viernes, septiembre 21, 2007

El circo está sano y salvo

Por Conrado Ferre

Antes de que me olvide: anoche estuvieron en Esquel y esta noche en Bariloche.

Cuando entrás es como entrar a un circo (recuerdo: pisar esa mezcla de arena y aserrín media húmeda y mirar para arriba, incrédulo ante la altura desmesurada de la carpa). Hay detalles que cambian, sí. Te sirven un Gancia con manzana y un hombre canarito da vueltas por ahí, por la antesala del teatro. La gente hace un corro alrededor y el hombre canarito hace girar un trompo por todas las superficies posibles. Todo convoca, sin embargo, los recuerdos de la arena y la carpa: el amontonamiento de gente y eso de entrar de la calle directo al espectáculo, porque en el escenario, que se ve iluminado desde la antesala, los músicos, acróbatas y bailarines ya empezaron a moverse y a tocar. Un caos. Un alegre quilombo.

En un momento, sin que las cosas se ordenen demasiado, los acróbatas y bailarines se ponen en círculo y comienza (si es que no ha comenzado ya) el show. Son doce acrobailarines y cinco músicróbatas (o tal vez más) volando sobre un metro cuadrado de escenario, haciendo verticales unos sobre otros, lanzándose por el aire y sin chocarse entre ellos, cosa que ya, para uno que apenas sí puede caminar y masticar chicle a la vez, le parece de otro mundo. Más adelante traerán a esa baldosa de escenario, además, aparatos gigantescos sobre los que van a girar y a alzarse. Cada tanto, el acierto increíble del payaso malabarista, el hombre canarito, que habla así: “picuchuti? picurricuti uatuu!!”, que hace gala de su austeridad, que puede entretener al espectador durante media hora con un escarbadiente, que hace un gesto y uno puede ver un murciélago, alas en un huevo o lo que se proponga.

La música se entiende bien con los acróbatas y danzarines. El director musical acopla sin fisuras la nostalgia o la fiesta de la música gitana con la nostalgia o la fiesta de la criolla. Teclado, violín, violoncello, vientos (saxo tenor y contralto, flauta y me-pareció-ver-un-clarinete-pero-no-podría-asegurarlo). Pero dividir el espectáculo en música, acrobacia y danza, e incluso dividir al espectáculo del público, parece traicionar el espíritu del show. Allí todo el mundo es uno: los músicos, al fondo, no tienen problemas en adelantarse para actuar, los acrobailarines tal vez estén en el escenario y tal vez no, y encima el canarito ese dando vueltas por cualquier lado.

Uno está grande y siente cierto prurito en eso de dejarse arrastrar por la magia del circo (más cuando el circo local ha tenido más que ver con la tradición romana, aquella de pan y circo, que con esta sana y salva onda balcánica), pero los chicos le dan voz a uno, a veces. En un momento, las luces se apagaron para dar lugar a una nueva sección del espectáculo. En medio de la sala se escuchó el grito de un pibito: “¡prendan las luces que no vemos nadaaaaa!”. En la fila de atrás, otro no paraba de preguntarle cosas a su madre: “¿está hablando en inglés?, ¿qué hace con el huevo?”. Si a alguien le quedaban dudas, esos chicos lo confirman: sí, esto es circo. Un caos. Un saludable despelote.

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