Por Romina Ferraris
Este texto fue leído en “Chupate esa mandarina”, columna que la periodista tiene todos los sábados en el programa Radio Babel, que se emite de 12 a 14 por FM Sol Esquel.
Hace algunas semanas reflexioné sobre los efectos metafóricos que causaba la presencia del humo en Buenos Aires, aquello que convenía dejar en la nebulosa, aquello que era preferible no destacar. En ese análisis el humo aparecía como el velo perfecto para cubrir lo no conveniente.
Pero parece que, pese a mi escepticismo, en este país siempre aparece un nuevo fenómeno dispuesto a sorprenderme. Confieso que ese sentimiento me renueva porque cuando uno es pesimista y encima escéptico no cualquier cosa lo sacude.
Pero acá estoy. Mirando por la ventana un fenómeno completamente nuevo para mí y, por cierto, bastante molesto: la ceniza volcánica.
¿No tuvieron ayer a la mañana una rara mezcla de sorpresa, miedo y dudas? Yo, por lo menos, me sentía como en una película de Superman: ¿Es tierra, es nieve, es cal que vuela de la obra que están construyendo frente a mis narices? Noooooo. Es Superman, perdón, es ceniza. ¡Cosa rara!, diría el paisano.
De pronto uno se levanta y la vida cambió por culpa de la ceniza. Empecé a caminar y por mi mente cruzaban escenas de las películas más lúgubres de Tim Burton, me sentía inserta en un espectáculo de ficción. Pero como todo sueño tiene un fin un rato después de llegar a la redacción todo se había vuelto demasiado real y con el correr del día entendí por qué mi afección acérrima al pesimismo. Es que en un rapto de lucidez me di cuenta que mientras que el humo había operado como un velo para cubrir ciertas cosas importantes, por el contrario, la ceniza había desempolvado, si se me permite el término, varias de nuestras miserias, esas que nos gusta disimular porque se han transformado en signo de xenofobia, de egoísmo, de barbarie, de demagogia política o sencillamente de mala educación. Y ojo que no me excluyo del conjunto.
A ver. Trataré de explicarme mejor. Pese al desconcierto inicial, el gobierno municipal instrumentó un pequeño plan de contingencia con el objetivo de prevenir accidentes o problemas de salud. Y entre las medidas tomadas se incluían la suspensión de clases y un pedido explícito de evitar, en lo posible, la circulación. También se pedía a los conductores que redujeran la velocidad para evitar levantar las cenizas del asfalto y entorpecer aún más la ya pobrísima visibilidad.
Y las respuestas desubicadas no se hicieron esperar. Autos a toda velocidad que apenas se divisaban y provocaban más caos del que ya había, hombres protestando porque no sabían si el manto gris les iba a permitir hacerse el viajecito del fin de semana sin pensar que desoír las recomendaciones de Defensa Civil podía costarles nada menos que la vida; mujeres quejándose por el cierre de las escuelas y vociferando que “a las maestras no les gusta trabajar”. Puteadas hacia las autoridades como si ellos hubiesen desparramado camiones de cenizas por toda la ciudad para joder nomás (vieron, para que no digan que siempre hablo mal de los políticos)
Pero esas no fueron las únicas reacciones histéricas de los pobladores. Claro está, no podían faltar las puteadas inconsistentes y gratuitas contra nuestro país vecino, acusándolo por la erupción del volcán como si ellos, en un rapto de venganza por la eterna rivalidad que vaya a saber por qué carajo nos enfrenta, hubiesen “arreglado” con el volcán Chaitén para que nos mande esas molestas cenizas. Xenofobia pura, un mote que nos caracteriza y no debería enorgullecernos, para nada. Más humano hubiese sido preguntarse qué si podíamos ayudar a los desafortunados pobladores chilenos que tuvieron que dejar sus casas. Pero claro, un macho argentino no puede ser solidario, tiene que putear a los chilenos para no quedar mal con sus amigos xenófobos.
Pero hay más. No podía faltar la frutilla del postre. Perdón, no voy a nombrarlo directamente para no herir susceptibilidades pero no puedo evitar citar el suceso porque estoy cansada de la demagogia. Me pregunto y sigo sin encontrar respuesta. ¿Hacía falta el viaje relámpago del mayor representante político de la provincia?, ¿no podía ofrecer su ayuda desde la costa?, ¿era necesario movilizar todo el aparato sólo para pisar un rato la ceniza y sacarse la foto para los medios? Perdonen, no encuentro respuestas pero prefiero dejarla picando antes que seguir machacando porque sino se ofenden.
En definitiva, mientras espero que el cielo escampe y analizo cómo voy a desterrar la ceniza impregnada en mi campera negra, pienso. Y no me gusta la reflexión que emerge de mi quemado cerebrito. Es que nuestras reacciones frente a un hecho como el que estamos viviendo sólo confirman mi adhesión al partido de los pesimistas. Al fin y al cabo, la ceniza vuelve a unirnos en la miseria humana y extrañamente, pese a que debería cubrirlo todo, en nosotros provoca un efecto contrario: descorre el velo del disimulo y hace emerger toda nuestra mierda. Dicen que un pesimista es un optimista con experiencia y, pese a que puede sonar a frase trillada, a mí me gusta usarla porque refleja a la perfección eso que me pasa cada vez que miro a mí alrededor. Y ahí es cuando me pregunto si realmente somos rescatables –aludiendo a la posibilidad de salvación, no divina sino estrictamente humana- como seres que pueden vivir en comunidad. ¿O será, como decía Hobbes, que el hombre es el lobo del hombre? Si es así, estamos bien jodidos.
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Solo falta agregar a la MUY BUENA nota que el municipo solicitaba a la poblacion que LAVE LAS VEREDAS lo que se tradujo en el vaciado inmediato de los tanques de reserva y el peligro de quedarnos sin agua para consumo (para vivir bah..)Humberto Kadomoto
Reflejás en la nota un aspecto negativo de la condición humana. El hombre no va a salvar al hombre. Necesitamos algo más. Necesitamos volver a Cristo para un cambio profundo en las mentes y el corazón del hombre y de la mujer. No se trata de religión, sino de relación, de recuperar la relación perdida con el que tiene todo bajo control, el Dios del universo. Tendrías que mirar también, la ayuda y la solidaridad entre argentinos y chilenos y los vehículos que circulan a baja velocidad y la gente que cuida el agua y no la derrocha, y las autoridades que están haciendo lo que tienen que hacer y que seguramente tienen defectos como todos los tenemos, pero están donde tienen que estar. Si yo fuera el gobernador hubiera hecho lo mismo, venir a Esquel. La presidente chilena fue a la zona del desastre, y cuando uno hace eso se expone a las críticas, como siempre, cuando hacemos algo, decimos o escribimos estamos expuestos a eso. Y más la gente que está en la vidriera.
está bien planteada tu impresión y sentimientos al respcto de este fenómeno...pero los seres humanos somos terribles, si no se hubiera movilizado el funcionario con seguridad se diría..."claro...él muy cómodo desde su oficina...¿porqué no viene a ensuciarse con la ceniza?"...es simple reflexion para llegar a la conclusión de que NUNCA ESTAMOS CONFORMES...y lo dice una persona de mmmmuuuuuchos años eh?...
ana
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