Por Puerta E
El hermano de Luciano participó ayer en Esquel de un acto en repudio a la violación de los derechos humanos. En diálogo con este medio, el vecino aseguró que, a diez meses de la desaparición, no hay rastros del poblador; además cuestionó la investigación y volvió a señalar como culpables a las fuerzas policiales: “La sospecha que tengo es que la GEOP lo hizo pasar de largo”
Doce de enero de 2010. Se cumplen diez meses de la desaparición de Luciano González. En el hall de entrada de los tribunales de Esquel un hombre bajito recibe a la prensa y relata una, dos, diez veces la misma versión: que el 12 de marzo pasado su hermano estaba en Cerro Centinela, que iba con un amigo tomando por la calle, que por allí se armó una pelea, que su hermano y su amigo terminaron en la comisaría, que después los largaron, que más tarde llegó la GEOP, que le pegaron, que les pegaron, que después no se supo más nada de él, que todavía no sabe nada de él.
No es la primera vez que Arturo González le pone el cuerpo a los medios para pedir por su hermano. En esta ocasión, lo hace acompañado por un grupo de vecinos que se congregaron en el edificio de Justicia para repudiar la violación a los derechos humanos que se produjo en Corcovado en marzo pasado, cuando la búsqueda de un prófugo derivó en un operativo terrorífico.
“Lo que quiero es que aparezca, que aparezca vivo o muerto, pero que aparezca”, asegura Arturo, en diálogo con Puerta E, tras lo cual remarca: “La sospecha que tengo es que la GEOP (Grupo Especial de Operaciones Policiales) lo hizo pasar de largo, porque si el tipo hubiera quedado ahí lo hubiéramos encontrado, en alguna parte tendría que haber quedado, pero no hay ni un rastro”.
González está disconforme con la investigación, dice que “la Justicia no hace nada”, dice que “se lavan las manos”. Tampoco abona la hipótesis de que su hermano se perdió en el bosque al salir de la comisaría. “Si se hubiera perdido lo hubiéramos encontrado”, afirma el vecino, tras lo cual recuerda: “un mes y medio lo estuvimos buscando hasta en los arroyos, pero no aparece”.
Un hombre de campo
Los hermanos González nacieron en un campo ubicado en Dos Lagunas, en Aldea Epulef. Allí vivía Luciano, un hombre soltero, sin hijos, de 42 años. “Él estaba cuidando nuestros animales, porque tenemos un campo grande, chivas más que nada, él estaba al cuidado de eso”, cuenta Arturo, quien asegura que a Luciano “le gustaba el campo, nada más que el campo”.
“Lo último que supe de mi hermano fue cuando pasó para Cerro Centinela el día 12 de marzo; se fue a pasear porque estaba allá con los hermanos”, recuerda González y, de esta manera, intenta recrear los movimientos de su hermano previos a la desaparición.
Por enésima vez y sin apuro Arturo cuenta la misma historia: “el día antes de volverse se les antojó con un amigo (de apellido Jaramillo) hacer una reunión en la vía pública. Estaban tomando con ese muchacho y, en una de esas, se armó una pelea, ellos nada que ver, pero igual se los llevaron a la comisaría por desorden en la vía pública”.
González refiere que, según los dichos de Jaramillo, una vez que los dos hombres entraron a la comisaría los agentes los revisaron y los dejaron en libertad. “Pero para esto habían pedido refuerzos a Corcovado; en Corcovado había policías pero no los atendieron, entonces mandaron a la GEOP a reprimir a Centinela”, indica Arturo y prosigue: “llegó la GEOP, lo agarraron y le empezaron a pegar sin ningún motivo, le dieron una paliza feroz y a Jaramillo lo trajeron a Trevelin y después lo liberaron. Pero de mi hermano, hasta el día de hoy, no tengo noticias”.
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Doce de enero de 2010. Se cumplen diez meses de la desaparición de Luciano González. En el hall de entrada de los tribunales de Esquel un hombre bajito recibe a la prensa y relata una, dos, diez veces la misma versión: que el 12 de marzo pasado su hermano estaba en Cerro Centinela, que iba con un amigo tomando por la calle, que por allí se armó una pelea, que su hermano y su amigo terminaron en la comisaría, que después los largaron, que más tarde llegó la GEOP, que le pegaron, que les pegaron, que después no se supo más nada de él, que todavía no sabe nada de él.
No es la primera vez que Arturo González le pone el cuerpo a los medios para pedir por su hermano. En esta ocasión, lo hace acompañado por un grupo de vecinos que se congregaron en el edificio de Justicia para repudiar la violación a los derechos humanos que se produjo en Corcovado en marzo pasado, cuando la búsqueda de un prófugo derivó en un operativo terrorífico.
“Lo que quiero es que aparezca, que aparezca vivo o muerto, pero que aparezca”, asegura Arturo, en diálogo con Puerta E, tras lo cual remarca: “La sospecha que tengo es que la GEOP (Grupo Especial de Operaciones Policiales) lo hizo pasar de largo, porque si el tipo hubiera quedado ahí lo hubiéramos encontrado, en alguna parte tendría que haber quedado, pero no hay ni un rastro”.
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Un hombre de campo
Los hermanos González nacieron en un campo ubicado en Dos Lagunas, en Aldea Epulef. Allí vivía Luciano, un hombre soltero, sin hijos, de 42 años. “Él estaba cuidando nuestros animales, porque tenemos un campo grande, chivas más que nada, él estaba al cuidado de eso”, cuenta Arturo, quien asegura que a Luciano “le gustaba el campo, nada más que el campo”.
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González refiere que, según los dichos de Jaramillo, una vez que los dos hombres entraron a la comisaría los agentes los revisaron y los dejaron en libertad. “Pero para esto habían pedido refuerzos a Corcovado; en Corcovado había policías pero no los atendieron, entonces mandaron a la GEOP a reprimir a Centinela”, indica Arturo y prosigue: “llegó la GEOP, lo agarraron y le empezaron a pegar sin ningún motivo, le dieron una paliza feroz y a Jaramillo lo trajeron a Trevelin y después lo liberaron. Pero de mi hermano, hasta el día de hoy, no tengo noticias”.
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