“El que quiera oír que oiga”, por Abla Carballo

Por Abla Carballo

El riesgo al que están expuestos nuestros niños y jóvenes frente a la droga produce zozobra. Como nunca antes, los medios nacionales se ocupan de hablar sobre el contenido y desarrollarlo con especialistas de diversas competencias debido a la complejidad del tema. Así la sociedad se informa, tanto como interés individual presta cada quien, y reflexiona ante un problema que se incrementa de manera exponencial.

Si bien el uso de substancias se inicia como un acto voluntario del sujeto que busca evadirse de algún problema que lo agobia, lo angustia, lo abruma; lo busca también el habitante promedio del planeta. Es difícil hoy imaginar la diversión festiva ajena a las sustancias. Y ello forma parte de nuestra cultura. La participación en esta modalidad es proporcionalmente significativa en nuestra población.

La ética del esfuerzo y el concepto de temporalidad de nuestros abuelos con proyectos a largo plazo en una sociedad de movilidad social ascendente, hoy se sustituyó por el rédito inmediato. En concordancia el uso de sustancias psicoactivas, crea la posibilidad (aunque imaginaria) de valores más apreciados que con los de la paciencia y dedicación.

La industria de la droga mueve millones en todo el mundo, casi tan importante como la guerra.

La verificación de que más de la mitad del dinero generado por el tráfico de cocaína, marihuana y otras drogas en el mundo, -más de cien mil millones de dólares (billones de pesos)- se blanquea y desplaza dentro de los circuitos financieros legales, desbarata cualquier discurso hipócrita sobre la necesidad de “acabar con la cocaína” o “acabar con el narcotráfico”.

Señala como si una multinacional automotriz dijera “acabemos con los automóviles” o “luchemos por la energía barata y no contaminante”.

El sistemático asesinato de los jóvenes y de la infancia consumado por el mundo adulto, retrotrae a una teoría del psicoanalista argentino Arnaldo Rascovsky (1907-1995), sobre el filicidio. Él describió el comportamiento de una sociedad enferma que, como el cerdo, “devora las raíces de la parra que lo alimenta”.

La breve y amarga reflexión nos impresiona más, cuando nos enteramos de que Argentina “lidera el ranking” de consumo de cocaína en adolescentes de 13 a 17 años. Además, Argentina está en segundo lugar en el consumo de pasta base -“paco”- la droga que produce una adicción fulminante y un daño cerebral irreversible. Asesina rápido, sobre todo, en los cordones de pobreza de las grandes ciudades.

Los medios de comunicación pusieron, ahora, sobre el tapete discusiones sobre si combatir o despenalizar el uso personal de droga. Quienes conocen y se ocupan del tema señalan cómo en Holanda van restringiendo la despenalización del uso particular debido a la experiencia negativa obtenida por sus gobiernos.

La actitud de la persona que consume, amparado en su libertad individual y libre albedrío, acarrea consecuencias a la sociedad y, sobre todo, a su familia. No obstante, es importante respetar su libertad y connaturalidad de su personalidad.

El narcotráfico es efectivo y es el responsable de la alta disponibilidad de drogas en el país. Burla, además, los controles casi siempre laxos o “que no se realizan” como lo afirmó el secretario de Estado de la SEDRONAR, doctor José Granero.

Sucede que las adicciones obligan a mirar en profundidad el transporte ilegal, las fronteras y su consecuente distribución. Esa visión se fundamenta en la necesidad provocada por situaciones sociales que vuelven a las drogas un apoyo para la supervivencia en muchos casos. Pero se extiende también a la persona que encuentra en el consumo una satisfacción existencial, o está respondiendo a las presiones del mercado que conduce al consumismo a ultranza.-