Por Marcos Sourrouille *
Asco. El sentimiento –incluso físico- que provoca ver y escuchar a los “ruralistas” en su acto del 2 de abril es simplemente asco.
Aquellos que no fuimos a trabajar en el miércoles feriado, pudimos ejercitar nuestros más oscuros instintos masoquistas. El objeto de nuestro fetichismo, con el cual nos flagelamos: la tele. Allí estaban los “hombres y mujeres de campo”. Allí se mostraba el palco montado en Gualeguaychú. Desde la caja salía la voz de los dirigentes de las entidades patronales del campo.
“Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, coreaban las masas presentes, antes de comenzar el acto. Minutos más tarde, aplaudían al representante de la Sociedad Rural Argentina. ¿Ese es el pueblo…? Después aplaudieron un llamado a la consolidación de la burguesía nacional… ¿a qué le dirá “reforma agraria” esta gente?
En la semana escuché un argumento que de tan evidente ha pasado desapercibido para varios: los pequeños productores no exportan, por lo tanto no los afectan las retenciones a las exportaciones. Muy pero muy sencillo, ¿no? Aquellos que realmente son pequeños productores, aquellos que producen para la propia subsistencia, no estaban en ese palco. Tampoco en las rutas. Estarían más preocupados en conservar la tenencia de sus –escasas- tierras, en la mayoría de los casos amenazada por los mismos terratenientes y el mismo estado que montan hoy esta farsa indignante para el gran consumo. La lucha de los auténticos pequeños productores, de los campesinos, no sale por la tele. Los medios de comunicación masivos no dejan de ser propiedad privada, y no dejan de tener intereses de clase en común con los terratenientes, y de no tenerlos con los campesinos.
Podría parecer legítimo, por ejemplo, el reclamo contra la “demonización” de la soja (¿habrán subido un cura al palco para desendemoniar a la soja?). Cada cual, dirán las señoras mientras ven la tele tomando mate, tiene derecho a sembrar lo que quiera en sus tierras, que al cabo son suyas. Incluso escucharemos a los “ruralistas” pregonar que el “saqueo” que suponen las retenciones violenta el derecho a un futuro para sus hijos…
Hagamos un intento por desmenuzar esa falacia… No es este el espacio para reconstruir históricamente el proceso de acceso a la tierra de la burguesía agraria argentina.
Limitémonos a recordar, a modo de ejemplo, las sucesivas “Campañas al Desierto” (sic) mediante las cuales comenzó el proceso de privatización masiva de la tierra en la Pampa y la Patagonia. O la conquista militar del Chaco. La “burguesía agraria nacional” se fue conformando a través de este tipo de acciones, beneficiándose incluso de la mano de obra barata o gratuita que le brindaban las reducciones o los campos de concentración a los que se enviaba a los habitantes anteriores de esas tierras.
Pasar por alto el “detalle” mencionado sería ocioso, ya que el proceso de concentración de tierras continúa, y la expropiación de los pequeños productores se sigue efectuando con métodos non sanctos (es sólo una expresión, en general la religión oficial sí los santifica…). En este sentido, basta una revisión somera del último siglo de la historia de nuestra región para toparnos una y otra vez con el desalojo violento y avalado por el estado de los pequeños productores. Y ese proceso continúa hoy, contra comunidades y personas que están, literalmente, a la vuelta de la esquina…
La extensión del imperio de la soja también se hace mediante la expropiación –con el grado de violencia que fuera necesario- de los pequeños productores que se crucen en su camino…
Por otra parte, si cualquier monocultivo es perjudicial para el equilibrio del ambiente, el monocultivo de la soja es particularmente pernicioso en ese sentido. Amén de la degradación veloz del suelo en nombre de las enormes ganancias que hoy reporta su comercialización en el exterior, aún hay otros efectos sobre el ambiente que no pueden ser ocultados debajo de la alfombra.
Los fertilizantes y agroquímicos que se utilizan en este cultivo, poseen altos niveles de toxicidad. Los trabajadores implicados en el proceso productivo, y los habitantes de las zonas de cultivo están necesariamente expuestos a esto.
La utilización de la tierra para el cultivo de soja, por la degradación de los suelos que provoca, dificulta la reorientación de la producción hacia otros cultivos.
Además, el vuelco de varios burgueses del campo hacia el cultivo de la soja libera el camino de competidores en otras ramas de la agricultura. Aún sin datos concretos en la mano, podemos deducir que la “sojización” de grandes extensiones de tierra acentúa también la tendencia a la concentración y reducción del número de competidores en otras ramas de la actividad agropecuaria. Siendo cada vez menor la extensión dedicada a la actividad agropecuaria para consumo interno –la soja es el principal, pero no el único producto que hoy copa tierras para la producción exportable- podemos hipotetizar que la tendencia al crecimiento de los precios de los productos de origen agropecuario que consumimos continuará. Es entendible el deseo de los empresarios del agro que venden en el país sus productos de equiparar sus ganancias con aquellos que venden en el exterior (si no son los mismos…). Pero ese “logro” significaría una disociación evidente entre el valor –en el sentido de trabajo incorporado al producto- y el precio de estas mercancías. Para ellos, es un escenario excelente. Para los asalariados del campo, que tienden a cobrar salarios por debajo del valor de su fuerza de trabajo, y para todos aquellos que somos asalariados y pretendemos alimentarnos, no suena como un escenario muy prometedor…
Definitivamente, es una falacia que “el pueblo” esté detrás del lock out y los cortes de ruta de los “ruralistas”, y que tenga algo que ganar apoyando sus reclamos. También es falaz –de más está decirlo- suponer que “el pueblo” llenó la Plaza de Mayo en apoyo al gobierno nacional. Como se preguntan los mismísimos concurrentes a tales convites “…¿el pueblo donde está?”. Debe ser una pregunta entre retórica e irónica, porque los organizadores de ambos eventos en general eligen estar lo más lejos posible de aquellos que se supone que vendrían a ser “el pueblo”.
Por cierto, sería deseable un futuro que no sólo le garantizara la supervivencia a los hijos de esta linda gente. A veces, el campo huele a bosta, y no justamente por la cercana presencia de una tropilla de equinos.
* DNI 27.147.125
soumarcos48@gmail.com
Asco. El sentimiento –incluso físico- que provoca ver y escuchar a los “ruralistas” en su acto del 2 de abril es simplemente asco.
Aquellos que no fuimos a trabajar en el miércoles feriado, pudimos ejercitar nuestros más oscuros instintos masoquistas. El objeto de nuestro fetichismo, con el cual nos flagelamos: la tele. Allí estaban los “hombres y mujeres de campo”. Allí se mostraba el palco montado en Gualeguaychú. Desde la caja salía la voz de los dirigentes de las entidades patronales del campo.
“Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, coreaban las masas presentes, antes de comenzar el acto. Minutos más tarde, aplaudían al representante de la Sociedad Rural Argentina. ¿Ese es el pueblo…? Después aplaudieron un llamado a la consolidación de la burguesía nacional… ¿a qué le dirá “reforma agraria” esta gente?
En la semana escuché un argumento que de tan evidente ha pasado desapercibido para varios: los pequeños productores no exportan, por lo tanto no los afectan las retenciones a las exportaciones. Muy pero muy sencillo, ¿no? Aquellos que realmente son pequeños productores, aquellos que producen para la propia subsistencia, no estaban en ese palco. Tampoco en las rutas. Estarían más preocupados en conservar la tenencia de sus –escasas- tierras, en la mayoría de los casos amenazada por los mismos terratenientes y el mismo estado que montan hoy esta farsa indignante para el gran consumo. La lucha de los auténticos pequeños productores, de los campesinos, no sale por la tele. Los medios de comunicación masivos no dejan de ser propiedad privada, y no dejan de tener intereses de clase en común con los terratenientes, y de no tenerlos con los campesinos.
Podría parecer legítimo, por ejemplo, el reclamo contra la “demonización” de la soja (¿habrán subido un cura al palco para desendemoniar a la soja?). Cada cual, dirán las señoras mientras ven la tele tomando mate, tiene derecho a sembrar lo que quiera en sus tierras, que al cabo son suyas. Incluso escucharemos a los “ruralistas” pregonar que el “saqueo” que suponen las retenciones violenta el derecho a un futuro para sus hijos…
Hagamos un intento por desmenuzar esa falacia… No es este el espacio para reconstruir históricamente el proceso de acceso a la tierra de la burguesía agraria argentina.
Limitémonos a recordar, a modo de ejemplo, las sucesivas “Campañas al Desierto” (sic) mediante las cuales comenzó el proceso de privatización masiva de la tierra en la Pampa y la Patagonia. O la conquista militar del Chaco. La “burguesía agraria nacional” se fue conformando a través de este tipo de acciones, beneficiándose incluso de la mano de obra barata o gratuita que le brindaban las reducciones o los campos de concentración a los que se enviaba a los habitantes anteriores de esas tierras.
Pasar por alto el “detalle” mencionado sería ocioso, ya que el proceso de concentración de tierras continúa, y la expropiación de los pequeños productores se sigue efectuando con métodos non sanctos (es sólo una expresión, en general la religión oficial sí los santifica…). En este sentido, basta una revisión somera del último siglo de la historia de nuestra región para toparnos una y otra vez con el desalojo violento y avalado por el estado de los pequeños productores. Y ese proceso continúa hoy, contra comunidades y personas que están, literalmente, a la vuelta de la esquina…
La extensión del imperio de la soja también se hace mediante la expropiación –con el grado de violencia que fuera necesario- de los pequeños productores que se crucen en su camino…
Por otra parte, si cualquier monocultivo es perjudicial para el equilibrio del ambiente, el monocultivo de la soja es particularmente pernicioso en ese sentido. Amén de la degradación veloz del suelo en nombre de las enormes ganancias que hoy reporta su comercialización en el exterior, aún hay otros efectos sobre el ambiente que no pueden ser ocultados debajo de la alfombra.
Los fertilizantes y agroquímicos que se utilizan en este cultivo, poseen altos niveles de toxicidad. Los trabajadores implicados en el proceso productivo, y los habitantes de las zonas de cultivo están necesariamente expuestos a esto.
La utilización de la tierra para el cultivo de soja, por la degradación de los suelos que provoca, dificulta la reorientación de la producción hacia otros cultivos.
Además, el vuelco de varios burgueses del campo hacia el cultivo de la soja libera el camino de competidores en otras ramas de la agricultura. Aún sin datos concretos en la mano, podemos deducir que la “sojización” de grandes extensiones de tierra acentúa también la tendencia a la concentración y reducción del número de competidores en otras ramas de la actividad agropecuaria. Siendo cada vez menor la extensión dedicada a la actividad agropecuaria para consumo interno –la soja es el principal, pero no el único producto que hoy copa tierras para la producción exportable- podemos hipotetizar que la tendencia al crecimiento de los precios de los productos de origen agropecuario que consumimos continuará. Es entendible el deseo de los empresarios del agro que venden en el país sus productos de equiparar sus ganancias con aquellos que venden en el exterior (si no son los mismos…). Pero ese “logro” significaría una disociación evidente entre el valor –en el sentido de trabajo incorporado al producto- y el precio de estas mercancías. Para ellos, es un escenario excelente. Para los asalariados del campo, que tienden a cobrar salarios por debajo del valor de su fuerza de trabajo, y para todos aquellos que somos asalariados y pretendemos alimentarnos, no suena como un escenario muy prometedor…
Definitivamente, es una falacia que “el pueblo” esté detrás del lock out y los cortes de ruta de los “ruralistas”, y que tenga algo que ganar apoyando sus reclamos. También es falaz –de más está decirlo- suponer que “el pueblo” llenó la Plaza de Mayo en apoyo al gobierno nacional. Como se preguntan los mismísimos concurrentes a tales convites “…¿el pueblo donde está?”. Debe ser una pregunta entre retórica e irónica, porque los organizadores de ambos eventos en general eligen estar lo más lejos posible de aquellos que se supone que vendrían a ser “el pueblo”.
Por cierto, sería deseable un futuro que no sólo le garantizara la supervivencia a los hijos de esta linda gente. A veces, el campo huele a bosta, y no justamente por la cercana presencia de una tropilla de equinos.
* DNI 27.147.125
soumarcos48@gmail.com
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El campo huele a bosta y la plaza de mayo a choripán y tetra- si queres una sociedad hipocrita, sequi pensando como a todos los que los llevan de las narices a palcos y plazas, esa gente que huele a bosta trabaja, cosa que piqueteros y muchos planes no hacen porque los veo a diario y no tengo campo, ni chacra, soy ama de casa. La plaza es de la fuerza, ( Moyano, D Elias, etc, )quien quiere expresarse en este país democrático no puede porque te linchan.
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