Por Nívea Benitez
“A mí me invitaron a comer asado con cuero pero no sabía que al cuero lo tenía que poner yo” (dicho por mi padre en esa oportunidad).
La crítica es un veneno que consumimos a diario e ingerimos a veces con la etiqueta en el frasco que dice constructiva.
No la hay de tal calidad; en sí misma es destructiva porque no contribuye en nada.
Criticar no es opinar diferente.
Criticar es desaprobar de entrada, desde nosotros, algo que a veces ni nos incumbe: criticamos un pensamiento, un vestido, un gesto, cualquier cosa o persona que está en la tele o que escuchamos y no nos gustó.
Pero decir que no nos gusta no impresiona tanto, ni aparenta tan bien como discursear sobre el tema como si supiéramos y aunque sepamos, no hay porque hacer papel picado lo que sea por suprema interpretación a cargo nuestro.
Imaginemos por un instante el volumen de la crítica parlante que circula habitualmente. Pongámosle a esa mole un color…, un aroma…, una medida… y un sabor. Veamos como flota y circula entre todos nosotros como una nube ácida que puede llovernos y salpicarnos en cualquier momento. ¿Habrá impermeables para atajar eso?
¿Cuánta de esa energía es canalizada en actitudes y hechos constructivos?
Ahora vengamos a la vida cotidiana de cada uno ¿Cuánto tiempo gastamos en criticar?
¿Y cómo nos sentimos cuando nos sacan el cuero?
La crítica es negativa y oscura, si la digo yo o si es dicha en mi contra. Es dañina y enferma. Se enfoca en lo que supuestamente está mal desde un lugar ominoso.
Todo absolutamente es factible de ser mejorado o cambiado.
Si somos capaces primero de aceptar que las cosas son tales, siempre es posible contribuir.
Pero cómo vamos a aceptar algo de afuera aunque sea maravilloso sin no nos queremos ni así de poquito, si vivimos escondiendo la cola y las macanas que hacemos, para parecer bravos cuando estamos muertos de miedo.
Criticamos para defendernos de ningún bicho que viene de afuera, el verdadero mastín juzgador e implacable vive adentro de nosotros y nos mordemos a nosotros mismos.
Nota relacionada: “Perseguir lo bueno…”, por Nivea Benitez
“A mí me invitaron a comer asado con cuero pero no sabía que al cuero lo tenía que poner yo” (dicho por mi padre en esa oportunidad).
La crítica es un veneno que consumimos a diario e ingerimos a veces con la etiqueta en el frasco que dice constructiva.
No la hay de tal calidad; en sí misma es destructiva porque no contribuye en nada.
Criticar no es opinar diferente.
Criticar es desaprobar de entrada, desde nosotros, algo que a veces ni nos incumbe: criticamos un pensamiento, un vestido, un gesto, cualquier cosa o persona que está en la tele o que escuchamos y no nos gustó.
Pero decir que no nos gusta no impresiona tanto, ni aparenta tan bien como discursear sobre el tema como si supiéramos y aunque sepamos, no hay porque hacer papel picado lo que sea por suprema interpretación a cargo nuestro.
Imaginemos por un instante el volumen de la crítica parlante que circula habitualmente. Pongámosle a esa mole un color…, un aroma…, una medida… y un sabor. Veamos como flota y circula entre todos nosotros como una nube ácida que puede llovernos y salpicarnos en cualquier momento. ¿Habrá impermeables para atajar eso?
¿Cuánta de esa energía es canalizada en actitudes y hechos constructivos?
Ahora vengamos a la vida cotidiana de cada uno ¿Cuánto tiempo gastamos en criticar?
¿Y cómo nos sentimos cuando nos sacan el cuero?
La crítica es negativa y oscura, si la digo yo o si es dicha en mi contra. Es dañina y enferma. Se enfoca en lo que supuestamente está mal desde un lugar ominoso.
Todo absolutamente es factible de ser mejorado o cambiado.
Si somos capaces primero de aceptar que las cosas son tales, siempre es posible contribuir.
Pero cómo vamos a aceptar algo de afuera aunque sea maravilloso sin no nos queremos ni así de poquito, si vivimos escondiendo la cola y las macanas que hacemos, para parecer bravos cuando estamos muertos de miedo.
Criticamos para defendernos de ningún bicho que viene de afuera, el verdadero mastín juzgador e implacable vive adentro de nosotros y nos mordemos a nosotros mismos.
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