jueves, febrero 18, 2010

Informe: “Butch Cassidy y Sundance Kid de nuevo cercados en la Patagonia argentina”

Mauricio Sepúlveda, poblador de Cholila
Por Juan Gasparini *

Viene de acá. Asimismo destaca que hubo una segunda cabaña, domicilio particular de Santiago Ryan. Responsabiliza al clan Sepúlveda de habérsela robado, apellido del peón chileno que ocupó el caserío dejado vacío en 1905 por sus fundadores. Los delataron las cartas que enviaran al restringido círculo de allegados, transcribiendo la reconversión pacífica como adinerados emigrantes en la paradisíaca Patagonia, misivas interceptadas en las oficinas de correos de Estados Unidos por los detectives privados de la agencia Pinkerton, que alertara a la justicia argentina. Mauricio Sepúlveda, nieto del apropiador de facto de las emblemáticas construcciones, confirma la sustracción pero niega que él o sus antepasados intervinieran en cualquier acto delictivo. Se refiere a los Cea con desdén, y replica secamente. Es alguien tal vez sometido a presiones que lo urgirían a ceder frente a las autoridades de la provincia de Chubut, obviamente interesadas en controlar el valioso predio. “Dispongo papeles de la posesión de estas 6 hectáreas, ocupadas por mi abuelo desde la colonización y tengo el reconocimiento escrito de los siriolibaneses que se hicieran con lo que pedían Ryan y Place al irse, así que me corresponden los títulos de propiedad, y no les voy a aflojar”, desafía.

No obstante, Sepúlveda admite que la gobernación de Chubut le paga un sueldo mensual de 1000 pesos (300 dólares) para mantener y ayudar a reparar la arruinada carpintería inmobiliaria. La ha evacuado y permite la entrada de los visitantes. Se afinca en el villorio contiguo a orillas del río Blanco, en dirección a Cholila. De ronda cotidiana, descabalga, se saca el sombrero, y resume: “Si me dan una casa y un galpón para guardar la comida de los animales, acepto que hagan el centro turístico y lo manejen, pero el titular de las 6 hectáreas soy yo; sino, que me ofrezcan algo equivalente en otra parte de la provincia”.

Sin embargo, de las indagaciones del historiador Marcelo Gavirati se desprende que la cabaña personal de Butch Cassidy está a buen recaudo. El dato puede verificarse en las proximidades, contrastado por la fotografía exclusiva que se ofrece en las ilustraciones de esta crónica. Se la observa abandonada en un terreno perteneciente a Eloiza Leál, casada con Luis Alberto Sepúlveda, quizás de igual ascendencia que Mauricio. Su devolución al emplazamiento legítimo formaría parte de la complicada negociación que se libra entre los Sepúlveda y el poder público de Chubut, cuyas intenciones definitivas para solucionar el litigio con un particular intransigente, continúan siendo un enigma desde que el BID aprobó el financiamiento en julio de 2005. En ese contexto la Secretaría de Turismo provincial anunció el incremento del acerbo patrimonial y cultural de Cholila con las mentadas viviendas, que serían restauradas y abiertas a la gente con carteles explicativos al estilo de los que orientan en los parques de reservas forestales, amen de playa de estacionamiento para vehículos, sanitarios y dependencias administrativas. (3)


Prácticamente nada de lo prometido se ha llevado a cabo y, por el momento, es azaroso localizar el lugar. De la ruta nacional 40 que corre asfaltada a lo largo de la Patagonia, hay que desviar por el ripio de la ruta provincial 17. Casi llegando a Cholila, divisándose una subcomisaria de policía, se impone torcer por un camino de tierra que conduce a la Casa de Piedra, el hospedaje con menú de te galés, servido por la ya mencionada Victorina Toly Acheritobehere, que recuperara la silueta docente otrora impresa por Ethel Place entre sus conocidos. Y ahí nomás, se ve un percudido cartel atado al alambrado que reza Butch Cassidy. Antecede una precaria garita en desuso, probablemente concebida para brindar informes a los peregrinos, muda invitación para adentrarse a cielo abierto en el escenario romántico y aventurero de unos singulares pioneros de América.

Pese a que la tranquera está cerrada con candado, se la puede saltar, y marchando unos minutos a traviesa de una loma se descubre la guarida que tanto se resiste a hundirse en el olvido. El espectáculo es conmovedor: paredes que se desmoronan o violadas con clavos que apuntalan la madera desfalleciente, algunas recompuestas con flamantes injertos que lastiman los antiquísimos troncos de cipreses, recintos malolientes por el secado de cueros de bestias colgados de tirantes. Alambres corroídos penden por doquier y osamentas resecas participan silentes en la desoladora ceremonia, agitada por los rumores de los cursos de agua, y por la euforia de los silbidos del viento, sacudiendo las flores blancas de los saucos.

De sus primigenios locatarios pueden recabarse significativas pistas a pocos kilómetros de allí, en el Museo Leleque, inaugurado en el 2000, iniciativa de la Fundación Benetton. La exposición permanente se levanta en una antigua pulpería y almacén de ramos generales. Recoge la milenaria saga de los patagónicos, sus indígenas autóctonos, el arribo de los conquistadores europeos y la violencia que caracterizó la expansión de la República Argentina. Para congregar las ovejas que dan hilo a las ropas de su etiqueta, en 1991 los Benetton adquirieron en derredor las 3000 hectáreas de la vieja y británica Compañía Tierras Sud Argentino. Expurgando sus libros contables, Gavirati encontró los asientos de transacciones comerciales efectuadas por Santiago Ryan y Enrique Place entre octubre de 1901 y junio de 1904, cuyas páginas se exhiben en una vitrina del museo, junto a los carabinas que se usaban en aquel período. Resultan el indicio palpable que precedió a la huida, situada en mayo de 1905, a causa que los relacionaran con el atraco al Banco de Londres y Tarapacá, en Río Gallegos, la capital de la aledaña Provincia de Santa Cruz, cometido tres meses antes por dos individuos que se comunicaban en ingles, excelentes jinetes y hábiles con las armas. Las fichas con los pedidos de captura difundidas desde hacia dos años por los agencia Pinkerton, y la similitud de los perfiles con quienes perpetraron el hecho, detonaron la fuga. (4)

El trío se deshizo del ganado y vendió rápidamente las cabañas a la empresa chilena Cochamó, que adosaría una cuarta pieza a la casa matrimonial, según se percibe actualmente, partiendo a Valparaíso. Ethel subió a un barco rumbo a San Francisco, al tiempo que sus dos hombres, al filo de los 40 años, habrían retornado a las expropiaciones de los dineros de los demás, reincursionado en la Argentina. El 19 de diciembre de 1905 les imputan haberse alzado a los tiros con el contenido de una caja del Banco Nación de Villa Mercedes, en la Provincia de San Luis. La prensa se hizo eco, facilitando el rastrillaje. Por entonces, y debido a leyes de consentimiento fronterizo mutuo entre Argentina y Chile, fue prohibido que ciudadanos de un lado tuvieran bienes raíces en el otro. Cochamó abandonó la inversión en Cholila, dejándola a merced del puestero Sepúlveda y sus parientes. Ninguno de ellos es ajeno al añadido de otras dos edificaciones, con el desmonte de los vaciados corrales y caballerizas. Menos de la sospecha que planea sobre lo acontecido con la morada de Butch Cassidy.

Tratando que no los alcanzara la persecución, los fugitivos cruzaron a Bolivia. Pasaron a llamarse George Low y Frank Smith. Volviendo al sueño redentor de reincidir en la legalidad, descubrieron tierras para insertarse honradamente en la producción agrícologanadera de Santa Cruz de la Sierra. Necesitados de los fondos para comprarlas, el 3 de noviembre de 1908 encañonaron a un convoy de empleados de una sociedad minera que transportaba los salarios de sus obreros. Arrebataron las alforjas, una mula color café, y salieron disparando.

No prefirieron ir hacia el sur, que lindaba con la Argentina. Treparon al norte, y en el pueblito de San Vicente, les cayó la fuerza represiva de la ley. Desconocían la veloz propagación que dos delincuentes hablando en inglés y una mula color café eran objetivos militares del Ejército. A los tres días, serían abatidos parapetados en un albergue, después de un intenso tiroteo con dos soldados y un inspector de policía. Las exhumaciones del antropólogo forense Clyde Snow en 1991 fueron vanas, pero las cartas mediante las que espasmódicamente daban cuenta de sus peripecias, cesaron bruscamente. Para Toti Cea y Marcelo Gavirati, eso significa la certeza de la muerte física, corroborada por las investigaciones de los escritores estadounidenses Daniel Buck y Anne Meadows. (5)

Ethel Place no habría querido presenciar o sucumbir en el epílogo de lo que terminó en tragedia, diluyéndose en los pliegues de la leyenda. Acorralados por la burocracia argentina, pareciera que los míticos Butch y Sundance se niegan a desvanecerse. Los acosa la negligencia y la codicia. Y acecha la corrupción de los que menosprecian el legado ancestral de uno de los hermosos y fértiles rincones del fin del mundo.

(1) Bruce Chatwin, En la Patagonia, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977.

(2) Marcelo Gavirati, Buscados en la Patagonia, La Biblioteca/Patagonia Sur Libros Editores, tercera edición, Argentina, 2007.

(3) Propuesta de préstamo para programa de mejora de la competitividad del sector turismo (Argentina, 33 millones de dólares, de los cuales 100 mil dólares son para cubrir los gastos del centro Butch Cassidy y Sundance Kid en Cholila), Banco Interamericano de Desarrollo (BID), 5 de julio de 2005, www.iadb.org

(4) Roberto Hosne, Barridos por el viento, Editorial Guadal, Argentina, 2007.
(5) Anne Meadows, Digging up Butch and Sundance, St. Martin’s Press, 1994, Estados Unidos. Donna Ernst, The Sundance Kid. The life of Harry Alonzo Longabaugh, Oklahoma University Press, 2009, Estados Unidos.

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