para que podamos liberar esta consecuencia final del proceso de su extracción. Esta consecuencia final que sufrimos y sufriremos todos.

Qué bueno sería ver en la reina vendimial aquella corona de verdes sarmientos que en los principios se usó y no esa virtual imagen de viña tallada en oro que pesa sobre la belleza de nuestra reina que es justo, ejemplo vivo de la belleza de lo natural, que festejamos cada año, en la vendimia regional, que da rienda suelta a la alegría del pueblo por los frutos de la tierra, y no es lógico creo, reemplazar el vivo sarmiento, crecido desde la tierra viva, por una corona de oro, que imita y engaña, con su brillo y belleza, sin contarnos su historia y poder, tan enemigo de la tierra, el agua y la vida que la viña necesita, para que la fiesta sea alegría, para que Mendoza siga viva. Qué bueno sería ver otra vez con el orgullo labriego esa corona verde de vendimia en la bella reina mendocina.

También sería lindo que la Iglesia lo comprenda, y cambie el oro por materiales simples, y sea coherente con su prédica, con el ejemplo vivo y acción precisa, con un cáliz de cerámica. Yo sentiría así más cerca a Cristo.

Y también, rosarios y anillos, coronas y mantos santos, serían más dignos, para honrar tan nobles santos, de madera, hilo o barro, que nos regala justo Dios, y casi gratis en toda Su creación, que de oro. Que el oro deje los santuarios, las capillas y las basílicas, sería un gigante paso, que amortigüe esto que pasa, y se vaya revirtiendo el proceso, que devuelva al suelo el oro, porque allí por ley natural pertenece.

Ruego a Dios cada día, con una cruz que yo hice, con dos palitos de sauce, que en un sueño yo vi, que una mano amorosa puso en mi pecho, y siento que mi corazón se estremece de pensar y soñar todo esto, y se hace intensa mi súplica, y se hace intenso mi ruego... Si Dios y los santos pueden hacer entender esto... Qué bueno tener una iglesia más natural, con altares de verde y de flores, sin el oro que no condice con el espíritu, el amor y la vida, con el hombre y su libertad, en la libre naturaleza de Dios.

Y qué bueno sería también que esa ceremonia tan especial, que une a dos seres con el amor en el matrimonio, no fuera con el lazo simbolizado en anillos de oro, tan lejano al profundo sentido de esta sagrada unión.

Qué bueno sería usar otra cosa, más cercana al sentir tan profundo de esa ceremonia especial. El oro, frío y duro, es de las profundidades oscuras y rocosas, y no puede representar la luz y la multiplicación de la vida y el amor, como es el matrimonio.

Eso creo yo, y me parece lógico a simple análisis.

Y así cada actitud, devenida de un análisis y conocimiento, puede extirpar la ignorancia que nos confunde, engaña y somete. Y podremos revertir desde las causales las consecuencias que, disfrazadas, nos atacan, nos agobian, despojan y destruyen a través de todas las crisis que nos someten a una existencia no deseada por muchos, sin saber cómo escapar.

Aunque otros ya se sienten vencidos y se entregan a sucumbir sin luchar, si no hay necesidad, no hay consumo; si no hay consumo, no hay negocio; si no hay negocio, no hay minería; y si no hay minería, no hay problemas ambientales, y habrá Vida al fin.

Escrito en el Valle de Uco de Mendoza, Argentina, el año 2007.

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