Por Daniel Aníbal Galatro *
¿Por qué Esquel? En realidad ni Esquel ni ningún otro lugar de lo que desde Buenos Aires solemos llamar “el sur” estaba en nuestros pensamientos cuando un par de años atrás habíamos comenzado a soñar con este cambio.
Montevideo había sido un posible destino, o quizá Mar del Plata. Allí teníamos posibilidades más firmes de no sentirnos tan solos, y además la distancia que nos separaría de lo que dejábamos era relativamente poca.
Pero, de pronto, ese azar que no existe hizo aparecer en la pantalla de nuestra vetusta PC el nombre de una mujer: Adriana. Dios la puso en el Skype para indicarnos dónde quedaba la salida que habíamos estado buscando. Luego ese nombre se convirtió en un par indisoluble: Adriana y Darío.
“Como Olga y Daniel, ¿viste?” – me señaló mi esposa. Y comenzó un contacto intenso entre nosotros que nos fue permitiendo conocerlos, para descubrir que eran en muchas otras cosas “como Olga y Daniel”, es decir, como éramos nosotros.
Un par de veces yo había estado en la región patagónica; una en el consabido San Carlos de Bariloche y la otra llegando hasta Comodoro Rivadavia. La belleza casi exagerada de sus imágenes había quedado en ambos casos atrapada en las circunvoluciones de mi cerebro.
Pero no solamente cumbres nevadas y lagos, sino también caminos de ripio y desiertos poblados de zorros, enormes arañas y tortugas. Porque esa enorme región del planeta es un mundo en sí misma.
Cuando Olga me preguntó “¿cómo es Esquel?” nos sumergimos juntos en páginas y páginas de Internet que contaban historias, mostraban paisajes, abrían futuros que cada vez más se nos hacían casi ideales para compartirlos tomados de la mano.
Cada amigo a quien comentábamos esta posibilidad alimentaba el fuego. “Esquel es el paraíso”. “En Esquel van a encontrar la paz y la libertad que necesitan para sentirse plenos, para brindar desde allí todo lo que quieren dar”.
Estaban entonces las semillas que podían iniciar nuestro nuevo jardín: personas que ya habíamos comenzado a querer como si las conociésemos desde siempre, posibilidades de vivir de nuestro trabajo, un paisaje que era exactamente igual al soñado.
¿Cómo sembraríamos esas semillas en suelo esquelino desde dos mil kilómetros de distancia? La solución en la próxima nota.
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