Por Oscar Castelnovo *
En diversas ciudades del país se realizaron marchas por la Aparición con vida de Jorge Julio López, el pasado viernes 18 de setiembre, cuando se cumplieron tres años de su segunda desaparición a manos de las fuerzas de seguridad bajo el mando de los Kirchner.
Sin embargo, ningún balbuceo del Ejecutivo se escuchó. Ningún juez habló de los avances de la investigación, sencillamente porque ésta se halla cajoneada y, por ahora, descansa en paz. Es decir: el gobierno que clama públicamente su desgarrada pertenencia a los defensores de los derechos humanos y los jueces que debieran administrar justicia encubren, con empeño, a los desaparecedores de López.
Tampoco sabemos dónde están Luciano Arruga, Rocío Marini, ni los dos desaparecidos en Chubut: Luciano González e Iván Torres. Ni conocemos adónde se hallan más de 600 chicas desaparecidas en la constitucionalidad, aunque sí sabemos que fueron conducidas a ejercer la esclavitud sexual.
Como se aprecia, sin esfuerzos, el mejor logro de este régimen es la autoponderación. Pero los hechos son contundentes en la desmentida: cada cuarenta horas muere asesinado un pibe, pobre, por el gatillo fácil. Los Kirchner superan a cualquier gobierno pos dictatorial en número de militantes presos y también en los asesinatos perpetrados en lugares de encierro por sus hombres, quienes se especializan eficazmente en crímenes diversos desde los servicios penitenciarios.
En su primera desaparición, en 1976, Julio López fue secuestrado y llevado a varios centros clandestinos de tortura durante la dictadura militar. 30 años más tarde sus declaraciones fueron decisivas para enviar a la cárcel al ex comisario Miguel Etchecolatz. También Julio narró ante el Tribunal su pasado como colaborador de la organización Montoneros, contó cómo había sido torturado por el propio Etchecolatz y relató además lo que sucedió con Patricia Dell’Orto y su esposo Ambrosio De Marco, en el Pozo de Arana (uno de los centros clandestinos de detención bonaerenses). López describió cómo los torturaron, refirió a la violación de Patricia y sostuvo que cuando ella imploró: “No me maten, quiero criar a mi nenita”, la callaron a balazos en la cabeza. Y también a su esposo.
Militantes de distintas organizaciones políticas, sociales y humanitarias exigen al gobierno de los Kirchner la “Aparición con vida de Julio López”. El silencio, la mentira o la burla fueron la respuesta que hasta ahora protege a los desaparecedores. Por caso, Aníbal Fernández, quien tuvo bajo su mando a las fuerzas llamadas de seguridad no investigó entre sus propios uniformados ni utilizó a fuerzas nacionales para indagar en la Maldita Bonaerense. Le pareció más apropiado acudir al verdugueo de los desesperados solicitando la intervención de Dios y de la Virgen María.
Pero se sabe, la memoria activa de una parte del pueblo argentino nunca bajó los brazos. No olvidó ni perdonó. Buscó justicia en las calles del país y del mundo -sin pausa- por décadas. Encanecieron los cabellos, se arrugaron los rostros y se vencieron algunas piernas de tanto andar. Pero otros luchadores -jóvenes y nuevos- se sumaron con gargantas más potentes. Y así seguirá la batalla contra los desaparecedores, asesinos y encubridores. Les llegará el peso de la inexorable justicia del pueblo. Porque ha de existir el día en que cada cosa sea llamada por su verdadero nombre: el pan, pan, y el que mata, asesino. Y cuando ese momento llegue, no creemos probable que tengan ánimo para la burla ni que Dios o la Virgen María los protejan.
* AGENCIA RODOLFO WALSH
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Tampoco sabemos dónde están Luciano Arruga, Rocío Marini, ni los dos desaparecidos en Chubut: Luciano González e Iván Torres. Ni conocemos adónde se hallan más de 600 chicas desaparecidas en la constitucionalidad, aunque sí sabemos que fueron conducidas a ejercer la esclavitud sexual.
Como se aprecia, sin esfuerzos, el mejor logro de este régimen es la autoponderación. Pero los hechos son contundentes en la desmentida: cada cuarenta horas muere asesinado un pibe, pobre, por el gatillo fácil. Los Kirchner superan a cualquier gobierno pos dictatorial en número de militantes presos y también en los asesinatos perpetrados en lugares de encierro por sus hombres, quienes se especializan eficazmente en crímenes diversos desde los servicios penitenciarios.
En su primera desaparición, en 1976, Julio López fue secuestrado y llevado a varios centros clandestinos de tortura durante la dictadura militar. 30 años más tarde sus declaraciones fueron decisivas para enviar a la cárcel al ex comisario Miguel Etchecolatz. También Julio narró ante el Tribunal su pasado como colaborador de la organización Montoneros, contó cómo había sido torturado por el propio Etchecolatz y relató además lo que sucedió con Patricia Dell’Orto y su esposo Ambrosio De Marco, en el Pozo de Arana (uno de los centros clandestinos de detención bonaerenses). López describió cómo los torturaron, refirió a la violación de Patricia y sostuvo que cuando ella imploró: “No me maten, quiero criar a mi nenita”, la callaron a balazos en la cabeza. Y también a su esposo.
Militantes de distintas organizaciones políticas, sociales y humanitarias exigen al gobierno de los Kirchner la “Aparición con vida de Julio López”. El silencio, la mentira o la burla fueron la respuesta que hasta ahora protege a los desaparecedores. Por caso, Aníbal Fernández, quien tuvo bajo su mando a las fuerzas llamadas de seguridad no investigó entre sus propios uniformados ni utilizó a fuerzas nacionales para indagar en la Maldita Bonaerense. Le pareció más apropiado acudir al verdugueo de los desesperados solicitando la intervención de Dios y de la Virgen María.
Pero se sabe, la memoria activa de una parte del pueblo argentino nunca bajó los brazos. No olvidó ni perdonó. Buscó justicia en las calles del país y del mundo -sin pausa- por décadas. Encanecieron los cabellos, se arrugaron los rostros y se vencieron algunas piernas de tanto andar. Pero otros luchadores -jóvenes y nuevos- se sumaron con gargantas más potentes. Y así seguirá la batalla contra los desaparecedores, asesinos y encubridores. Les llegará el peso de la inexorable justicia del pueblo. Porque ha de existir el día en que cada cosa sea llamada por su verdadero nombre: el pan, pan, y el que mata, asesino. Y cuando ese momento llegue, no creemos probable que tengan ánimo para la burla ni que Dios o la Virgen María los protejan.
* AGENCIA RODOLFO WALSH
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