Por Romina Laura Ferraris *
En los últimos días leí y escuché las desventuras de varios turistas y residentes que tuvieron que utilizar el servicio de Transportes Esquel para llegar al Parque Nacional Los Alerces. Confieso que sus relatos no me sorprendieron. Por el contrario, reflejaban exactamente mi experiencia con la empresa. Sus quejas eran mis quejas, sólo que hasta ahora, por pereza o quizá porque no había juntado la suficiente cantidad de bronca, yo había preferido comentar mis infortunios sólo entre amigos.
Sin embargo, hoy estoy aquí, escribiendo estas líneas, porque creo que lo peor que podemos hacer es callarnos frente a un servicio monopólico y paupérrimo, sin control ni seguridad, que no sólo le hace daño al turismo -si es que alguien todavía cree que Esquel actualmente tiene el derecho de autodenominarse “ciudad turística”- sino también a todos sus habitantes, sobre todo aquellos que, como yo, no poseemos vehículo y dependemos del transporte público para pasar un fin de semana al aire libre.
Ya el año pasado sufrí el servicio de Transportes Esquel un domingo cualquiera de verano cuando tuve que esperar por más de una hora para poder tomar un destartalado micro en la Villa Futalaufquen. Unas cincuenta personas, incluso mujeres con chicos, se vieron obligadas a discutir entre ellas e incluso putearse en busca de un lugar en el vehículo, ya que nadie podía asegurarles que llegara otro servicio antes de que cayera la noche. Eso sin contar que un alto funcionario del Parque arribó a último momento al lugar con familiares, que por supuesto se colaron y subieron primero ante la atónita vista de todos nosotros.
Todavía enojada con lo sucedido el año pasado, hace diez días no me quedó otra que usar el servicio nuevamente. Para no caminar hasta la Terminal de Ómnibus me acerqué hasta la Secretaría de Turismo en busca de la grilla horaria y los precios del boleto. Me atendió una señorita que no pudo compensar con su amabilidad la falta de conocimientos sobre el servicio. Buscó en una gran carpeta hasta que encontró los datos de la empresa y finalmente me informó que sólo salían dos micros por día, uno a las 8 y otro a las 14 horas, y que el boleto a Bahía Rosales costaba 11 pesos por persona. Es más. Me aclaró que debía estar en la Terminal una hora y media antes de la salida del colectivo porque se iba a acumular mucha cantidad de gente y sólo había uno disponible. Además, me aseguró que para volver sólo contaba con un servicio a las 19.45 horas.
Grande fue mi sorpresa cuando al día siguiente descubrí que en realidad el boleto salía 15 pesos y que finalmente, debido al volumen de pasajeros, la empresa arribó a las 8 de la mañana con 3 combis. Pero antes de eso, los usuarios tuvimos que armar una lista para que a la hora de sacar el pasaje no se produjeran discusiones, ya que éste no se puede sacar con anticipación y tampoco existe la posibilidad de contar con un boleto numerado para evitar inconvenientes. Ahí me enteré que a las 18.15 existía otra posibilidad de volver, siempre y cuando el micro no pasara lleno.
Sin embargo, ese fue apenas el comienzo de la odisea. Al llegar a Villa Futalaufquen el chofer de la combi que me transportaba acusó un problema mecánico que nunca percibimos y tuvimos que bajar todos nuestros bolsos y subir a otra combi. Lo patéticamente gracioso fue que, adelante nuestro, los otros choferes se burlaban de la excusa de su compañero dejando entrever que en realidad volvía a Esquel porque no le convenía seguir con pocos pasajeros. Para que se entienda. A la empresa evidentemente le quedaba mejor apretujarnos en los otros dos micros sin tener en cuenta que más adelante más gente esperaba a la vera de la ruta.
Incluso alcancé a escuchar que un chofer le pedía a otro que levantara a unos mochileros que había dejado plantados el día anterior en el camino por falta de lugares. Y ahí no terminaron las irregularidades. Un grupo de chicos que subió en Villa Futalaufquen tuvo que pagar 11 pesos para viajar unos pocos kilómetros dentro del Parque.
Me bajé en Bahía Rosales preocupada por mi suerte para el día siguiente, cuando tuviera que volver a Esquel. Al recordar mi experiencia del año anterior, decidí esperar el primero de los dos servicios, así que sacrifiqué parte del campamento y a las 18 me instalé en la ruta. De pronto apareció un gran micro de la empresa Jacobsen con un pequeño cartel en el vidrio que rezaba: “Al servicio de Transportes Esquel”. Lo paramos de causalidad (viajaba con otra persona) y pudimos subir gracias a que quedaban sólo tres lugares. El panorama se complicó para los viajeros con los que nos cruzamos más adelante y en Villa Futalaufquen, pese a que bajó parte del pasaje, se agravó. ¿Y cuál fue la solución que encontró la empresa? Cobrar normalmente el pasaje y dejar viajar paradas a varias personas.
Frente a todo este descalabro de irregularidades surgen varias preguntas, la mayoría obvias: ¿quién controla a la empresa?; ¿por qué el Estado no le exige brindar un servicio acorde con el mote de “ciudad turística” que pretende darle a Esquel?; ¿cómo puede ser que en pleno verano existan sólo dos servicios diarios para llegar hasta un centro turístico y que encima ese servicio sea caro, malo e inseguro?
Resumiendo. ¿A quiénes quieren engañar las autoridades? Restaurantes que cierren temprano, Internet marca “Tortuga”, excursiones en el Parque que se suspenden sin previo aviso por deficiencias en los barcos, hoteles que no trabajan con tarjeta de crédito, etc., etc., etc.
Hace pocos días visitó la ciudad una pareja de ingleses amigos. Se quedaron en Esquel casi un mes y en ese lapso tuvieron que atravesar decenas de vicisitudes, a saber: querían usar Internet para comunicarse con sus familiares y se pasaban horas intentando encontrar una máquina vacía y otras tantas tratando de conectarse; quisieron ir a conocer La Hoya pero se enteraron que no había ningún servicio de transporte regular que llegara al lugar; contrataron la excursión al Alerce Milenario y se la suspendieron dos veces sin aviso porque se rompieron los barquitos; contrataron la excursión para hacer rafting en Corcovado y en el camino la combi que los transportaba chocó. Sin embargo, a la vuelta del periplo, él mismo tuvo que informar a la agencia sobre el accidente porque el chofer había evitado comentarlo a sus autoridades; cada noche debían esperar hasta por lo menos las 21 para poder cenar (pese a que los ingleses cenan entre las 19 y las 20) porque ningún restaurante les permitía comer antes.
Mi amigo inglés se tomó con humor cada una de las trabas con las que se chocó pero cada vez que me veía me repetía “no entiendo por qué si las cosas se pueden hacer bien se hacen mal” y yo le respondía: “Qué querés que te diga, esto es Argentina”. Y lo peor es que no hacemos nada para cambiar.
* DNI: 25.131.056
Nota relacionada: Transportes Esquel: algunas observaciones acerca del monopolio y la “ética mercantil”
En los últimos días leí y escuché las desventuras de varios turistas y residentes que tuvieron que utilizar el servicio de Transportes Esquel para llegar al Parque Nacional Los Alerces. Confieso que sus relatos no me sorprendieron. Por el contrario, reflejaban exactamente mi experiencia con la empresa. Sus quejas eran mis quejas, sólo que hasta ahora, por pereza o quizá porque no había juntado la suficiente cantidad de bronca, yo había preferido comentar mis infortunios sólo entre amigos.
Sin embargo, hoy estoy aquí, escribiendo estas líneas, porque creo que lo peor que podemos hacer es callarnos frente a un servicio monopólico y paupérrimo, sin control ni seguridad, que no sólo le hace daño al turismo -si es que alguien todavía cree que Esquel actualmente tiene el derecho de autodenominarse “ciudad turística”- sino también a todos sus habitantes, sobre todo aquellos que, como yo, no poseemos vehículo y dependemos del transporte público para pasar un fin de semana al aire libre.
Ya el año pasado sufrí el servicio de Transportes Esquel un domingo cualquiera de verano cuando tuve que esperar por más de una hora para poder tomar un destartalado micro en la Villa Futalaufquen. Unas cincuenta personas, incluso mujeres con chicos, se vieron obligadas a discutir entre ellas e incluso putearse en busca de un lugar en el vehículo, ya que nadie podía asegurarles que llegara otro servicio antes de que cayera la noche. Eso sin contar que un alto funcionario del Parque arribó a último momento al lugar con familiares, que por supuesto se colaron y subieron primero ante la atónita vista de todos nosotros.
Todavía enojada con lo sucedido el año pasado, hace diez días no me quedó otra que usar el servicio nuevamente. Para no caminar hasta la Terminal de Ómnibus me acerqué hasta la Secretaría de Turismo en busca de la grilla horaria y los precios del boleto. Me atendió una señorita que no pudo compensar con su amabilidad la falta de conocimientos sobre el servicio. Buscó en una gran carpeta hasta que encontró los datos de la empresa y finalmente me informó que sólo salían dos micros por día, uno a las 8 y otro a las 14 horas, y que el boleto a Bahía Rosales costaba 11 pesos por persona. Es más. Me aclaró que debía estar en la Terminal una hora y media antes de la salida del colectivo porque se iba a acumular mucha cantidad de gente y sólo había uno disponible. Además, me aseguró que para volver sólo contaba con un servicio a las 19.45 horas.
Grande fue mi sorpresa cuando al día siguiente descubrí que en realidad el boleto salía 15 pesos y que finalmente, debido al volumen de pasajeros, la empresa arribó a las 8 de la mañana con 3 combis. Pero antes de eso, los usuarios tuvimos que armar una lista para que a la hora de sacar el pasaje no se produjeran discusiones, ya que éste no se puede sacar con anticipación y tampoco existe la posibilidad de contar con un boleto numerado para evitar inconvenientes. Ahí me enteré que a las 18.15 existía otra posibilidad de volver, siempre y cuando el micro no pasara lleno.
Sin embargo, ese fue apenas el comienzo de la odisea. Al llegar a Villa Futalaufquen el chofer de la combi que me transportaba acusó un problema mecánico que nunca percibimos y tuvimos que bajar todos nuestros bolsos y subir a otra combi. Lo patéticamente gracioso fue que, adelante nuestro, los otros choferes se burlaban de la excusa de su compañero dejando entrever que en realidad volvía a Esquel porque no le convenía seguir con pocos pasajeros. Para que se entienda. A la empresa evidentemente le quedaba mejor apretujarnos en los otros dos micros sin tener en cuenta que más adelante más gente esperaba a la vera de la ruta.
Incluso alcancé a escuchar que un chofer le pedía a otro que levantara a unos mochileros que había dejado plantados el día anterior en el camino por falta de lugares. Y ahí no terminaron las irregularidades. Un grupo de chicos que subió en Villa Futalaufquen tuvo que pagar 11 pesos para viajar unos pocos kilómetros dentro del Parque.
Me bajé en Bahía Rosales preocupada por mi suerte para el día siguiente, cuando tuviera que volver a Esquel. Al recordar mi experiencia del año anterior, decidí esperar el primero de los dos servicios, así que sacrifiqué parte del campamento y a las 18 me instalé en la ruta. De pronto apareció un gran micro de la empresa Jacobsen con un pequeño cartel en el vidrio que rezaba: “Al servicio de Transportes Esquel”. Lo paramos de causalidad (viajaba con otra persona) y pudimos subir gracias a que quedaban sólo tres lugares. El panorama se complicó para los viajeros con los que nos cruzamos más adelante y en Villa Futalaufquen, pese a que bajó parte del pasaje, se agravó. ¿Y cuál fue la solución que encontró la empresa? Cobrar normalmente el pasaje y dejar viajar paradas a varias personas.
Frente a todo este descalabro de irregularidades surgen varias preguntas, la mayoría obvias: ¿quién controla a la empresa?; ¿por qué el Estado no le exige brindar un servicio acorde con el mote de “ciudad turística” que pretende darle a Esquel?; ¿cómo puede ser que en pleno verano existan sólo dos servicios diarios para llegar hasta un centro turístico y que encima ese servicio sea caro, malo e inseguro?
Resumiendo. ¿A quiénes quieren engañar las autoridades? Restaurantes que cierren temprano, Internet marca “Tortuga”, excursiones en el Parque que se suspenden sin previo aviso por deficiencias en los barcos, hoteles que no trabajan con tarjeta de crédito, etc., etc., etc.
Hace pocos días visitó la ciudad una pareja de ingleses amigos. Se quedaron en Esquel casi un mes y en ese lapso tuvieron que atravesar decenas de vicisitudes, a saber: querían usar Internet para comunicarse con sus familiares y se pasaban horas intentando encontrar una máquina vacía y otras tantas tratando de conectarse; quisieron ir a conocer La Hoya pero se enteraron que no había ningún servicio de transporte regular que llegara al lugar; contrataron la excursión al Alerce Milenario y se la suspendieron dos veces sin aviso porque se rompieron los barquitos; contrataron la excursión para hacer rafting en Corcovado y en el camino la combi que los transportaba chocó. Sin embargo, a la vuelta del periplo, él mismo tuvo que informar a la agencia sobre el accidente porque el chofer había evitado comentarlo a sus autoridades; cada noche debían esperar hasta por lo menos las 21 para poder cenar (pese a que los ingleses cenan entre las 19 y las 20) porque ningún restaurante les permitía comer antes.
Mi amigo inglés se tomó con humor cada una de las trabas con las que se chocó pero cada vez que me veía me repetía “no entiendo por qué si las cosas se pueden hacer bien se hacen mal” y yo le respondía: “Qué querés que te diga, esto es Argentina”. Y lo peor es que no hacemos nada para cambiar.
* DNI: 25.131.056
Nota relacionada: Transportes Esquel: algunas observaciones acerca del monopolio y la “ética mercantil”
3 Comentá esta nota:
Estimados Amigos de Puerta E:
Como siempre, demoledoras las observaciones de Romina Ferraris sobre el transporte al Parque Nacional.
Habría mucho que comentar sobre el tema pero me quiero detener en un punto que, desde hace un tiempo, me tiene también intrigado, y es precisamente la cuestión que le planteó su amigo inglés: Por qué los argentinos nos especializamos en hacer las cosas mal si se podrían hacer bien. Es más, en muchos casos es más fácil y gratificante hacerlas bien que hacerlas mal, pero pareciera que tenemos cierta compulsión morbosa por complicarnos la vida y complicársela al prójimo, como si eso nos produjera alguna clase de íntima satisfacción.
Y no es que no sepamos cómo tenemos que actuar; eso lo experimenta todo argentino que viaja a países organizados: allí actuamos como no lo hacemos acá: cumplimos a rajatabla todas las leyes de tránsito y después le comentamos a nuestros amigos, admirados, qué organizados que son allá y qué despelotados que somos nosotros.
Por eso se me ocurre que podríamos lanzar a rodar la siguiente propuesta: propongo ponernos de acuerdo en QUE UN DÍA DETERMINADO TODOS HAGAMOS LAS COSAS BIEN, así de fácil. Un solo día, como prueba, no pido mucho. Podríamos fijar la fecha, digamos, del 21 de setiembre próximo. Así, con suficiente tiempo para ir madurando la idea. Ese solo día tendríamos que hacer de cuenta que estamos en alguno de esos países que estúpidamente admiramos y simplemente hacer lo que tenemos que hacer: usar el cinturón de seguridad cuando viajamos, no usar el celular cuando estamos manejando, no superar las velocidades máximas, dejar cruzar al peatón en las esquinas, reconocer cuando nos equivocamos y ofrecer disculpas, comprender que los demás no tienen la obligación de pensar como nosotros o como nosotros quisiéramos que piensen, aceptar la posibilidad de que lo que pensamos podría estar equivocado (¡sí! los argentinos también, a veces, cometemos errores), preguntar por qué y tratar de entender al otro antes de lanzarnos a su yugular cuando dice algo que no compartimos, sonreír, ofrecer ayuda, procurar hacer sentir bien a quien nos pide algo, decir gracias, etc., etc. Invito a agregar todas las etcéteras que se nos vayan ocurriedo.
Me parece que no es mucho pedir: es sólo por un día. Creo que no va a matar a nadie. ¿O será muy utópico? ¿O será que somos tan incapaces como muchos nos ven?
Cordiales saludos.
Osvaldo González Salinas
D.N.I. 10.550.077
La verdad es que he leído con cautela tanto la nota de referencia, como el comentario de Osvaldo...
Para empezar vamos a aclarar un termino "Esquel ciudad turística", ESQUEL NO QUIERE SER TURISTICA!!!! En el mejor de los casos puede ser en el imaginario colectivo.
Hay que empezar a cambiar la mentalidad si queremos ofrecer turismo. Creo que en principio se deberían tener estrategias políticas referidas, que no se poseen, entendamos que tener políticas no significa hacer promoción, esto en último de los casos es un producto de… Necesitamos políticos que piensen que hacer con el turismo, o sino, asumir el costo político y decir de una vez, que turístico es Trevelin, el lago y (por ahora) La Hoya. No solamente si llega o no el avión, o la culpa de la ceniza, o del transporte de colectivos, o…. Sino que hace el turista en Esquel, no tenemos otros servicios complementarios a la actividad turística principal, no hay cine (de manera regular y por ahora ni eso), los pubs son limitados, ni hablar de las limitaciones de día/horario que tienen los resto, la paupérrima calidad de los transportes, al fin la oferta de verano se reduce al lago (que corresponde al ejido municipal de Trevelin) y la de invierno al cerro. En el verano todo ok (un eufemismo), porque el turista sale a caminar y listo ;-) , pero y en el invierno? Vuelve del cerro a las 18 y después?
Esas son las cosas que tienen que pensar nuestros políticos, en la forma de enlazar otros servicios (si los hubiere), obvio que en pensar no queda la cosa, también deben controlar la ejecución de estas políticas. Es sino como inaugurar 30 escuelas por día pero y si la calidad de la educación (o de los docentes) es mala?
Por último referido al comentario de Osvaldo… no nos da pena el soñar en hacer las cosas bien un día? UN DIA????!!!! Por que no lo hacemos bien TODOS los días (en vez de soñar en…)? Porque los demás pueden ¿verdad?
Christian Noir Romero
DNI 21.518.179
Me parece muy interesante la propuesta de Osvaldo, y tenemos que ponerla en marcha pero todos los días. No puedo decir que Esquel sea una ciudad esctrictamente turística, quizá estamos en camino a eso, pero como se ha comentado en varias notas, hay que seguir mejorando.Tenemos que apuntar hacia el bien común, no sólo en nuestro ombligo o quintita. Me visitaron unos amigos hace pocos días, y quedaron encantados con la ciudad,(es que Esquel es hermosa), con la hostería donde se alojaron, pero hubo algunos inconvenientes: por eje. ellos habían planeado viajar en La Trochita el día domingo, y se encontraron con que no había viaje, y en la Secretaría de Turismo no les dijeron eso, ni tampoco les dieron otras opciones. Me pareció terrible!Yo tampoco lo sabía. Allí tendrían que bombardear a los turistas con información y folletería. Y también tener toda la información al instante, no hacerlos esperar para ver si encontraban algo. TAmpoco les ofrecieron muchas propuestas de alojamiento, y a las cabañas que fueron, no encontraron a nadie. Al fin cayeron en una hostería de la cual quedaron muy contentos. Otro problema es lo caro que encontraron todo. La comida, los paseos, la entrada al Parque, la entrada al museo de Trevelin, etc, etc. Me pregunto ¿porqué las cabañas no pueden bajar un poco los precios, para no espantar a la gente? Tendrían más ocupación. ¿Cuánto dinero tiene que tener una flia para vacacionar por 10 días? No se quejen de que el turismo este año es gasolero..... Gracias que ha venido gente a visitarnos. Me gustaría también saber si los empleados de la Dirección de Turismo saben inglés correcamente como para atender a los extranjeros. Debiera ser una obligación. Habría mucho más para hablar, sigamos adelante, mejorando nuestra atención con inteligencia. Saludos
Cristina Drake
DNI 5.653.739
Publicar un comentario