Fuente: Crítica digital
Dentro de una cápsula especial, el cantante programó 13 canciones en 45 minutos. Pero la tecnología falló y sólo pudo entonar un tango. Los cetáceos, que horas antes retozaban en esas aguas, no dieron señales.
El ministro Raúl Guastavino, de la embajada argentina en Francia; una decena de operadores turísticos, y los integrantes del seleccionado argentino de rugby Juan Martín Hernández, Gonzalo Quesada, Rodrigo Roncero y Pedro Ledesma, lo acompañaron.
Todo comenzó a las 18.49 de ayer, cuando el cantante Javier Calamaro se calzó las antiparras y se tiró al agua. El primer concierto subacuático del mundo para darles la bienvenida a las ballenas en la península de Valdés, provincia de Chubut, estaba pautado para las 12, pero las malas condiciones lo pospusieron una y otra vez.
Ahí lo esperaba, a siete metros bajo el nivel del agua, una cápsula submarina –casi verniana– diseñada especialmente para la ocasión y donde llevaría a cabo su misión: cantar en 45 minutos 13 canciones a un público particular y de mucho peso, unas 600 ballenas franca austral que, como hacen todos los años, se acercaron a la costa argentina para iniciar su ciclo de apareamiento.
No era Jacques Cousteau ni Bill Murray interpretando a Steve Zissou en Vida acuática. Era, más bien, un cantante argentino, el mismo detrás de discos como Kimika y Villavicio. Si afuera la oscuridad avanzaba, debajo del agua la oscuridad era total. Sólo las luces de esa burbuja acuática blanca indicaban que había algo ahí abajo.
A las 18.52 Calamaro ya estaba en posición. Se metió en la esfera, se quitó los guantes, se corrió los pelos, se secó la cara con una toalla blanca y, antes de comenzar a tocar, sacó una esponja y empezó a limpiar los vidrios desde el interior, como si estuviera en su casa. Los movimientos realizados con la boca para aflojar la presión subacuática y las burbujas que salían disparadas hacia la superficie eran los dos únicos elementos que testimoniaban que no se encontraba en su estudio.
Sus sonrisas y el gestito repetido de “OK” le hacían saber a los buzos que lo miraban desde afuera que todo estaba bien. Y llegaron las 19. Entonces, Calamaro se puso unos auriculares y con cara de “no funciona” intentó hacer arrancar los equipos –una computadora– recubiertos en un plástico aislante. Cruzó los dedos, se mordió el labio inferior, puso cara de “¿qué hacemos?” o “estamos en el horno” y, como si fuera uno de los videos de Peter Capusotto, giró sus dos pulgares hacia abajo.
La computadora simplemente se negaba a encender. Calamaro no podía hacer nada, salvo arrojarle a la máquina miradas de odio, incomprensión y unas cuantas puteadas. Por problemas técnicos, la idea que se le había ocurrido al propio artista cuando lo convocaron para cantar arriba de un barco naufragaba.
A las 19.24 sacó una bolsita, cazó un micrófono y comenzó a hablar. “Señores, mañana a las 12 cambio la computadora y hacemos el recital –dijo–. Es un lugar precioso, un momento increíble. Haré lo que sé hacer: voy a cantarles a las ballenas.” Y ahí mismo se puso a cantar “La última curda”.
“A las ballenas no las podemos ver. Tal vez hay 200 escuchando, tal vez 20. Sólo me basta una”, indicó al terminar la canción.
Pero no terminó. “Voy a cantar una más. ¿Un tango querés? –le preguntó a un buzo–. Mejor canto `Navergar´.” Y en otra escena freak, cerró los ojos y volvió a cantar. “Seguimos en el fondo del mar. Yo vine buceando. No están viendo a un delirante. Hoy la tecnología no nos acompañó. Hermanos y hermanas: estoy un poco indignado. Espero que lo hayan disfrutado –les dijo a todos los que lo seguían en vivo y en directo por www.lupacorp.com/ballenas–. Yo lo disfruto. Hasta mañana, amigos.” Y entonces, Javier Calamaro se calló.
Dentro de una cápsula especial, el cantante programó 13 canciones en 45 minutos. Pero la tecnología falló y sólo pudo entonar un tango. Los cetáceos, que horas antes retozaban en esas aguas, no dieron señales.
El ministro Raúl Guastavino, de la embajada argentina en Francia; una decena de operadores turísticos, y los integrantes del seleccionado argentino de rugby Juan Martín Hernández, Gonzalo Quesada, Rodrigo Roncero y Pedro Ledesma, lo acompañaron.
Todo comenzó a las 18.49 de ayer, cuando el cantante Javier Calamaro se calzó las antiparras y se tiró al agua. El primer concierto subacuático del mundo para darles la bienvenida a las ballenas en la península de Valdés, provincia de Chubut, estaba pautado para las 12, pero las malas condiciones lo pospusieron una y otra vez.
Ahí lo esperaba, a siete metros bajo el nivel del agua, una cápsula submarina –casi verniana– diseñada especialmente para la ocasión y donde llevaría a cabo su misión: cantar en 45 minutos 13 canciones a un público particular y de mucho peso, unas 600 ballenas franca austral que, como hacen todos los años, se acercaron a la costa argentina para iniciar su ciclo de apareamiento.
No era Jacques Cousteau ni Bill Murray interpretando a Steve Zissou en Vida acuática. Era, más bien, un cantante argentino, el mismo detrás de discos como Kimika y Villavicio. Si afuera la oscuridad avanzaba, debajo del agua la oscuridad era total. Sólo las luces de esa burbuja acuática blanca indicaban que había algo ahí abajo.
A las 18.52 Calamaro ya estaba en posición. Se metió en la esfera, se quitó los guantes, se corrió los pelos, se secó la cara con una toalla blanca y, antes de comenzar a tocar, sacó una esponja y empezó a limpiar los vidrios desde el interior, como si estuviera en su casa. Los movimientos realizados con la boca para aflojar la presión subacuática y las burbujas que salían disparadas hacia la superficie eran los dos únicos elementos que testimoniaban que no se encontraba en su estudio.
Sus sonrisas y el gestito repetido de “OK” le hacían saber a los buzos que lo miraban desde afuera que todo estaba bien. Y llegaron las 19. Entonces, Calamaro se puso unos auriculares y con cara de “no funciona” intentó hacer arrancar los equipos –una computadora– recubiertos en un plástico aislante. Cruzó los dedos, se mordió el labio inferior, puso cara de “¿qué hacemos?” o “estamos en el horno” y, como si fuera uno de los videos de Peter Capusotto, giró sus dos pulgares hacia abajo.
La computadora simplemente se negaba a encender. Calamaro no podía hacer nada, salvo arrojarle a la máquina miradas de odio, incomprensión y unas cuantas puteadas. Por problemas técnicos, la idea que se le había ocurrido al propio artista cuando lo convocaron para cantar arriba de un barco naufragaba.
A las 19.24 sacó una bolsita, cazó un micrófono y comenzó a hablar. “Señores, mañana a las 12 cambio la computadora y hacemos el recital –dijo–. Es un lugar precioso, un momento increíble. Haré lo que sé hacer: voy a cantarles a las ballenas.” Y ahí mismo se puso a cantar “La última curda”.
“A las ballenas no las podemos ver. Tal vez hay 200 escuchando, tal vez 20. Sólo me basta una”, indicó al terminar la canción.
Pero no terminó. “Voy a cantar una más. ¿Un tango querés? –le preguntó a un buzo–. Mejor canto `Navergar´.” Y en otra escena freak, cerró los ojos y volvió a cantar. “Seguimos en el fondo del mar. Yo vine buceando. No están viendo a un delirante. Hoy la tecnología no nos acompañó. Hermanos y hermanas: estoy un poco indignado. Espero que lo hayan disfrutado –les dijo a todos los que lo seguían en vivo y en directo por www.lupacorp.com/ballenas–. Yo lo disfruto. Hasta mañana, amigos.” Y entonces, Javier Calamaro se calló.
0 Comentá esta nota:
Publicar un comentario