Por Corina Milán *
En estos días una noticia ha conmovido a la provincia: docentes de Río Pico cultivaban marihuana en un establecimiento educativo. El tratamiento dado a esta información y la repercusión social que he percibido me impresionan fuertemente y quisiera compartir con la comunidad de lectores algunas apreciaciones al respecto que no intentan ser una defensa de los implicados (a quienes ni siquiera conozco personalmente); pero sí una toma de posición diferente a la que se ha difundido como sanción unánime a través de los obsecuentemente oficialistas medios de comunicación locales y provinciales.
En primer lugar, cabe reflexionar sobre el espacio que se le ha dado al suceso tanto en las esferas policiales como periodísticas: primeras planas (al lado de las mejores colas de las playas costeras), muchas páginas llenas de especulaciones y dichos de funcionarios y vecinos que “sospechaban” de la conducta de los docentes, largos párrafos ponderando la pericia de los “sabuesos” que venían siguiendo el accionar delictivo de los implicados en una investigación digna de Hollywood. Ahora bien, cabe preguntarse por qué para algunos hechos delictivos como el que nos ocupa se destinan tanta energía y recursos; mientras que para otro tipo de faltas hay una desidia preocupante y mucho más peligrosa para el conjunto de la sociedad que la que podría adjudicarse a la famosa plantación. Concretamente, me refiero a los criminales peligrosos que se fugan alegremente; a los accidentes automovilísticos o a las peleas entre pandillas de barrios periféricos que diariamente tienen saldos funestos y que, en muchos casos, son producidos por el consumo de sustancias peligrosas (pero legales), como el alcohol.
En segundo lugar, y este es el punto que me convoca principalmente, me alarma y molesta ver cómo se activan los prejuicios y juicios morales ante el hecho del “consumo de marihuana por docentes que están a cargo de la educación de nuestros jóvenes”, tal como se enfatiza en algunos de los artículos periodísticos a los que ya me he referido. Estos pre-juicios ponen en evidencia la ignorancia, la hipocresía y la crueldad que forman parte de la idiosincrasia de nuestra sociedad.
Ignorancia porque considerar a la marihuana una “droga peligrosa” (tal como se llama al departamento de la policía que se aboca a esta investigación) es desconocer las propiedades medicinales que desde varios siglos antes de Cristo supieron reconocer y aprovechar los chinos y decenas de culturas bastante más sabias que la nuestra; de hecho, hasta entrado el siglo XX el cáñamo o cannabis era una planta que podía cultivarse sin preocupaciones, y cuyas hojas y semillas podían adquirirse a un precio bajísimo en cualquier herboristería o farmacia. Existe una historia compleja en la que múltiples mecanismos sociopolíticos determinaron la prohibición de esta hierba, en favor de intereses económicos de grupos de poder hegemónicos que se vieron beneficiados con la prescripción (¿no les suena que esto pasa seguido en la historia de los pueblos?). Es una historia que sería interesante conocer y difundir masivamente para entender por qué se le tiene tanto miedo a una planta. No soy la persona indicada para dar clases de historia, pero sí los invito a investigarla. Sería interesante tirar del piolín de nuestros prejuicios para ver dónde está la punta y recién entonces ver si elegimos o no que ese prejuicio se transforme en juicio.
En estos días una noticia ha conmovido a la provincia: docentes de Río Pico cultivaban marihuana en un establecimiento educativo. El tratamiento dado a esta información y la repercusión social que he percibido me impresionan fuertemente y quisiera compartir con la comunidad de lectores algunas apreciaciones al respecto que no intentan ser una defensa de los implicados (a quienes ni siquiera conozco personalmente); pero sí una toma de posición diferente a la que se ha difundido como sanción unánime a través de los obsecuentemente oficialistas medios de comunicación locales y provinciales.
En primer lugar, cabe reflexionar sobre el espacio que se le ha dado al suceso tanto en las esferas policiales como periodísticas: primeras planas (al lado de las mejores colas de las playas costeras), muchas páginas llenas de especulaciones y dichos de funcionarios y vecinos que “sospechaban” de la conducta de los docentes, largos párrafos ponderando la pericia de los “sabuesos” que venían siguiendo el accionar delictivo de los implicados en una investigación digna de Hollywood. Ahora bien, cabe preguntarse por qué para algunos hechos delictivos como el que nos ocupa se destinan tanta energía y recursos; mientras que para otro tipo de faltas hay una desidia preocupante y mucho más peligrosa para el conjunto de la sociedad que la que podría adjudicarse a la famosa plantación. Concretamente, me refiero a los criminales peligrosos que se fugan alegremente; a los accidentes automovilísticos o a las peleas entre pandillas de barrios periféricos que diariamente tienen saldos funestos y que, en muchos casos, son producidos por el consumo de sustancias peligrosas (pero legales), como el alcohol.
En segundo lugar, y este es el punto que me convoca principalmente, me alarma y molesta ver cómo se activan los prejuicios y juicios morales ante el hecho del “consumo de marihuana por docentes que están a cargo de la educación de nuestros jóvenes”, tal como se enfatiza en algunos de los artículos periodísticos a los que ya me he referido. Estos pre-juicios ponen en evidencia la ignorancia, la hipocresía y la crueldad que forman parte de la idiosincrasia de nuestra sociedad.
Ignorancia porque considerar a la marihuana una “droga peligrosa” (tal como se llama al departamento de la policía que se aboca a esta investigación) es desconocer las propiedades medicinales que desde varios siglos antes de Cristo supieron reconocer y aprovechar los chinos y decenas de culturas bastante más sabias que la nuestra; de hecho, hasta entrado el siglo XX el cáñamo o cannabis era una planta que podía cultivarse sin preocupaciones, y cuyas hojas y semillas podían adquirirse a un precio bajísimo en cualquier herboristería o farmacia. Existe una historia compleja en la que múltiples mecanismos sociopolíticos determinaron la prohibición de esta hierba, en favor de intereses económicos de grupos de poder hegemónicos que se vieron beneficiados con la prescripción (¿no les suena que esto pasa seguido en la historia de los pueblos?). Es una historia que sería interesante conocer y difundir masivamente para entender por qué se le tiene tanto miedo a una planta. No soy la persona indicada para dar clases de historia, pero sí los invito a investigarla. Sería interesante tirar del piolín de nuestros prejuicios para ver dónde está la punta y recién entonces ver si elegimos o no que ese prejuicio se transforme en juicio.
Hipocresía porque mucha gente sabe que mucha gente consume marihuana (siempre “otros”, por supuesto); pero se muestra espantada y sorprendida porque dos docentes lo hacen. Rápidamente estos docentes son estigmatizados: “si se les notaba”, “¡con esa cara y mirá lo que resultaron!”. ¿Qué resultaron? ¿qué marca deberían ostentar? ¿son peores personas ahora? ¿son peores docentes?
Además, sería ingenuo creer que esta práctica esté siendo descubierta por o sea privativa de los docentes de Río Pico. ¿Acaso no existen consumidores entre los abogados, los médicos, los arquitectos, los panaderos, los mecánicos, los peluqueros, los paseadores de perros, los pedicuros, los funcionarios…?
¿Acaso alguien cuestiona o persigue a los docentes y no docentes que consumen otras sustancias (como el alcohol, el tabaco, los psicofármacos) a las que se les pueden reprochar efectos negativos equiparables a los de la marihuana? Parece que no, porque como estas sustancias son legales está permitido su uso y se respeta la privacidad de quienes las utilizan y las razones o consecuencias que deriven de ese uso.
¿Por qué no produce espanto la invasión a la intimidad y la sanción penal que castiga prácticas individuales que no conllevan riesgos para nadie más que para el individuo que elige realizarlas?
Estoy imaginando que más de un lector, a esta altura está sonriendo de costado y rotulando mi actitud como de “apología al consumo”. Si ud, cree eso, no me ha interpretado lo que le quiero significar (parafraseando a la sabia Catita). Lo que quiero es que el hecho que fue noticia tenga el tratamiento moral, legal y periodístico que se merece: hubo dos sujetos que cometieron una falta que amerita una sanción, eso es indiscutible; júzguenlos porque pusieron una planta prohibida (y sería interesante que nos permitiéramos un debate serio sobre la validez de la prohibición) en un lugar incorrecto, pero no los dilapiden como si fueran seres demoníacos debido a sus prácticas privadas; no obren desde la ignorancia o la hipocresía porque en ese punto están siendo salvajemente crueles, mientras se creen mejores.
Y para terminar, comparto la incertidumbre ante la paradoja que debemos enfrentar quienes trabajamos en educación (por lo menos, los que todavía creemos en que la educación puede llegar a servir para cambiar algo para mejor): aspiramos a contribuir a la formación de sujetos críticos, pero somos agentes de un sistema que se maneja con parámetros muy criticables y que sanciona al que los critica. ¿Hacemos bien en formar sujetos críticos? Verdaderamente, ¿sembramos la semilla del pensamiento crítico o la decomisamos por ser peligrosa?
* Profesora de Lengua y Literatura
D.N.I. 24.021.935
Correo eléctrónico: corina.milan@gmail.com
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en bs as tambien fue tapa de diarios con su respectiva estigmatizacion, prece que siempre se necesita un demonio, maestros y fuman!! un asco los comentarios de los periodistas siempre atentos a la tilingueria social, de debatir nada, ya vendran epocas mejores....
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