miércoles, septiembre 12, 2007

Madre migrante en agonía quiere ver por última vez a sus hijos

Por Edwin Përez

Madrid, 11 sept, Edwin Pérez Uberhuaga (Raíz).- Es boliviana, tiene 44 años y morirá de cáncer en muy poco tiempo. Ella no lo sabe, pero lo presiente, y por eso quiere que sus tres hijos se reúnan alrededor de su cama en el hospital “para que escuchen lo que les quiero decir”.

Rosa Santos de Quispe, internada en el Hospital Murillo Díaz de Madrid, desde hace un mes siente que la vida se le escapa, en medio de tremendos dolores en la zona hepática, donde tiene tumores y várices que, según los reportes médicos, en cualquier momento van a provocar el colapso.

Dos de sus hijos, de 27 y 20 años están aquí, pero el universitario de 23 años está en Bolivia y ella quiere verlo para despedirse. Se trataría de un deseo más o menos fácil de cumplir, pero la exigencia de un visado y la burocracia que implica, obliga a mover todos los hilos para que él llegue pronto para ver a su madre.

El Consulado de Bolivia en Madrid, abogados españoles y sus amigos intensifican los trámites para que prácticamente el último deseo de Rosa se haga realidad. “Ojalá que le permitan venir pronto por razones humanitarias, como turista o lo que corresponda”, dijo su amiga potosina María Daza.

VIDA DE SUFRIMIENTOS

Rosa Santos de Quispe nació en Chuquisaca, pero vivió en los últimos años en Santa Cruz, donde fue ahorrando y comprando algunos bienes para sus tres hijos y para una niña a la que adoptó y la que hoy es adolescente. “Les diré a mis hijos que cuiden de ella”, dijo en su habitación en el tercer piso del hospital vecino al Metro Moncloa.

El olor a hospital no le es extraño. Durante mucho tiempo fue a un hospital cruceño a visitar a su marido que, víctima de un caso de negligencia médica, no podía curarse de una mala operación de apendicitis. “Pagué dos mil dólares en la operación y al final terminé debiendo al hospital cinco mil dólares más”, cuenta al recordar que allá vendía en el mercado y atendía una pensión, apoyada por un sacerdote español.

Debajo de las sábanas se adivina su corta estatura y su cuerpo delgado, pero es notoria la fuerza de sus ojos en medio de la palidez y la energía de sus manos, ahora conectadas a sueros y vitaminas.

Con esa fuerza, como tantas otras mujeres protagonistas de la migración boliviana, se prestó dinero para comprarse un pasaporte, mostrar en Migración que tenía “plata” (mil euros) y para tomar el avión sin saber exactamente lo que le esperaba.

Después de un par de semanas consiguió su primer trabajo, al cuidado de ancianos, luego como “interna” o empleada doméstica y después al cuidado de una mujer ciega. “Unos me trataron bien y otros no, pero no me importaba porque todo el dinero que ganaba lo enviaba ese mismo día a mis hijos”, recuerda.

Su hija y su hijo llegaron a España a trabajar, postergando sus proyectos de estudios, pero el otro se quedó en Bolivia, donde estudia una profesión con la ayuda de su madre.
“Con su papá yo ya no puedo contar, porque se ha conseguido otra mujer”, dice Rosa, mostrando la crudeza de las familias migrantes divididas y del amor corroído por el tiempo y la distancia.

LA HORA FINAL

Ningún médico, que le presta una atención eficiente y gratuita en el hospital de Madrid, hasta ahora se anima a decir a Rosa toda la verdad, excepto a su hija, que ha dejado de trabajar para cuidarla y que tampoco le quiere hablar del final del camino.

La enfermedad le ha llegado a los tres años de vivir en España, justo en el tiempo en que podría obtener el “arraigo social” y contar con “papeles” para acceder a un mejor trabajo.

Rosa también quiere volver a Bolivia, pero los médicos no se lo autorizan por los graves riesgos que implica. “Quédese aquí, nosotros le cuidaremos”, le dijo uno de ellos.

Su sentimiento de madre le empuja a pedir la presencia en España de su tercer hijo, pero su conciencia de administradora le dice que casi todo el dinero que ha ahorrado se podría gastar en los pasajes y los trámites. “No quiero que mi hijo se quede a trabajar aquí como indocumentado, quiero que sea profesional”, agrega.

SU TESTAMENTO

“Quiero estar con mis tres hijos para decirles que siempre he tratado de ser buena madre y creo que he cumplido”, afirma, en medio de lágrimas, esta mujer que a los 17 años ya tenía un hijo en las entrañas.

En ese encuentro familiar con el hijo al que no ve hace tres años le dirá que se quieran y respeten entre hermanos y a su “hermanita” adolescente.

Esta “madre a tiempo completo” no tuvo tiempo de hacer turismo en Madrid o participar mucho en las fiestas de los bolivianos, pero se animó públicamente a “jalar las orejas” a algunos que se portan mal y que derrochan su salud y energía. “Hay que pensar en el futuro y ser mejores personas”, recomienda.

Mediodía en Madrid, amanecer en Bolivia. Rosa se queda sola en su habitación, haciendo un recuento de lo que les dirá a sus hijos y mirando a la puerta que, tal vez, en unos días, será atravesada por su hijo, el universitario, el que quiere ver por última vez a su madre.

• Edwin Përez U. es Director de la Revista Raíz Bolivia- 0034-655447696
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