lunes, septiembre 01, 2008

Opinión: “Ocaso y ¿renacimiento? del federalismo argentino”, por Mario E. Rojas

Enviado por José Luis Cortada *

Como este asunto de agachar el lomo en el surco (por la razón o por la fuerza), viene de tiempos tan remotos como la guerra de Troya, no creo que tenga solución inmediata, pero creo que el candor del Señor Rojas es sincero y vale la pena leerlo.

Por Mario Edgardo Rojas

“Buenos Aires, Mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias; […] para las provincias, […] sometimiento a Buenos Aires, reforma del coloniaje, no su abolición. Este extravío de la Revolución, […] ha creado dos países distintos: […] el Estado metrópoli, Buenos Aires y el país vasallo, la República. El uno gobierna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido; el otro no tiene seguro su pan.
Juan Bautista Alberdi

La controversia entre los sectores agropecuarios y el Gobierno central tiene tela para cortar, aunque no sea directamente referida al conflicto en sí mismo. Los dirigentes del campo a menudo han sostenido que el conflicto, va más allá, y es más profundo que, unos puntos más o menos en las retenciones. Apuntan a un cambio en varios aspectos de la vida nacional, sobre todo a un estilo de gobernar que sienten propio de gobiernos autistas, autoritarios y soberbios. Incluso han llegado a levantar la consigna de un país federal, que interpreto apuntaba a dos modalidades específicas de una gestión de gobierno: 1) un mayor y mejor reparto en los impuestos co-participables y 2) una mayor y mejor participación de las Provincias en las políticas públicas que las afectan.

Hasta ahí llegaban los reclamos de un país federal. ¿Por qué cesó esa consigna que se repetía en casi todos los lugares en los que se alzaban las protestas a la vera de los caminos? ¿Por qué hoy casi no se escucha la consigna federalista? En un momento dado del ya largo conflicto, el tema de las retenciones casi había pasado a un segundo lugar. Fue cuando se percibió la voluntad inquebrantable del gobierno de decidir por sí y —se sospechaba— que para sí también. Con más o menos conciencia de lo que podría acarrear un planteo federal firme, la bandera fue pasando de asamblea en asamblea y llegó a contagiar a ciudadanos de pueblos y ciudades. Se pidió la participación activa de gobernadores e intendentes, y molestaba el lenguaje gestual poco conciliador de la Presidenta. Gestos duros y autoritarios de Cristina Kirchner chocaban con expresiones distendidas, bonachonas, ahítas de sencillez y espontaneidad, muchas veces socarronas y risueñas de los chacareros; aunque sin dejar de ser firmes y hasta atrevidas, propio de la bronca del paisano auténtico.

Ya a esta altura se percibía que el sistema mismo de representación política estaba fallando por algún lado y se comprendió que los gobernadores se debían al pueblo que los había votado y no al caudillo central que lo había designado; que los legisladores eran sus mandatarios y no los del partido político que los había ubicado en una lista, y así con el resto de los mandatarios. Percibieron que la representación política era falsa. Pusieron el dedo en la llaga en lo que Natalio Botana considera la gran crisis de la democracia argentina: la legitimidad de la representación política.
Si hay piquetes, sean de la abundancia o del hambre, si la única salida es hacerse escuchar por medio de la fuerza, es porque los canales institucionales previstos para ello no funcionan. “…sin representación legítima no hay en rigor, sistema democrático…” afirma Natalio Botana (“Poder y hegemonía”, 2007). Reza nuestra Constitución Nacional (CN) que la forma de nuestro gobierno es representativa, republicana y federal. En los hechos la Argentina no es ni representativa, ni republicana ni federal.

Desde la instauración del Estado nacional en el siglo XIX, se ha producido en el país una paulatina y silenciosa distorsión del federalismo, piedra angular de la organización institucional. Este ha constituido el ideario transaccional que permitió construir la Argentina como Estado-nación. Ni el interior pudo vencer el centralismo porteño ni la Reina del Plata pudo por la fuerza “poner de rodillas” a los díscolos trece ranchos. Una de las claves de la creación del Estado-nación argentino está en el Tratado (internacional) de San José de Flores de 1859, por el cual en su art. 1°, "Buenos Aires se declara parte de la República Argentina."

Es posible que en 1861 —a raíz de la resistencia de los pandilleros porteños al gobierno confederal argentino— surgiera el germen de la negación del federalismo, germen que luego habría de cristalizarse en los actuales partidos políticos. Quien tal vez encierre el secreto de esta dramática lucha entre el país unitario y el país federal es la apasionante figura histórica de Adolfo Alsina, porteño, unitario y liberal, pero —al mismo tiempo— depositario del legado federal del vencido rosismo. En Adolfo Alsina quizás encontremos la llave maestra que puede explicar la contradicción jurídico-política fundamental de nuestro país: Provincias federadas con representación político-partidaria nacional. Destaquemos el hecho que en la CN de 1853, incluso en la ratificada por Buenos Aires de 1860, la unidad jurídico-política sobre la que se articulaba el poder del Estado argentino, eran las Provincias. Estas unidades provinciales fueron desplazadas por los partidos políticos y nunca más volvieron a constituir factores reales de poder. El protagonismo representativo de hecho que tuvieron los partidos fue resultado de una mera interpretación jurisprudencial —muy ad hoc por cierto— de los arts. 14 y 33 de la CN, ya que nunca habían tenido reconocimiento constitucional hasta la Reforma de 1994. El desplazamiento de las Provincias a favor de los partidos políticos nacionales, se produjo de forma paulatina y silenciosa. De esta suerte no quedó registrado en la memoria colectiva nada menos que el cambio de más profunda significación en la estructuración del poder: La abolición de la representación federal a favor de la representación político-partidaria, esta última, propia de los países unitarios.

Se debe elegir: o un país unitario con partidos políticos nacionales o uno federal con partidos políticos sólo provinciales. En el esquema federal, no caben movimientos “transversales” o interprovinciales como son los partidos nacionales. O partidos políticos nacionales o federación.

El propósito de esta nota no es abogar por el federalismo sino advertir sobre las consecuencias que podría provocar:: los gobernadores deberían ressponder a la gente de su provincia y no al presidente de la Nación; tampoco los del partido opositor podrían ser captados por el poder central; los diputados, los senadores, diputados o intendentes se debrían al electorado de su Provincia o Municipio y no al gobernador ni al presidente de turno; los mandatarios —sean primeros o segundos— dejarían de ser mandones o “mandamáes” y tendrían que ser obedientes al pueblo que es quien debe mandar. Los mandatarios republicanos no son quienes dictan las políticas si no quienes obedecen al Soberano, que desde la Revolución Francesa debería ser el pueblo. No sus funcionarios delegados. Estos sólo pueden cumplir los mandatos de la ciudadanía.

Queda mucho más para decir sobre el federalismo pero como diría Michael Ende "esa ya es otra historia y será contada en otra ocasión".

* DNI 4224017

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