martes, abril 21, 2009

“El militante”: ponencia del Primer Seminario por la Memoria la Verdad y la Justicia


Por Emilio Bolado *

Me quiero referir un poco al militante.

Ese sujeto irremediablemente incomprendido, hasta el mismo instante en que ya es tarde y que termina por diversas causas, haciendo absolutamente lo que siente y puede, quizás mucho más que cualquier otro, oficio, profesión o dedicación humana.

Me refiero a esto diciendo que el militante hace lo que siente por que su verdad motora ha trascendido cualquier perdida posible material, cualquier quebranto emocional, y hasta cualquier sentimiento en tránsito, el militante sabe con certeza que quizás sea una de las pocas cosas que hoy más que nunca, podrá hacerla de por vida. Esta distinción es esencial, para marcar una diferencia en la historia de la militancia y aquí quería arrancar. La irreverencia, la insolencia, el enfado, y hasta la ira, son condimentos cotidianos de esta actividad tan maravillosa, pero que ha cambiado a lo largo de los años como lo hacen todas las formas de acción humana.

La militancia específicamente ha cambiado mucho a lo largo de los años, como decía, y puede facilitar las cosas, separarla en dos aspectos más que nada prácticos, desde lo interpretativo, existen dos formas de militancia básicamente la militancia social, y la militancia política, (quiero decir esto aclarando que no soy un erudito en la materia ni la he estudiado exhaustivamente, pero lo digo desde la praxis), la militancia se inicia, básicamente fruto del surgimiento de alguna injusticia, de algún desacuerdo, de algún motivo con el que uno desee fervorosamente transformar su realidad.

La militancia política es una herramienta fundamental, para esa tarea, y es a su vez un modo de ampliar ese espectro de cosas que el militante sabe, aunque no lo puede explicar muy bien, que esta mal, que debe cambiar, el militante tiene una visión clara de su realidad y la comparte con su grupo de trabajo de ideología de esfuerzo, y es fruto de una enorme voluntad. La militancia política tenía a comienzos del siglo pasado, con el gremialismo, con las incipientes formas de asociación política populares, una gran carga de voluntarismo, alimentadas por ideales fecundados en una promesa de redistribución y prosperidad permanente, y fundado en una fe casi ciega en la convincente estructura del ensayado discurso, que arenga al compañerismo.

Pasados diferentes modelos políticos, de diferentes ideologías, practicas políticas y resultados, mas o menos a ojos del sentido común ya vistos por todos, el voluntarismo se ha ido debilitando, merced del avance del capitalismo que lo invadió todo incentivando a la transformación de un modelo de estimulo ideológico por otro monetario.

Este escenario fue propenso para el surgimiento de un modelo de militancia, -para el militante orgánico que resiste estructuralmente al estancamiento de las ideas y de las practicas, fruto de su optimismo eterno-, a una forma de militancia novedosa, que yo creo que surge más como una forma de resistencia que de convencimiento propio o estructura premeditada. Surge la militancia social, que encuentra un terreno fértil en la libertad de acción, con diferencias claras respecto de la estructuración que tenían los partidos políticos, y en donde todo hombre o mujer con inquietudes constructivas, tiene un espacio, más o menos claro en donde participar. De todos modos esta militancia de algún modo también sufrió una suerte de regularización desde el Estado, y se constituyó en el inmenso mundo del Sector Social, como algunos prefieren llamarlo. Pero no es el caso ni el momento de hablar de esto, lo importante aquí es la militancia entendida como un acto que integra el pensamiento y la acción como elementos de transformación social; como le digo a mis compañeros: suele haber gente que separa una cosa de otra, pero quien piense que pensar no es una acción es porque posiblemente nunca hizo ni una cosa ni la otra.

Pero volviendo al tema movilizador de la actividad del militante, que en general es algún tipo de injusticia, más o menos colectiva y visible, creo que es esto lo que promueve su cotidianeidad, y es justamente esta característica lo que ha distinguido al militante de los 60 y 70 de los militantes contemporáneos, si la razón de la militancia es trascender al tiempo, el militante de antaño era óptimo, su heroico acto de sacrificio, no dejaba lugar a dudas de su valor de su intensión y de su convicción, pero esto hoy ya no es así, por suerte el militante entendió que es más importante sobrevivir, comprometerse y que esos valores de intensión, convicción y valor que antes mencionaba, crezcan y prosperen y proliferen sobre la marcha. Si no suele ocurrirnos a los militantes como dice Bretch: “nosotros que nos unimos para luchar por la amistad entre los hombres, no supimos ser amigos”, esto refleja cómo las causas personales prevalecen por sobre las causas fundamentales de la militancia, las de largo aliento, y cómo el luchar contra eso que se quiere cambiar nos lleva a la delicada situación de en muchos casos no saber distinguir lo urgente de lo importante. Leer más

* Presidente de la Fundación para una Democracia Participativa, FUDEPA

Ponencia leída en el Primer Seminario por la Memoria la Verdad y la Justicia, UNPSJB, sede Puerto Madryn

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