Por Bernardita Bielsa *
En Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez describe con la dulzura y elegancia de una bailarina clásica, a todos y cada uno de los extravagantes personajes de la familia de los Buendía. De entre tantas crónicas de parientes y extraños, y de idas y venidas que transitan la entrañable ficción, Remedios, “la bella” sobresale como una criatura que ha sido distinguida por una hermosura que “no exhalaba un aliento de amor, sino un flujo mortal”, y se dice de su atributo que “mientras más pasaba por encima de los convencionalismos en obediencia a la espontaneidad, más perturbadora resultaba su belleza increíble y más provocador su comportamiento con los hombres”.
Así como la agraciada es retratada minuciosamente en aquel escenario lejano y de humores salvajes del pueblo de Macondo, miles de otros seres de cualquier lugar de trabajo, residencia, edad, sexo, por razones que saltan a la vista, por ejercer profesión, o circunstancias y sucesos de la vida que desconocen u omiten, han sido ESTIGMATIZADOS. Como arbitrario resultado en una absurda galería de personajes aparecen: La putita, la gorda, el loco, el pelado, el cagón, el vivo, el delincuente, el cabrón, la mojigata, el hipócrita, el rarito, la trola, el haragán, el borrachín, el cuervo, etc. Sin embargo es el malo de la película quien provoca la mayor de las atenciones y se lleva todos los premios y honores, porque ¿qué sería de las novelas del mediodía, la tarde, y la noche sin su hilo conductor, su irritabilidad, sus farsas, y jugarretas? Amados y odiados, criticados y aplaudidos, evitados y festejados, defenestrados y tratados de imitar, estas celebridades turbulentas están en boca de todo el mundo, y son el motivo recurrente de conversaciones y habladurías.
El malo de la película está marcado a fuego con hierro candente. Un crack para jugar en primera pero que se conforma y no sale nunca de las inferiores. Dice ser un impresentable. Es su propio carcelero y rehén, y padece lo que se conoce como SÍNDROME DE ABANDONO llevando sobre sus espaldas la pesada carga de un profundo e intenso resentimiento social y familiar. Atesora un manto de tristeza infinita y detrás de esa hosca y ceñuda máscara se esconden primorosos, juguetones, tiernos, sensibles y perceptivos personajes, necesitados de cariño y afecto y que piden amor a los gritos, seres que han sabido condenarse, que viven escondidos tras sus propias rejas, incapaces de cambiar la fecha de su sentencia de muerte, adictos a conductas escandalosas, y trabados bajo un destino del que suponen imposible de cambiar.
SINDROME DE ABANDONO
La Asamblea General de la ONU dice que el maltrato infantil es aquella “forma de violencia, perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación mientras que el niño se encuentra bajo custodia de sus padres, de un tutor o de cualquier otra persona que le tenga a su cargo", admitiendo que el origen de los traumas se generan entre otros por abandono físico o negligencia y maltrato, o abandono emocional por parte de los adultos. La Clínica Universidad de Navarra dice que el abandono es “la pérdida de afecto real o imaginario que experimenta el individuo”, y la psiquiatra suiza G. Guex por su lado lo describe como “una alteración psicopatológica, cuya principal característica es la angustia que provoca el abandono materno y una fuerte necesidad de seguridad”.
Producto del desamparo, el malo de la película no le interesa cambiar porque total ya es así ¡y a quien le importa! No hay vuelta de rosca. Nació para sufrir. Lleva impreso las llagas de Cristo y viene con un deseo incontenible de hacer justicia, la suya propia. Es pura adrenalina. No puede pasar inadvertido. Un verdadero eslabón perdido. Sabe restar y dividir, pero nunca pudo llegar a un resultado cuando suma o multiplica. Saca siempre lo peor que tiene dentro suyo, se siente incomprendido y lastimado, y no puede confiar en nadie, cosa que revela su propia incapacidad de confiar en sí mismo. Evidencia un marcado fenómeno de persecución, piensa que todos están para hacerles mal, contra él. Se ve permanentemente examinado, amenazado, vigilado. Tiene baja autoestima, sentimiento de inferioridad, y es muy acomplejado, por eso es frenético y constante en su búsqueda de aprobación y reconocimiento.
El miedo a no ser valorizado lo lleva a enojarse con facilidad, encolerizarse, y violentarse por cualquier cosa y casi por ningún motivo, dejando entrever una irritabilidad en muchos de los casos hasta desmedida siendo incapaz de disimular impredecibles y constantes raptos de fanatismo resolviendo a su modo cualquier cuestión a dirimir: A los bifes, a los gritos, a las patadas ¡no es lo suyo andar con chiquitas! Como enfermedad crónica, el enojo no es intrascendente. Habla por sí solo, es elocuente, como una diaria relatoría. Un modo inusual de protesta, de hacerse ver, escuchar. Su forma de decir “acá estoy” ya que no sabe hacerlo ni tiene otra manera de expresar lo que siente. La cosmovisión mapuche hace hincapié en que están como “cortados en dos mitades desiguales: La de arriba va para un lado, y la de abajo camina en sentido contrario. En la línea media imaginaria, el abismo, las sombras de una conciencia espiritual que no puede – ni quiere, dormir tranquila”. Leer más
* DNI 13.057.402
En Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez describe con la dulzura y elegancia de una bailarina clásica, a todos y cada uno de los extravagantes personajes de la familia de los Buendía. De entre tantas crónicas de parientes y extraños, y de idas y venidas que transitan la entrañable ficción, Remedios, “la bella” sobresale como una criatura que ha sido distinguida por una hermosura que “no exhalaba un aliento de amor, sino un flujo mortal”, y se dice de su atributo que “mientras más pasaba por encima de los convencionalismos en obediencia a la espontaneidad, más perturbadora resultaba su belleza increíble y más provocador su comportamiento con los hombres”.
Así como la agraciada es retratada minuciosamente en aquel escenario lejano y de humores salvajes del pueblo de Macondo, miles de otros seres de cualquier lugar de trabajo, residencia, edad, sexo, por razones que saltan a la vista, por ejercer profesión, o circunstancias y sucesos de la vida que desconocen u omiten, han sido ESTIGMATIZADOS. Como arbitrario resultado en una absurda galería de personajes aparecen: La putita, la gorda, el loco, el pelado, el cagón, el vivo, el delincuente, el cabrón, la mojigata, el hipócrita, el rarito, la trola, el haragán, el borrachín, el cuervo, etc. Sin embargo es el malo de la película quien provoca la mayor de las atenciones y se lleva todos los premios y honores, porque ¿qué sería de las novelas del mediodía, la tarde, y la noche sin su hilo conductor, su irritabilidad, sus farsas, y jugarretas? Amados y odiados, criticados y aplaudidos, evitados y festejados, defenestrados y tratados de imitar, estas celebridades turbulentas están en boca de todo el mundo, y son el motivo recurrente de conversaciones y habladurías.
El malo de la película está marcado a fuego con hierro candente. Un crack para jugar en primera pero que se conforma y no sale nunca de las inferiores. Dice ser un impresentable. Es su propio carcelero y rehén, y padece lo que se conoce como SÍNDROME DE ABANDONO llevando sobre sus espaldas la pesada carga de un profundo e intenso resentimiento social y familiar. Atesora un manto de tristeza infinita y detrás de esa hosca y ceñuda máscara se esconden primorosos, juguetones, tiernos, sensibles y perceptivos personajes, necesitados de cariño y afecto y que piden amor a los gritos, seres que han sabido condenarse, que viven escondidos tras sus propias rejas, incapaces de cambiar la fecha de su sentencia de muerte, adictos a conductas escandalosas, y trabados bajo un destino del que suponen imposible de cambiar.
SINDROME DE ABANDONO
La Asamblea General de la ONU dice que el maltrato infantil es aquella “forma de violencia, perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación mientras que el niño se encuentra bajo custodia de sus padres, de un tutor o de cualquier otra persona que le tenga a su cargo", admitiendo que el origen de los traumas se generan entre otros por abandono físico o negligencia y maltrato, o abandono emocional por parte de los adultos. La Clínica Universidad de Navarra dice que el abandono es “la pérdida de afecto real o imaginario que experimenta el individuo”, y la psiquiatra suiza G. Guex por su lado lo describe como “una alteración psicopatológica, cuya principal característica es la angustia que provoca el abandono materno y una fuerte necesidad de seguridad”.
Producto del desamparo, el malo de la película no le interesa cambiar porque total ya es así ¡y a quien le importa! No hay vuelta de rosca. Nació para sufrir. Lleva impreso las llagas de Cristo y viene con un deseo incontenible de hacer justicia, la suya propia. Es pura adrenalina. No puede pasar inadvertido. Un verdadero eslabón perdido. Sabe restar y dividir, pero nunca pudo llegar a un resultado cuando suma o multiplica. Saca siempre lo peor que tiene dentro suyo, se siente incomprendido y lastimado, y no puede confiar en nadie, cosa que revela su propia incapacidad de confiar en sí mismo. Evidencia un marcado fenómeno de persecución, piensa que todos están para hacerles mal, contra él. Se ve permanentemente examinado, amenazado, vigilado. Tiene baja autoestima, sentimiento de inferioridad, y es muy acomplejado, por eso es frenético y constante en su búsqueda de aprobación y reconocimiento.
El miedo a no ser valorizado lo lleva a enojarse con facilidad, encolerizarse, y violentarse por cualquier cosa y casi por ningún motivo, dejando entrever una irritabilidad en muchos de los casos hasta desmedida siendo incapaz de disimular impredecibles y constantes raptos de fanatismo resolviendo a su modo cualquier cuestión a dirimir: A los bifes, a los gritos, a las patadas ¡no es lo suyo andar con chiquitas! Como enfermedad crónica, el enojo no es intrascendente. Habla por sí solo, es elocuente, como una diaria relatoría. Un modo inusual de protesta, de hacerse ver, escuchar. Su forma de decir “acá estoy” ya que no sabe hacerlo ni tiene otra manera de expresar lo que siente. La cosmovisión mapuche hace hincapié en que están como “cortados en dos mitades desiguales: La de arriba va para un lado, y la de abajo camina en sentido contrario. En la línea media imaginaria, el abismo, las sombras de una conciencia espiritual que no puede – ni quiere, dormir tranquila”. Leer más
* DNI 13.057.402
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