Por Mario Conrado Ferre *
No es que tenga mucho para decir. Los artículos de Marcos y de Corina me resultan suficientes y expresan bien mi propia posición. Y sin embargo, me parece conveniente sumar otra voz y que todos abramos este juego, no necesariamente publicando artículos, pero sí debatiendo en cualquier ámbito más o menos público.
No es que tenga mucho para decir. Los artículos de Marcos y de Corina me resultan suficientes y expresan bien mi propia posición. Y sin embargo, me parece conveniente sumar otra voz y que todos abramos este juego, no necesariamente publicando artículos, pero sí debatiendo en cualquier ámbito más o menos público.
Los docentes de Río Pico son –ya claramente– chivos expiatorios. Por eso considero importante no dejarlos aislados. Cualquier persona mayor de 25 años (por tomar una posición bastante pacata) tiene conocidos, amigos, “ha consumido pero de joven” o “tiene un amigo que conoce a un tipo que tal vez consumió” marihuana. Da la impresión de que es tiempo de tomar posiciones y debatir.
Lo que voy a hacer es complementar brevemente algunos de los puntos del artículo de Marcos Sourrouille.
La piedra de toque legal es la Constitución: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados”. La dificultad, creo, está en definir términos como “orden”, “moral” e incluso “tercero”, ya que la mayor parte de la población sufre el avasallamiento de sus derechos ciudadanos. Con semejante base de términos, que pide como principio el inestable sentido común, es imposible que no abunde la hipocresía, como dice Corina, los secretos a voces, las cosas dichas “sólo entre nos”, etc.
El otro punto a destacar es ese “Dios y los magistrados” tan circunspecto, como si unos estuvieran al lado del Otro (con mayúscula pesada). La psicología tiene un término más abarcador que viene bien, la Ley. Ellos (o ella, la Ley) destacan a su contrario, a su contraejemplo. Nathaniel Hawthorne escribió La letra escarlata, la historia de una adúltera (“sin querer”) a quien se le ocurrió hacer cornudo al marido en pleno puritanismo americano (feministas eran las de antes). Su pena fue llevar bordada, en tela escarlata, sobre su vestimenta, siempre, una letra A, de Adúltera. Esa mujer estaba libre. Físicamente libre. Pero marcada, no hace falta aclararlo. De la letra A, bordada en la vestimenta diaria, a la condena social actual, no hemos avanzado mucho, aceptémoslo. Hawthorne escribió sobre otros casos similares. Hay un cuento (no recuerdo el título) acerca de un hombre que había conocido la gloria, hasta una noche de carnaval en la que lo cubrieron con brea y lo llenaron de plumas por alguna macana que se había mandado; castigo habitual (como el de la letra) en la sociedad puritana estadounidense. Bueno, el ahorcado en la plaza pública, la crucifixión –tan cara a los cristianos– son otros ejemplos de exhibición del castigo, de marcar (como las marcas amarillas en casas judías y, en fin, a cada uno se le va a ocurrir otro ejemplo), tal como aparece en el artículo de Marcos.
Ahora puedo redondear con una comprobación un tanto inútil, pero en fin, ahí va. Hay una especie de contradicción, doble frente, o algo así. El capitalismo, o la sociedad de consumo, o cualquier término equivalente, más o menos general, que se refiera a un conjunto bastante amplio de las circunstancias económico-políticas actuales, protege como a su culo (culo, digamos, de varón occidental) a la propiedad privada. Pero en el extremo –el propio cuerpo es lo más privado que existe– avanza sobre esa propiedad privada, prohíbe usos y costumbres que sólo afectan a ese ámbito, al propio cuerpo y a la propia conciencia. La homosexualidad fue también penalizada en épocas de florecimiento capitalista. Invade y somete, y quita la vida o no, ya no importa. La lingüística también puede reflejarlo: la propiedad pasa de ser privada a estar privada de algo. Los movimientos revolucionarios de los setenta, hay que decirlo aunque cueste, conocen una incoherencia análoga. Para muchos marxistas clásicos (no digamos ya ortodoxos), la marihuana es, también, como para Doña Rosa, contrarrevolucionaria.
La arqueología foucaultiana de la prohibición que propone Marcos tiene un punto de partida en una cuestión de estrategia: junto con el estigma aparece el silencio alrededor del hecho; y su formalización legal es la figura de la apología, que clausura el debate, que pone un límite allí donde la razón hace agua.
* DNI: 20.519.024
0 Comentá esta nota:
Publicar un comentario