viernes, junio 13, 2008

La violencia en el desalojo de Vuelta del Río: una impresión de injusticia, por José Pope

La Cámara, a cargo de las juezas Cristina Jones, Nelly García y Karina Estefanía, absolvió a los doce policías
Por José Pope*

El enterarnos de la información a través de un simple titular, tratando de calmar la ansiedad y terminar con la incertidumbre que a kilómetros de distancia se siente, fue un golpe muy fuerte del cuál cuesta reaccionar, levantarse, volver a andar…

El viernes 29 de mayo me tocó estar en Esquel, después de un largo tiempo, empujado por la obligación moral que imponía ese juicio oral y público en reclamo de solo una parte de justicia, ya que se ponía en tela de juicio nada mas ni nada menos que el hecho en sí: la violencia utilizada por agentes públicos del Estado provincial, policías ellos, que no vacilaron en derrumbar la vivienda de don Mauricio y su familia, entre otros destrozos, allá en Vuelta del Río.

Parece increíble, para llegar a esta instancia el sistema judicial necesitó cinco años, y muy a pesar del tiempo que debería jugar en contra de la memoria, sucedió todo lo contrario. Encontrarme con los integrantes de la comunidad, tal vez en un ámbito no muy deseado como es el edificio de Tribunales de Esquel, significó retornar a un espacio y un momento en que la violencia y el dolor parecían conjugarse para generar la impotencia y la resignación de esta gente que, sin embargo, sostenían como estandarte la fortaleza de su historia y la lucha por sus derechos.

Allí estaban don Mauricio, doña Cármen, Rogelio, Segunda y el resto de la comunidad, que como tal se mostraban al igual que hace cinco años, o como hace diez, cuando los conocí, cuando supe de sus problemáticas, pero también de sus vivencias, sus alegrías, su trabajo, estableciendo con el correr del tiempo una relación de respeto y confianza mutua.

En marzo de 2003, año paradigmático de luchas y resistencias, nos encontrábamos en Esquel y nos enteramos sobre un desalojo en la comunidad de Vuelta del Río. No lo dudamos, hacia allí nos dirigimos, eran unos ochenta o noventa kilómetros, pasando Leleque, en un paisaje donde la montaña y el río cristalino forman parte de sus propias vidas, arraigadas a estas tierras desde siempre.

Llegar al lugar de los Fermín nos permitió recorrer varias horas a caballo esa inmensidad, enmarcada por arroyos, senderos y habitantes de un lugar que desde la bondad y transparencia marcan su pertenencia, envuelta por una historia que se construye en la transmisión ancestral, en el valor de la palabra, en la vida misma. Todo parecía ser una sola cosa: paisaje y gente, trastocada por ese montículo de ladrillos de adobe que denotaban una violencia sin escrúpulos, completada con el daño efectuado contra los corrales y las huertas, evidenciando el objetivo buscado: si todo se destroza, ellos se van.

Ellos: don Mauricio, un hombre de casi ochenta años con muchos problemas en la vista, doña Cármen, una mujer generosa de sesenta y pico, Rogelio, un pibe de dieciocho que habla lo justo y necesario, pero clava cada palabra, cada gesto, cada mirada transmitiendo a la vez una seguridad y honestidad difícil de encontrar en estos tiempos. Alrededor, acompañando en la resistencia, siempre la comunidad, porque así viven, así fueron aprendiendo y así se manifiestan.

Todavía resuena en mis oídos aquellos testimonios de esta gente que avasallada física y sicológicamente, a veces derramando lágrimas, otras masticando bronca e impotencia, tuvieron la fuerza necesaria para contar detallando paso por paso, desde la llegada de la veintena de policías, sin orden de ningún tipo y acompañados o guiados por quien viene asediándolos desde hace un tiempo intentando quedarse con sus tierras, de cómo voltearon la casa utilizando lo propios bueyes de la familia, atando un extremo de la soga a las columnas y reventando sus paredes para luego completar la obra bajando lo que quedaba a patadas. Todavía recuerdan lo que debieron esforzarse para que no se lleven sus pocos animales, y como corrieron desesperadamente en busca del resto de su gente, que acudieron cuando pudieron para acompañarse y ayudarse: lo que le estaba pasando a Fermín, le estaba pasando a todos. Aún se siente aquel grito: “india de mierda…”, con el que un policía creyó desalentar a doña Cármen. Se equivocó, se equivocaron, no se dejaron caer, no se fueron, porque saben que la historia, la vida misma les dan argumentos más que suficientes para ser los dueños de la tierra.

Cinco años pasaron. El ámbito cambió, los policías no están de uniforme, la comunidad debió dejar sus tierras, su trabajo, su vida para venir a declarar, creyendo en esa justicia que respetan, como no se los respeta a ellos.

Había que escucharlos: las mismas palabras, el mismo relato, las mismas lágrimas. Sin estrategias, sin especulaciones, solo con su verdad. Fue una larga jornada que terminó ya caída la noche. Ellos ansiaban volver a su lugar, se sentían ajenos a estos pasillos y estos procederes, no pueden entender que el sistema judicial necesite cinco años para dilucidar un hecho que está a la vista, no creen que no les crean, porque supieron desde siempre del valor de la palabra, esa misma que transmitieron sus padres, sus abuelos. Sin embargo, quieren creer y respetan, buscando esa justicia que empecinadamente se les niega.

Quienes representaron en esta oportunidad esa, nuestra justicia, coincidieron en un fallo absolutorio hacia las personas acusadas, agentes del Estado, manifestando en la fundamentación que quienes tuvimos oportunidad de ver aquel panorama, lo hicimos tomando una impresión, que seguramente ellas también hubieran asimilado de haber tenido la misma oportunidad, pero reafirman prácticamente todo lo expresado durante la causa por los policías, resaltando el accionar prolijo y atento hacia los desalojados, indicando además que de no haber sido por el aleccionamiento de los integrantes de la comunidad que iban llegando al lugar, don Mauricio y doña Cármen se hubieran retirado tranquilamente del lugar. Esto, entre otras consideraciones, como las que justifican la presencia del señor El Khasen (el supuesto beneficiario), pero confirmando que éste dio la orden de voltear la casa, así la gente no se quedaba o volvía al lugar.

Deduzco que también creyeron la coartada policial, sobre las imágenes que pudimos tomar, de las cuales se “impresionaron” los ciudadanos de distintos puntos de la provincia y del país, que son las mismas que hoy me solicitan desde las escuelas, seguramente para “impresionarse” acerca de cómo se efectúan los desalojos en estos tiempos, tan violentos como los realizados por el mismísimo Roca en aquellos años, o los que sistemáticamente se llevan adelante gracias a la impunidad con la que se goza, reforzada ésta como ha quedado demostrado, por la connivencia entre el Estado, que con sus políticas no quiso y no quiere amparar a los dueños de la tierra, y la Justicia, quien finalmente se encarga de encubrir a los violentos contra los “bárbaros indios” o “los indios de mierda”, como le espetaron en la cara a doña Cármen, pero que tiene que ver con el buen trato aludido en la declaración del Tribunal.

Y hago hincapié en esto de lo sistemático como continuidad histórica de estos desalojos, que persisten. Como bien dice Chele Díaz en su libro “El desalojo de la tribu Nahuelpan”: “…en 1918, con la llegada a Esquel de los hermanos Amaya, se inicia la gestión del desalojo, en connivencia con el poder político y la complicidad de otros ganaderos y funcionarios. En 1937, se concreta la expulsión de casi 500 personas, entre las que se contaban mujeres, niños y ancianos…Y la injusticia aún no ha sido reparada…”

¿Qué diferencia hay entre los Amaya y los El Khazen, entre los integrantes de la comunidad de Nahuelpan y los de Vuelta del Río?, ¿ No es el mismo proceder de la fuerza policial que una vez más vuelve a quedar impune?, ¿no se utilizaban los mismos artilugios leguleyos de parte de quienes ansiaban obtener esas tierras? En aquellos hechos se sacaba a las familias de sus casas, con algunas pertenencias, y una vez afuera, se destruían para que no volvieran.

Tal vez, la concientización de la gente sobre sus derechos y el sentido de comunidad que nosotros no entendemos ni vivimos, hagan que hoy don Mauricio y su familia hayan resistido y con ayuda de su propia gente vea levantada nuevamente su humilde casita de adobe, que sabe albergar a hijos y nietos.

Nuestros representantes en el sistema judicial no creo que puedan valorar todo esto, porque nunca reparan en la historia, no saben valorar la palabra, porque en la concepción del mundo capitalista que representan no existen esos valores. Tienen más valor los papeles de terratenientes, obtenidos sin tiempos y sin formas o las argumentaciones hechas con uniforme y armas. Ni siquiera valieron las contradicciones en las que cayeron los testigos civiles que los propios imputados llevaron al estrado, donde debieron terminar reconociendo los hechos que finalmente se juzgaban, y tenían que ver con las formas violentas ejercidas. Desde estos parámetros jamás podrán entender sobre la memoria, las vivencias, la esencia de la gente de Vuelta del Río. No pueden comprender el proceso que lleva a estas consecuencias, y se sigue alimentando a través de la impunidad.

Fue muy locuaz doña Segunda, bajo aquel sol de marzo de 2003, resguardada por la gente que ya estaba trabajando en la construcción de una nueva casita para los Fermín: “si nos van matando de a poco, si nos quieren matar, porque no nos matan a todos juntos y listo”

Vuelto a mis pagos, sólo me los imagino en la distancia, construyendo la vida desde sus luchas cotidianas, integrándose con el paisaje hoy castigado por la ceniza volcánica, buscando desde la dignidad hacer valer sus derechos.

Me imagino a esos paisanos reconstruyendo su espíritu que acaba de ser vapuleado y desalojado de la esperanza que una vez mas habían depositado en la “justicia huinca”, pero no decaerán, resistirán como siempre: juntos, en comunidad, y sabrán transmitir sus testimonios, que formarán parte de la historia, a sus nietos…

Quien sabe, quizás tenga algo de razón el Tribunal al fallar en su sentencia: por ahí es un tema de “impresiones”…esa impresión de una sociedad que es muy diferente a las juezas…o como lo que queda después del pronunciamiento: una profunda impresión de injusticia.

Agrego estas letras de Eduardo Galeano, en “Patas Arriba, la escuela del mundo al revés”: “… La justicia y la memoria son lujos exóticos en los países latinoamericanos. El olvido, dice el poder, es el precio de la paz, mientras nos impone una paz fundada en la aceptación de la injusticia como normalidad cotidiana. Nos han acostumbrado al desprecio de la vida y a la prohibición de recordar. Los medios de comunicación y los centros de educación no suelen contribuir mucho, que digamos, a la integración de la realidad y su memoria. Cada hecho está divorciado de los demás hechos, divorciado de su propio pasado y divorciado del pasado de los demás. La cultura del consumo, cultura del desvínculo, nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí. Incapaz de reconocer sus orígenes, el tiempo presente proyecta el futuro com su propia repetición, mañana es otro nombre de hoy: la organización desigual del mundo, que humilla a la condición humana, pertenece al orden eterno, y la injusticia es una fatalidad que estamos obligados a aceptar o aceptar.
¿La historia se repite?¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla? No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El derecho a recordar no figura entre los derechos humanos, pero hoy es mas que nunca necesario reivindicarlo y ponerlo en práctica: no para repetir el pasado, sino para evitar que se repita… Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacerla. Más que en los museos, donde la pobre se aburre, la memoria está en el aire que respiramos, y ella, desde el aire, nos respira…”


* JOSE LUIS POPE
DNI.13.988.121

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