Por Francisco Carabelli
En la nota "Plan Forestal Regional Patagónico" se comenta, en el último párrafo, textualmente lo siguiente: "Las lecciones aprendidas en la región patagónica serán compartidas con las demás regiones forestales del país, de manera de motorizar la búsqueda de consensos para alcanzar el objetivo de diseñar e implementar el Plan Forestal Nacional. Este Plan posibilitará la dinamización del sector forestal, promoviendo la generación de empleo genuino y un desarrollo endógeno e inclusivo a partir del fortalecimiento de las capacidades locales."
Deseo sintéticamente recordar que un Plan Forestal Argentino fue presentado en sociedad en el año 1992 por el Ing. Ftal. Carlos Merenson, quien entonces era responsable de la Dirección Nacional de Recursos Forestales Nativos de la Secretaría de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable de la Nación. También este Plan había contado en su concepción con la consulta a los distintos ámbitos técnicos y productivos de las distintas regiones forestales del país, tal como parece que está sucediendo ahora.
Lo cierto es que aquel Plan, que era sumamente razonable en su concepción y hubiera sido totalmente indispensable en su concreción, NUNCA se puso en práctica. Sin afán de establecer un parangón con la situación que se describe en la nota que firma Moira Sosa Day (y mucho menos con la intención de polemizar con ella), en el sentido que esta nueva iniciativa sea más de lo mismo, me atrevo a sugerir que lo que nuestro sector forestal, tanto a nivel regional como nacional necesita, es un formidable sinceramiento, orientado a reconocer que nunca, mirado con perspectiva histórica e incluyendo el tiempo presente, el desarrollo forestal argentino representó una prioridad estratégica para los gobiernos nacionales y provinciales de turno.
Esto no tiene que constituir una novedad para una sociedad que mayoritariamente vive de espaldas a sus bosques, estando la población fuertemente asociada a regiones y costumbres urbanas, como lo demuestra el hecho que la proporción nacional de población urbana supera el 90%. En esta despreocupación por el destino de nuestros bosques se alberga también la semilla del deterioro progresivo de la calidad de vida, porque difícilmente tengamos la oportunidad de recuperar esta invaluable riqueza biológica, que no lo es sólo desde el punto de vista de la diversidad de ambientes, especies y genes, sino también desde la perspectiva de constituirse en un factor genuino y protagónico de desarrollo económico sostenible, pues los bosques son, además de la expresión de múltiples actuales y potenciales productos, sinónimo de agua dulce y potable, el elemento biológico y comercial mas valioso y escaso del planeta.
Pero no sólo los ciudadanos sin conocimiento específico de estos aspectos hacen gala de una nada desdeñable capacidad de desentendimiento. También la ejercitamos, en mayor o menor medida, aquellos que desde lo profesional, académico o productivo estamos más directamente asociados con estos bienes y sobre los cuales pesa una mayor responsabilidad respecto de su uso y conservación. Esta afirmación, construida en lo personal sobre la base de un ejercicio profesional de dos décadas y de observación -claro está que facetada- de la realidad, es de alguna manera la constatación de que no sólo la actividad forestal sino la profesión están en crisis. Hace algún tiempo comentaba a estudiantes de primer año de la carrera de Ingeniería Forestal de la Sede Esquel de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco que la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires tiene en promedio un 50% más de egresados por AÑO que los que han egresado EN CONJUNTO de las cinco facultades de Ingeniería Forestal que hay en el país durante un período de 40 años.
Si bien para algunos podrá no ser un indicador elocuente, siempre he pensado que el peso del número puede, en determinadas circunstancias, ser determinante para orientar o forzar la toma de decisiones. El escasísimo número de profesionales forestales que tiene la Argentina es también un ejemplo claro de una decisión política al más alto nivel, -que ciertamente ha obrado como política de Estado por el tiempo que lleva "aplicándose"- que se ha traducido como la ausencia manifiesta de una política para el desarrollo forestal en nuestro país y de instrumentos concretos para llevarla eficazmente a cabo.
Por todo lo expuesto, creo que esta iniciativa tendiente a gestar (y asumo que a poner en práctica!) un "Plan Forestal Regional Patagónico" será tan viable como la voluntad de perseverancia y de compromiso que muestren no sólo los directamente involucrados sino, aunque suene a lugar muy común, todos los ciudadanos o muchos de ellos porque, de maneras a veces más explícitas o perceptibles y a veces no tanto, todos estamos directamente involucrados.
* DNI 16.056.021
Ingeniero Forestal
En la nota "Plan Forestal Regional Patagónico" se comenta, en el último párrafo, textualmente lo siguiente: "Las lecciones aprendidas en la región patagónica serán compartidas con las demás regiones forestales del país, de manera de motorizar la búsqueda de consensos para alcanzar el objetivo de diseñar e implementar el Plan Forestal Nacional. Este Plan posibilitará la dinamización del sector forestal, promoviendo la generación de empleo genuino y un desarrollo endógeno e inclusivo a partir del fortalecimiento de las capacidades locales."
Deseo sintéticamente recordar que un Plan Forestal Argentino fue presentado en sociedad en el año 1992 por el Ing. Ftal. Carlos Merenson, quien entonces era responsable de la Dirección Nacional de Recursos Forestales Nativos de la Secretaría de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable de la Nación. También este Plan había contado en su concepción con la consulta a los distintos ámbitos técnicos y productivos de las distintas regiones forestales del país, tal como parece que está sucediendo ahora.
Lo cierto es que aquel Plan, que era sumamente razonable en su concepción y hubiera sido totalmente indispensable en su concreción, NUNCA se puso en práctica. Sin afán de establecer un parangón con la situación que se describe en la nota que firma Moira Sosa Day (y mucho menos con la intención de polemizar con ella), en el sentido que esta nueva iniciativa sea más de lo mismo, me atrevo a sugerir que lo que nuestro sector forestal, tanto a nivel regional como nacional necesita, es un formidable sinceramiento, orientado a reconocer que nunca, mirado con perspectiva histórica e incluyendo el tiempo presente, el desarrollo forestal argentino representó una prioridad estratégica para los gobiernos nacionales y provinciales de turno.
Esto no tiene que constituir una novedad para una sociedad que mayoritariamente vive de espaldas a sus bosques, estando la población fuertemente asociada a regiones y costumbres urbanas, como lo demuestra el hecho que la proporción nacional de población urbana supera el 90%. En esta despreocupación por el destino de nuestros bosques se alberga también la semilla del deterioro progresivo de la calidad de vida, porque difícilmente tengamos la oportunidad de recuperar esta invaluable riqueza biológica, que no lo es sólo desde el punto de vista de la diversidad de ambientes, especies y genes, sino también desde la perspectiva de constituirse en un factor genuino y protagónico de desarrollo económico sostenible, pues los bosques son, además de la expresión de múltiples actuales y potenciales productos, sinónimo de agua dulce y potable, el elemento biológico y comercial mas valioso y escaso del planeta.
Pero no sólo los ciudadanos sin conocimiento específico de estos aspectos hacen gala de una nada desdeñable capacidad de desentendimiento. También la ejercitamos, en mayor o menor medida, aquellos que desde lo profesional, académico o productivo estamos más directamente asociados con estos bienes y sobre los cuales pesa una mayor responsabilidad respecto de su uso y conservación. Esta afirmación, construida en lo personal sobre la base de un ejercicio profesional de dos décadas y de observación -claro está que facetada- de la realidad, es de alguna manera la constatación de que no sólo la actividad forestal sino la profesión están en crisis. Hace algún tiempo comentaba a estudiantes de primer año de la carrera de Ingeniería Forestal de la Sede Esquel de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco que la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires tiene en promedio un 50% más de egresados por AÑO que los que han egresado EN CONJUNTO de las cinco facultades de Ingeniería Forestal que hay en el país durante un período de 40 años.
Si bien para algunos podrá no ser un indicador elocuente, siempre he pensado que el peso del número puede, en determinadas circunstancias, ser determinante para orientar o forzar la toma de decisiones. El escasísimo número de profesionales forestales que tiene la Argentina es también un ejemplo claro de una decisión política al más alto nivel, -que ciertamente ha obrado como política de Estado por el tiempo que lleva "aplicándose"- que se ha traducido como la ausencia manifiesta de una política para el desarrollo forestal en nuestro país y de instrumentos concretos para llevarla eficazmente a cabo.
Por todo lo expuesto, creo que esta iniciativa tendiente a gestar (y asumo que a poner en práctica!) un "Plan Forestal Regional Patagónico" será tan viable como la voluntad de perseverancia y de compromiso que muestren no sólo los directamente involucrados sino, aunque suene a lugar muy común, todos los ciudadanos o muchos de ellos porque, de maneras a veces más explícitas o perceptibles y a veces no tanto, todos estamos directamente involucrados.
* DNI 16.056.021
Ingeniero Forestal
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